Opinión

La fe

La ventaja de que Dios exista es que tienes a quién pedirle cuentas y solicitar reclamaciones (aunque no solo); porque si no, has de hacerlo al maestro armero. Además, uno tiene con quien confrontarse; porque si no, estamos más solos que la una. La rebeldía solo es posible si existe alguien con quien pelearse; porque si no, solo queda el vacío y desde luego nadie se enfrenta a lo fatuo, que se disuelve en humo y que no hay manera de asirlo: es como dar puñadas al aire en desafío, que es una reacción infantil e inofensiva de ser rebelde. Ya que cuando escupe al cielo en la cara le cae.

Además de la posibilidad de enfadarse, también cabe descubrir que no estoy solo, que tengo compañía, porque Dios no se aparta nunca de nosotros: por más que lo echemos, regresa; como esos muñecos que cuando los lanzas al aire siempre caen de pie porque balancean, y no se tuercen. Además, ayuda bastante a no tomarse en serio -es bueno para la salud reírse uno de sí mismo-, ya que siempre me encuentro sostenido, por cuanto hay quien, detrás de mí, me protege. Es como la red del acróbata que le salva del batacazo, ante la impericia o simplemente el error humano.

Para cuando llega el dolor, compañero inseparable del viaje de la vida, al menos en algunas etapas de la misma, podemos compartir el sufrimiento y nos vemos reflejados en el padecimiento de un Dios que no ve los toros desde la barrera.

En fin, esto es posible si la religión se proyecta como un encuentro con Alguien; y no se identifica con la costumbre, que es la muerte pelada; y menos cuando son cosas, como diría, “folclóricas”: antiguallas desvitalizadas de la sabiduría con que fueron puestas en escena, y que lógicamente se han esclerotizado en la farándula. Cuando uno tiene 7 años ve las cosas como ha de verlas un niño de esa edad. Pero si a los 20 las ve como a los 7, está estancado. Lo que conviene es crecer en todos los aspectos y no conformarse con una virtualidad que no despliega sus potencialidades, atesorando la riqueza espiritual, intelectual, moral, estética, etc. que supone el crecimiento. El despliegue de las potencialidades se transforma en virtudes; y éstas, en sabiduría. Los antiguos eran clarividentes en este aspecto y hacían depender la sabiduría del sápere latino -sabor, saborear-, y éste a su vez se transformaba en sapiencia. De modo que estos tres términos -saborear, saber y sabiduría- están íntimamente entrelazados y unidos. No es posible saborear lo que no sabe y transformarlo en alegre sabiduría para disfrute.

Lo ritual desgajado de lo vital está muerto; la letra mata, el espíritu vivifica. Y tal y como remata san Mateo las bienaventuranzas y el subsiguiente discurso a sus discípulos, dichoso quien no se escandaliza de Mí.