Opinión | Tribuna

Los sueños de los olvidados viven

Iremos a Paterna. Será 14 de abril y estaremos en el paredón de Paterna. Resonará la memoria de la República, aquel inicio esperanzado de nuestra democracia, unos orígenes de libertad segados por el odio y que sería injusto olvidar, que es indigno tergiversar. Iremos a Paterna y será imposible no emocionarse al ver el monolito lleno de versos de Estellés –amargas ironías: él también ahora silenciado– que recuerdan la dura represión de los años cuarenta vora el barranc del Carraixet: els morts de fredes matinades, els morts de les nits tenebroses. Iremos a Paterna y pensaremos en todos ellos. No pensaremos en más de dos mil fusilados después de la guerra. Pensaremos en 2.238 personas. Cada una de ellas con su vida, su rostro, su nombre, su familia; cada una con un final trágico de plomo y tierra, un final que nunca acaba, porque todavía hoy reverbera en la intimidad callada de tantas familias valencianas rotas por aquel horror. Iremos a Paterna y yo recordaré la primavera de hace tres años, cuando exhumaron de la fosa 127 los restos de Miguel Frasquet, 35 años, labrador fusilado con mujer e hijos, y cómo fuimos a enterrarlo, más de ochenta años después, en l’Alqueria de la Comtessa junto a su mujer, al fin juntos de nuevo y para la eternidad, entre las lágrimas de emoción de sus familiares, tan serenos, tan constantes. Iremos a Paterna y muchos recordaremos el libro reciente de Paco Roca, escrito junto a Rodrigo Terrassa: El abismo del olvido, un fenómeno editorial que está haciendo llegar la memoria íntima de este lugar a más gente que nunca, y yo recordaré la conversación de este invierno con Paco Roca, que en el rostro lleva inscrito aquello que ahora es Paterna: un sentimiento de humanidad que es inexplicable no compartir.

Iremos a Paterna y eso mismo, el simple hecho de ir y de contemplar con dolor y recogimiento el paredón perforado del Terrer, solo eso ya será un gesto. De recuerdo. De reconocimiento. De dignidad. Dignidad: esa es la palabra que algunos todavía no se atreven a ensuciar y manipular, que aún no quieren secuestrar en su neolengua orwelliana. Empezaron por la palabra Libertad. Libertad era hacerse una caña en la pandemia mientras morían ancianos desatendidos en las residencias. Libertad es suprimir el valenciano de las escuelas e impedir el derecho de aprender una lengua que acoge y que algunos siempre quieren conflictivizar. Ahora es el turno de la palabra Concordia. Concordia es crear discordia y añadir más dolor en diferido a aquellos que ya sufrieron el odio brutal de posguerra –no de la guerra, sino de la posguerra– y que llevan la sombra de Paterna encima de ellos cada día de su vida. Concordia es silenciar la palabra «dictadura» y la palabra «franquismo» de su ley y de su vocabulario, y es normal preguntarse por qué será, y es anormal que esto suceda en 2024. Iremos a Paterna como integrantes de una comisión cívica nueva: la Comisión Cívica por la Memoria, la Dignidad y los Valores Constitucionales. Será domingo, iremos a Paterna y será 14 de abril: un día que, a pesar de todo, sigue simbolizando la esperanza de quienes soñaron un mundo más libre y justo, y que continúa evocando la lección de Roosevelt: No olvidar al hombre olvidado, aunque aquí haya unas familias que hayan evitado el olvido. Iremos a Paterna y allí, a los pies de la tierra última de tantas vidas, una república de dignidad conformada por tantas vidas, tanta memoria y tantos sueños se mantiene viva, resplandeciente, intacta, luminosa; sobrevolando al franquismo y al posfranquismo. No hay tierra suficiente para enterrarla.