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Miguel Mas

Miguel Mas

Adelantado en algunas muestras en la plaquette «Luz dormida», pulcramente editada por Banda Legendaria/Veintiún Versos en 2018, este nuevo libro de Miguel Mas (València, 1955) viene a consolidar una exigente y rigurosa trayectoria poética cada vez más exigente, desnuda e interiorizada. Profundo conocedor de la escritura y el pensamiento de José Ángel Valente, al que dedicó su tesis doctoral, y autor de una reverberante prosa como memorialista, que aporta visiones del máximo interés sobre la València de los años sesenta, Mas ha ido ampliando sus temas y su preciso estilo hasta dotarlo de una máxima capacidad de percepción de la borrosa realidad del tiempo. Poemas como «Alberca junto a una casa», al que pertenecen versos cómo éstos («Quizá no fuese yo quien aquí estuvo: / si me asomo a los bordes, no recuerdo, / si intento recordar, no quedan nombres») lo demuestran. Percepción y reflexión corren aquí parejas en imágenes en blanco y negro, como las del cine neorrealista italiano de los años cincuenta, insertas en el texto – como en «Mujeres con cesta» y «Ojos que miran sin saber»- con el valor testimonial de una fotografía. «Tren minero» recoge una impronta – convertida en elegía- del que hacía la ruta de Ojos Negros a los Altos Hornos de Sagunto y que, como muchas de las líneas de ferrocarril descritas por Alfonso Vila Francés, ha desparecido ya.

«Mujer sentada sobre fondo blanco» es uno de los mejores poemas del conjunto: como en un cuadro de Rembrandt, la figura evocada se transforma en una sombra o en una transparencia, gastada por el hecho mismo de existir. Barroco en el fondo, no en la forma, la técnica plástica que Mas utiliza es la del difumino del contorno como modo de expresar los espejismos de la identidad: «Los días y el olvido» son un ejemplo de ello. Pero la crisis del sujeto donde mejor está objetivada es en «Canción del hombre aplazado», una síntesis de la cosmovisión de su autor: «Al lugar donde estoy nunca he llegado»…«más que crecer cada día, me ensancho/me deslizo, sin conciencia de nada/entre un mundo de representaciones». Y eso –representaciones- es lo que estos Lugares deshabitados son. Pero el libro, sin alterar su unidad de mundo, no reduce sus voces ni sus modos a una sola y única dicción, sino que uno de sus rasgos más admirables es su riqueza y variación formal, que combina poemas breves con otros mucho más largos, cuartetos y dísticos, lansdscapes y skylines de diversas ciudades y un uso magistral del monólogo dramático. La soledad del individuo y el rumor del instante constituyen la base de la materia tratada aquí. Pero tan significativo como ella son los arranques de poema en los que la más alta poesía alcanza su corporeidad: «El humo azul que aún respiran las sombras/deja un vacío de sueño que ilumina a lo lejos/la mancha negra del monte que asoma». Poeta de paisajes y matices, azoriniano y mironiano a la vez, capta al pájaro en el momento exacto en que éste se posa en la rama y pasa de lo filosófico a lo lírico, sin perder por ello intensidad. La transfiguración de los elementos cotidianos, el aura que envuelve los objetos y las cosas, «la invención de su secreta nada» y el punto de vista con que nos miran «con el afán de su mirada hipnótica» nos convierten a sus espectadores en «una irresoluble hipótesis de alguien», que es la instancia de discurso desde la que habla la voz poemática que se escucha aquí. Miguel Mas ha escrito un libro tan maduro como sólido en su exquisita y elegante sobriedad. Y toda la parte última anuncia un nuevo tipo de poema y un desarrollo y articulación del mismo que aseguran su esperada continuidad.

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