Reflexiones sobre el final

Geoff Dyer escribe sobre el ocaso de las vidas,los cánones del arte y la experiencia, diciéndonos cómo son las cosas cuando el tiempo se acorta.

Reflexiones sobre el final

Reflexiones sobre el final / Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Un libro sobre el ocaso de la vida, de un escritor serio, no tiene por qué ser solemne. Los últimos días de Roger Federer, de Geoff Dyer (Gloucestershire, 1958), no lo es. Dyer raramente se comporta con solemnidad, incluso cuando se refiere a la muerte, al agotamiento, a la disolución o a la decepción. De hecho, su ingenio crítico, una mezcla distintiva de salado, dulce y amargo (sarcástico), se exhibe con frecuencia en sus páginas. Pese al título, no es sobre el tenista Roger Federer exactamente, ni otros compañeros que salen a colación; encuentra razones, ya cumplidos los 60, para adorar el tenis y seguir practicándolo, pero el suyo no es un libro como el que escribió Foster Wallace. Digamos que Federer es la disculpa para una de las mejores reflexiones crepusculares que he leído.

Dyer puede llegar ser excepcionalmente divertido, en especial cuando, dentro de una extendida cadena, fantasea con encargar una estatua de Friedrich Nietzsche abrazando a un caballo en Turín, que va de lo serio a lo surrealista y a la megalomanía, de la misma manera que el propio filósofo alemán. Resulta ingenioso cuando se muestra preocupado por ser un poco viejo para las nuevas drogas, el alcohol y el sexo. Escribir sobre el envejecimiento y los mil golpes que la carne hereda no es fácil. Ludwing Wittgenstein aclaró que no puedes sentir el dolor de otra persona, solo inferirlo. Analista cultural avezado, Dyer escribe sobre la experiencia real de la lectura; más que del compromiso crítico con un texto. Es impagable su franqueza sobre la libertad de no leer algo, o admitir que simplemente no lo está disfrutando. Ejemplo, Anthony Powell: "Hace unos 10 años (en realidad al comprobar las fechas, resulta que han sido 14) abandoné Una danza para la música del tiempo tras el volumen cinco, El restaurante chino de Casanova. Nadie podrá decir que, después de 1.200 páginas, no le había dado una oportunidad a Powell, aunque eso de hecho es lo que dijo mi suegro" (página 91). Cuenta, acto seguido, cómo la prosa de Powell, desde el principio, se situó en un entorno de energía de bajo voltaje, de clase alta, capaz de mantenerse, con un mínimo esfuerzo, a lo largo de la inmensa distancia del recorrido de doce volúmenes. Algo que, según Dyer, como les sucede a los escaladores, requiere un mayor esfuerzo en el momento de acercarse a la cima. Y concluye: "Lo único que lamenté, cuando me di por vencido, fue no haberlo abandonado antes, idealmente antes de empezar".

Dyer ha publicado casi una veintena libros, de ficción y no ficción, que abarcan una amplia variedad de asuntos. Dada su edad sería el momento apropiado para uno crepuscular, pero no todos los escritores, independientemente de la etapa de su carrera, eligen enfrentarse así al ocaso de sus vidas. La condición para seguir creando, explica, es la incapacidad para admitir el deterioro. A los 50 años, Ernest Hemingway, inmerso en Al otro lado del río y entre los árboles, le dijo a su editor que una vez más estaba escribiendo como si tuviera 25. El libro fue recibido por los lectores de manera muy diferente. Entre los escritores, pintores, compositores y deportistas de Los últimos días de Roger Federer figura Jean Rhys y otros que no fueron descubiertos hasta el final de sus carreras; aquellos como Ludwig van Beethoven, cuyas últimas creaciones figuran entre las más profundas; y los que como D. H. Lawrence y Friedrich Nietzsche, cuyas etapas finales se vieron truncadas por la muerte o la locura. Están los que, como Jack Kerouac, brillan en sus inicios y luego desaparecen; aquellos como Duke Ellington, que parecen desaparecer y regresar; y los que, como Federer, se muestran decididos a no desaparecer e intentan volver repetidamente. De otros apenas podemos qué pensar, caso de Bob Dylan. Dyer se acuerda, además, de Eve Babitz y de Annie Dillard, a las que descubre tarde.

Encontré también algo tarde a Dyer y desde ese momento no dejé de leer todo lo que de él cayó en mis manos. Muchas veces con una libreta para anotar los cientos de sugerencias y la información que extraigo de sus libros o de sus artículos, desde la propia Babitz, de la que tampoco tenía noticia, hasta una canción de Gillian Welch con Dave Rawlings, cualquier momento supremo de Coltrane o los discos de Pharoah Sanders y Art Pepper que hacía tiempo no escuchaba. A Dyer le debo la fragante lectura de Pero hermoso, con ocho historias inolvidables del jazz, y la luminosa explicación del cine de Andréi Tarkovski en Zona. En el inicio de Los últimos días de Roger Federer está The End, la última pieza del primer disco de The Doors.

Es uno de esos libros sobre el fin de las cosas que uno nunca querría terminar. Por eso he vuelto a empezarlo.

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