Opinión

La lección de Escribano

El torero de Gerena fue capaz de trascender su propia humanidad para lograr la metafísica del héroe más clásico en Sevilla

Manuel Escribano, tras pasaportar al sexto de Victorino Martín en Sevilla

Manuel Escribano, tras pasaportar al sexto de Victorino Martín en Sevilla / E. Press

Manuel Escribano evocó la condición humana misma en la Real Maestranza y reivindicó el valor para caminar con la cabeza alta hacia su incierto y glorioso destino. Herido por el primer victorino de la tarde del pasado 13 de abril con una cornada de 10 centímetros de extensión y después de lidiar con los médicos en la misma camilla para pedirles que le interviniesen solo con anestesia local, se mostró con una suerte de aptitudes sobrehumanas capaces de sacrificar su propia vida frente al toro. Porque Manuel Escribano fue capaz de trascender su propia humanidad para lograr en la mismísima Sevilla la metafísica del héroe más clásico con el único objetivo de crear emociones fuertes delante del toro.

En la cara de los aficionados estaba la expresión de espanto en los ojos, la inefable expresión de la angustia. Pero no era una angustia abstracta e imaginaria, sino la que se sintió allí mismo en el tendido sobrepasado por la incertidumbre y el dolor del momento. La realidad material de la existencia se había puesto en jaque, como si se hubiera dinamitado el mundo de lo visible. Y sola había acabado de empezar la corrida de toros.

Escribano saluda al sexto victorino

Escribano saluda al sexto victorino / EFE

Por eso, hora y media después, cuando salió de la enfermería sin chaquetilla, con unos pantalones vaqueros Levis en lugar de la desgarrada taleguilla y con una camisa blanca que le había prestado el jugador del Betis Chimy Ávila, caía a borbollones la emoción del toreo. Porque en estos tiempos de modernidad líquida, el ejemplo de Manuel Escribano nos conmueve, nos retrotrae a un mundo donde el tiempo se detiene por la magia del heroísmo.

Hidalgo romántico

Con su figura encontramos el secreto que imbuye el alma de un auténtico caballero renacentista, ese que se reafirma en el combate por su dignidad con unas facultades físicas portentosas: la indiferencia ante la muerte y el estoicismo, que le empuja a desdeñar las desgracias, con la misma impavidez que la gloria y la fortuna. Como si buscase la verdad a toda costa. Como si se hubiese convertido en una especie de hidalgo romántico que se enfrentaba al peligro, con un sentido del deber quijotesco que no deja de ser anacrónico, pero tan admirable hoy en día.

Entendiendo a los héroes nos entendemos uno poco más a nosotros mismos por el camino la vida. "Me emocioné cuando me crucé la plaza camino de la puerta de chiqueros", en expresión propia del torero. Cuánta grandeza, Manuel Escribano.