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Los niños ya no corren en Pelayo

Una partida reciente en Pelayo. mao

Pelayo está triste. Arde Pelayo sombrío y sin llamas, apagado en tierra de piedra ardiente que diría el poeta. ¿Qué le pasa a Pelayo? ¿Acaso está viejo y cansado? No, no puede ser eso ahora que luce remozado, más guapo que estuvo en su niñez y juventud. No, no puede ser eso cuando el alma aniñada de un mecenas valenciano, en la fría soledad y entre falsos lamentos de despedida, lo salvó de una agonía de muerte. El mismo mecenas que por esos tiempos entregaba generosos donativos para que pudieran comer a fin de mes los artistas que dibujan, pincelan y esculpen los más bellos gestos en las viejas y resquebrajadas murallas de los trinquetes valencianos. Pelayo luce hermoso y acoge cada día a gentes de corbata y postín, jóvenes y maduros, que ni saben de este juego, ni del Nel, Simat, Quart, Juliet o Rovellet pero disfrutan del buen yantar valenciano bajo la acogedora mano que parece acariciarles para que aprendan a sentir lo que sienten los huesos de las gentes de l' Horta o de la Ribera, de la Plana o de la Marina cuando sus hijos acarician la joya reluciente de vaqueta. ¿Cuántos nuevos descubridores se cuelan cada día y cada noche entre delicados platos para contemplar la cerámica valenciana espejo de la pilota y del guante, de la partida en la calle que presidía el alcalde y el cura o de la pegada mágica de Genovés? ¿Cuántos admiran las paredes y techos rescatados de la historia? ¿Cuántos valencianos han descubierto que existe un deporte valenciano escondido en las entrañas de la Valencia ignorada?

El mecenas protege a los artistas, rescata patrimonios y promueve obras. Lo hace porque quiere, y lo ofrece generoso al pueblo. Y el pueblo representado, a veces le recibe, ensalza, proclama y reconoce. Y ese pueblo, el mismo que gustaba de lucirse en fotos de unidades y promesas, esquiva, alarga encuentros y olvida. Que sepan, si acaso, que el olvido no es victoria, pues, como canta otro poeta, «está la memoria que se abre de par en par en busca de algún lugar que devuelva lo perdido».

Y la memoria rescatada proclama que más de cinco mil niños visitaron en un solo año el remozado trinquet, sumergidos en las aguas de la historia, correteando por las losas que pisaron los que sembraron memoria de siglos. Allí encontraban los buenos maestros que explicaban lo que nunca explicarán en televisiones y radios donde el deporte sólo se llama fútbol.

Triste está Pelayo porque los niños ya no alegran con sus sonrisas el alma de las viejas murallas. Los rostros del Nel, Quart, Juliet, Rovellet y Genovés ya no oirán sus correteos. Y el mecenas que generoso entrega su ilusión responde con la dignidad del que se siente olvidado después de tanto amor entregado.

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