Basilio Sánchez, el fervor de lo vivo

Lección existencial, poética y filosófica, la que este libro del poeta de Cáceres propone, donde el poema es el baile de los pájaros frente a la comitiva de la boda.

Basilio Sánchez, el fervor de lo vivo

Basilio Sánchez, el fervor de lo vivo / Íñigo Roy

Jaime Siles

Extremadura ha tenido y tiene grandes poetas: Félix Grande, Pureza Canelo, Ángel Campos Pámpano, Álvaro Valverde, Ada Salas, Diego Doncel y Basilio Sánchez son algunos de ellos. Este último, nacido en Cáceres en 1958 y médico de profesión, como lo fueron también Gottfried Benn, Williams Carlos Williams y Rogelio Buendía, ha sido reconocido por premios como el Loewe, el Tiflos, el Ricardo Molina, el Meléndez Valdés o el Extremadura a la Creación, entre otros. Y es justo que así haya sido porque su escritura al margen de grupos, capillas y tendencias, se caracteriza por la personalísima percepción de su mirada y su sabia y serena contemplación de la realidad, que indaga y analiza.

Este último libro suyo viene a confirmarlo, y la prosa con que el mismo se abre es, más que una poética, una declaración de lo que le atrae e interesa: «el fervor de lo vivo, la elocuencia sencilla de las cosas», que, «desde su luminosa levedad», nos sugieren o donan «esas pocas verdades esenciales que, al cabo de los años, cuando todo comienza a percibirse a cierta distancia, se nos vuelven de pronto imprescindibles».

Gil-Albert podría haber firmado y afirmado esto mismo, porque lo que Basilio Sánchez poetiza es tanto su vida como su verdad: su verdad de vida. Por eso, como un nuevo Sísifo, asume la tarea que le ha sido asignada: «Es una piedra buena / la que me han encargado / llevar sobre los hombros». No se rebela contra ella: la acepta sin más, porque ama -dice- «la eternidad de un solo instante, /el infinito breve de una noche». De ahí ese franciscanismo suyo que le hace captar los matices más puros de la nieve y la belleza que hay en la humildad. Por eso opone «el orden de la nieve» al desorden imperante en el mundo. Para él «todas las sombras tienen sentimientos», y «lo indescifrable y lo secreto» es lo que nos permite ver que «todo en la vida tiene siempre /más de un significado».

Poética equilibrada

Como María Zambrano, Basilio Sánchez establece su posición y perspectiva desde un claro del bosque y llega a la conclusión de que «Nada de lo que existe / ambiciona ser más de lo que es». Lección existencial, poética y filosófica, la que este libro suyo nos propone. En él hay construcciones paratácticas en la sintaxis, versos largos y breves alternados en la métrica, sencillez en el léxico, pureza en la dicción, sosteniendo un universo ligero pero firme, tan sólido como profundo y límpido, y equilibrado tanto en su esencia como en su perfección. San Juan de la Cruz, Chesterton, Berger, Rilke, Neruda, Hikmet son cuentas en el collar de su corona lírica, que aporta diagnósticos tan precisos como éste: «Salvo la oscuridad y la pobreza / ya apenas queda nada bajo la superficie de la luz». Basilio Sánchez levanta así un acta completa «de su ejercicio humilde de vivir», que es también el nuestro: el de todos nosotros, que «estamos invitados a una fiesta / de la que sólo oímos la música a lo lejos, /de la que percibimos, en medio de la noche, el resplandor».

La poesía es para él «una apuesta / moral ante la vida» como lo es también su visión del otoño, o su interpretación de la quietud: «una forma íntima de defensa moral». Subrayo esto porque su poesía es tan ética como solidaria, tan singularmente religiosa (esto es: con escrúpulo de conciencia) como bien escrita, concebida y desarrollada. Poemas suyos como «La semilla del reino», «Tardes de lectura en el jardín», «Las Palabras» o «Escrito en una hoja» pueden servir de ejemplo de ello. Otro elemento fundamental de esta escritura es su reflexión metapoética, en la que alcanza momentos cimeros como éste: «El tiempo del poema / no es el tiempo del mundo./ El suyo es el espacio / secreto de los signos». Poesía, pues, de pensamiento y de emoción, que tiene la virtud de ponernos frente a nosotros mismos como en un espejo que nos devuelve una neta imagen de que ni somos hombres insatisfechos ni felices sino una mixtura de momentos variables en los que somos unos y otros a la vez. Si Giotto escribiera lo haría como Basilio Sánchez.