Opinión | Tribuna

La necesaria vuelta al consenso

En 2018 se produjo un hecho tan raro como significativo: el Congreso de los diputados votó por unanimidad la recuperación de un ciclo completo de Filosofía que debía iniciarse en 4º de ESO con una asignatura de Ética tan plena de procedimientos reflexivos como desprovista de consideraciones ideológicas; algunos periódicos celebraron el inusual acontecimiento titulando ‘Vuelve la filosofía’, haciendo mención implícita al recorte brutal que supuso la LOMCE del PP.

Sabemos, gracias al actualmente celebrado Kant, que lo contrario de la filosofía es la filodoxia, la estima de la simple opinión sobre la sabiduría, y que aquella se presenta a veces como un kleenex ideológico, de natural efímero, que limpia la conciencia de los que hacen algo distinto a lo que sostienen. El celebrado consenso del Congreso no duró más de lo que pudo durar un pañuelo de papel en las narices del Gobierno, que tras su compromiso institucional, se aprestó con su LOMLOE a trocar la prometida Ética en Educación en Valores y a dotarla de una carga horaria mínima, indigna y ridícula, cargándose de paso la asignatura de Filosofía en 4º de la ESO.

No se sabe muy bien si este cambio respondió a la ignorancia pedagógica, a la pura ideología o al más vano desprecio intelectual a una disciplina en apariencia inservible: el Gobierno del PSOE hizo suya la idea de que los valores se aprenden transversal y socialmente, y que una asignatura que los trate de modo específico es un elemento redundante: a ser «buenos» no se aprende estudiando, sino por la permeabilidad mimética de un pacto social tácito. Quien no haya visto la paradoja sobre el consenso que supone tal actitud puede dejar de leer aquí.

Lo peor es que los defensores de la transversalidad tienen razón; pero es que ni la Ética es solo axiología ni los filósofos tenemos claro qué sea la bondad ni cómo pueda enseñarse. Dudas que los filodoxos no albergan y por eso pretenden imponer sus opiniones acríticamente, enseñando a ser buenos por Decreto-Ley.

Con estos mimbres legislativos es de justicia reconocer que el Botànic cumplió sus promesas de recuperar la presencia de la Filosofía, aunque haciendo suya la tesis de la transversalidad, también redactó uno de los currículos más extraños de la historia de la disciplina. La dignidad con que trató nuestras asignaturas quedó ensombrecida por los contenidos que propuso impartir.

Ya por entonces los filósofos advertimos: dotar de sesgos valorativos a una asignatura que queríamos reflexiva y neutral casi resultaba peor que infradotarla de carga lectiva; en el irremediable -e imprevisible- proceso histórico-dialéctico, otros distintos gobernarán, y esta asignatura será como el trasero en que los que no fuimos responsables de su diseño recibamos las patadas de los nuevos gestores educativos.

Y así ha sucedido, tal y como se predijo, no porque los filósofos conozcamos la secreta mecánica de la historia, sino porque somos conscientes del cortoplacismo y las anteojeras ideológicas de nuestros responsables políticos.

Ha llegado ahora el turno de PP y Vox en el Govern, y lo primero que han hecho es reducir a una hora semanal la asignatura justificándose en que la LOMLOE los ampara, y en una serie de excusas -entre ellas, de nuevo, la de la transversalidad- que las personas con un mínimo de recorrido educativo no dejamos de percibir como tales: la también alegada “ambigüedad” de los contenidos no es más que un desacuerdo ideológico -de diferente sesgo- con los mismos.

El Govern no puede ignorar que tan responsable es el redactor de la Ley como su ejecutor por la vía del Decreto, y debe decidir si pretende continuar con esta indigna partida de ping-pong en el que nosotros -y el alumnado- somos la pelota.

¿Se atreverá por fin algún Gobierno a asumir que la mera impartición y reproducción irreflexiva y acrítica de valores -pues esto y no otra cosa es la denominada transversalidad- puede conducir a la denominada «banalidad del mal» sobre la que nos advirtiera Hannah Arendt?¿Tomarán de una vez y por todas la sensata decisión de dejar en manos de los profesionales la redacción de un currículo que enseñe a pensar sobre asuntos éticos y morales y no a aplicar fórmulas preestablecidas por los filodoxos de turno?

Esa sensatez parece lejana en un contexto ideológico tan polarizado, pero lo acordado en 2018 muestra que no es imposible gobernar con cordialidad y cordura.

Junto con el consenso, ambas virtudes son fundamentales para la democracia; si queremos que el alumnado las aprenda por asimilación, por mímesis, lo mínimo es dar ejemplo y ponerlas en práctica.