Opinión

Bad Gyal: Que no es el perreo, es la actitud

Buena parte de las personas a las que dije que iba al concierto de Bad Gyal se sorprendieron de mi interés por ella. No nos dejan a las mujeres ser ordinarias; ni serlo ni parecerlo, y por supuesto tampoco disfrutarlo.

Bad Gyal en una imagen promocional para 'La Joia'

Bad Gyal en una imagen promocional para 'La Joia' / Sheila janet pinas

El concierto de Bad Gyal del viernes en la Plaza de Toros de València agotó entradas hace dos meses. Las discusiones sobre si es o no adecuado el contenido de este tipo de música ya resultan agotadoras por el sinsentido de pensar que puede volverse atrás. ¿Atrás, para qué? Para evitar que buena parte de las jóvenes de hoy en día puedan acceder a una música con letras cargadas de sexo, drogas y palabras malsonantes que corean niñas, jóvenes y mujeres a las que no se había educado en esos términos. La moralidad cristiana de hacerlo pero callarlo. Por lo que sea, el sistema vuelve a señalar lo que nos sienta bien o mal, hasta que llega una chica de 27 años, se salta la norma y la validan 12 millones de oyentes mensuales en Spotify.

Especifico en "una mujer" porque es el mensaje que recibí el viernes cuando contaba que iría a su concierto. "No te pega", "no te veía escuchando esa música", "¿a ti te gusta perrear?". Se asumía que alguien como ella, con una estética provocadora y unas letras incómodas para el statu quo, no podía conquistar a alguien como yo, amoldada a la convención social, cumpliendo buena parte de las expectativas puestas en mi. ¿Cómo iba yo a entrar en una discoteca y 'prenderme un blunt'? ¿Pensaban que no podía cantar eso de que 'Soy una muñeca, soy un pussy exclusive'? Pues cantarlo no, claro, porque esas groserías están bien dentro, pero no fuera.

Las canciones de Bad Gyal van exactamente de eso; de liberarse. Hay cierta venganza, hay poder y orgullo. No es el perreo, es la actitud lo que a mi me seduce de alguien que se ha sacudido de encima los complejos y las expectativas, que incluye en su equipo de baile cuerpos no normativos, que se besa con una mujer en el escenario mientras actúa y hace twerking mientras dos de sus bailarines intiman al lado. Está bien hacerlo, pero está mal enseñarlo.

Creo que nos hacemos trampas al solitario cuando desdeñamos esta música porque el público es "demasiado joven para escucharlo". Se requiere un cambio de mentalidad en madres y padres que aún intentan parar un fenómeno -el dancehall, el reaggeton, dembow- que les obliga a anticiparse, a tener que explicar el sexo o el consumo de drogas, el despecho, la rabia. A ponerlas en contexto, a dar dimensión a ciertas cosas a las que tendrán que enfrentarse en un futuro próximo. Nada más lejos de una realidad que nos dice que el 68 % de los adolescentes de entre 13 y 17 años consumió pornografía en los últimos 30 días (Save the Children, 2020). El problema es que esta música (nos) obliga a explicarles a nuestros hijos, hijas e hijes asuntos de los que no queremos hablar.

Mientras no salga a la esfera pública, no incomoda, pese a que niños y niñas busquen por su cuenta información sobre un mundo al que les han dado acceso demasiado pronto. En los 90 consumir pornografía era mucho más difícil, pero los improperios hacia las mujeres por parte de hombres despechados y heridos pero empoderados eran constantes en cualquier género musical. Si nosotras hablábamos de una ruptura, lo hacíamos desde el dolor y la pérdida. No desde el orgullo y amor propio, poniéndonos arriba, verbalizando que la persona que te gusta es un 'real G', que 'tiene pinta que en la cama te da duro' o que 'eres un mierda, no vales nada y eso todas lo saben'.