Opinión | Parece una tontería

Pobrecito del hablador

Uno de los pseudónimos que Mariano José de Larra utilizó en su breve vida de veintisiete años, concluidos con una bala propia (1837), fue el Pobrecito Hablador, y en su entierro se dio a conocer con una elegía José Zorrilla, cumbre del Romanticismo hispano, mientras su tumba sería luego visitada por Unamuno, Baroja o Azorín como reconocimiento de la Generación noventayochista al escritor, periodista y político; el mismo respeto con el que actualizamos su sobrenombre en nuestro titular de esta modesta entrega para Levante-EMV.

Larra vivió su primera juventud en la Década Ominosa del tirano Fernando VII, tiempos de gran miseria social en la piel de toro, que, por alguna razón que no se nos alcanza, trae al recuerdo el Entremés de Miguel de Cervantes La elección de los alcaldes de Daganzo, con sus contrastes de ingenio popular, que hoy quizá hubiera dedicado, sin abandonar la provincia madrileña ni la cercanía a su ciudad natal de Alcalá de Henares, a las sucesivas presidentas de Madrid, cuyo ingenio ‘in vigilando’ alcanza cotas inenarrables, aunque sin llegar a ser Novelas Ejemplares.

La expresidenta Aguirre, la doña Espe capaz de cortar la calle Ferraz salvando España, tuvo dos vicepresidentes que apañaban hasta los palos del sombrajo y a su sucesora, Cifuentes, la grabaron con lo apañado en un centro comercial. Difícil lo tenía Díaz Ayuso, más rara que un perro verde -pese a que servidor ha vivido décadas en el foro-, pero que su entorno más cercano, hermano y novio, se forre hasta las trancas intermediando para la venta de mascarillas en la CAM, legalmente, tras los ocho mil muertos de las residencias de ancianos cerradas, es de notable alto.

Que la derecha extrema vuelva al puro matonismo, e que empiece por la prensa, no nos parece extraño, máxime cuando llevan un tiempo pululando personajes de la talla de MAR (Miguel Ángel Rodríguez, ‘el Rasputín aznarita’), Alonso, Gamarra o Tellado; tampoco que el vicepresidente de la Generalitat valenciana, el maestro Barrera, quiera llevar la recuperación de la memoria histórica al Bienio Negro en el que las derechas gobernaban la segunda República y olvide que la denominación País Valencià está recogida en la legislación, guste o no a su cultura.

Es difícil sustraerse a la tentación de bajar al lodazal político y poner un poco de orden en el revoltijo con un análisis periodístico serio, pero en estos momentos sería un ejercicio inútil destinado a perderse entre los fuegos de artificio que siembran medias verdades por doquier usando medios de comunicación de masas. Y más cuando escribes tras la aurífera semana santa, sabiendo que casi un millón de niños se quedan días sin su única comida medio decente por el cierre de comedores escolares; en el PV sumados a los festivos falleros colindantes.

Hablar de vivienda, empleo e industria o campo, sanidad y escuelas no parece entrar en los planes del relato de nuestro devenir político y social, pues aparenta estar abducido por bulos, finamente falsarios y criminales para la realidad, sin mover un músculo del gesto pétreo. En los próximos tres meses habrá unas elecciones en cada uno de ellos y afectan a las dos autonomías que hace décadas plantean problemas de separatismo y a una Unión Europea sumida en la guerra de Ucrania, el genocidio palestino y en frenar al ultraderechismo interno: da igual. Ni presupuestos ni CGPJ.

Añoramos esa iberia de Puerto Hurraco, donde fue forense el expresidente de Extremadura Fernández Vara, pues preferimos trabucos para la batalla sin fin, por lo que es peligroso ejercer labores de comentarista crítico - ¡pobrecito del hablador! – cuando se dispara a todo lo que se mueve o la sentina de las redes sociales y el pseudo periodismo desborda las miserias de la patria nuestra. La nada supremacista asoma sus garras, quizá por la ausencia de memoria, la educación en el egoísmo consumista y el miedo a cambiar este torpe mundo.