El caminante

En altamar con Wagner

Manuel Muñoz

Manuel Muñoz

El Palau de les Arts pone en escena Tristán e Isolda de Richard Wagner por primera vez desde su inauguración en 2005, con dirección musical de James Gaffigan. La producción es de La Fura dels Baus, dirigida por Àlex Ollé, y procede de la Opéra National de Lyon, estrenada en 2011, con brillante dirección musical de Kirill Petrenko. Entonces poco conocido, Petrenko es ahora titular de la Filarmónica de Berlín tras triunfar con El anillo del nibelungo en el Festival de Bayreuth. Les Arts ya ofreció en junio de 2012 el Tristán de Wagner, en versión de concierto, bajo dirección de Zubin Mehta. Ahora lo presenta por vez primera en escena, y recupera las obras del compositor alemán, con las que logró éxitos tan importantes como la Tetralogía de La Fura dels Baus-Carlus Padrissa, grabada en DVD con dirección musical de Mehta. Cinco años antes el Palau de la Música ofreció, también en versión de concierto, el intenso segundo acto de la obra, dirigido por Yaron Traub. Cantó allí el papel de Isolda la soprano alemana Waltraud Meier, una de las mejores intérpretes del personaje, que acaba de anunciar su retirada de los escenarios y que deja memorables grabaciones de esa obra con Daniel Barenboim.

Se suele decir de Tristán que es una ópera, pero en realidad Wagner no la llamó así, sino drama musical, la denominación que utiliza para las obras escritas a partir de El oro del Rin, y que se ajustan a su teoría de la obra de arte total (Gesamtkunswerk) expuesta en Ópera y drama. Wagner acaba con los números separados de la tradición operística y presenta una acción continuada durante cada acto que evita las interrupciones con aplausos. El Festpielhaus de Bayreuth, que mandó construir, oculta la orquesta a la vista del público y allí inauguró la costumbre, ahora generalizada, de apagar la luz en la sala para concentrar la atención en la escena.

Tristán, además, ocupa un lugar singular en la historia de la música porque Schoenberg y sus seguidores de la Segunda Escuela de Viena quisieron ver en esa obra la disolución del lenguaje tonal y la puerta a la atonalidad. En el tercer compás del preludio aparece ya el llamado acorde de Tristán, que marca la indefinición tonal que preside la composición. Esa indefinición, a partir del uso del cromatismo y de una armonía en permanente evolución, es la forma que tiene Wagner de traducir en música el deseo insatisfecho de los amantes. Como destaca Bryan Magee, en las obras de Wagner la música se caracteriza por decir más cosas que el texto.

El crítico antiwagneriano Eduard Hanslick escribió que en Tristán e Isolda «ya no existe una modulación real, sino más bien un proceso de modulación perpetuamente ondulante, de forma que el oyente pierde la sensación de una tonalidad definida». Y añadía: «Nos sentimos como si estuviéramos en altamar, sin ningún terreno firme bajo nuestros pies». La música posterior deja claro que ese es su gran mérito.

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