Cuando los superhéroes eran psicodelia

En 1963 Stan Lee presentaba en el comic-book Strange Tales un personaje creado por Steve Ditko que encajaba con un dibujante famoso por sus particularidades

Cuando los superhéroes eran psicodelia

Cuando los superhéroes eran psicodelia

Álvaro Pons

Cuando la psicodelia despertó, el Dr. Extraño ya estaba ahí. En 1963 Stan Lee presentaba en el comic-book Strange Tales un personaje creado por Steve Ditko que encajaba perfectamente con un dibujante famoso por sus particularidades. Seguidor de Ayn Rand y fascinado por el misticismo oriental, el dibujante dejaba entrar en un universo superheroico que hundía sus raíces en la ciencia y el miedo atómico a un personaje mágico con el que podía desatar potentes imágenes surrealistas, que eclosionaron en el imaginario popular a la par que los movimientos psicodélicos. No fue el único pionero en la psicodelia: muchas de las imágenes que Jack Kirby creó para Fantastic Four, Silver Surfer o Los Eternos son auténticos arrebatos visuales alucinógenos, que sin duda influyeron en artistas que impulsaron el arte psicodélico como Víctor Moscoso, Wes Wilson, Rick Griffin o Bonnie MacLean. Ligados en muchos casos a la emergente escena del cómic underground, es evidente que la obra de Ditko y Kirby estuvo ahí, pero el Dr. Extraño trascendió y se convirtió en un estandarte del movimiento, en parte de la cultura del LSD, aumentando su popularidad hasta tener una serie propia firmada por Steve Englehart y Frank Brunner, que abrazaron de forma consciente esa herencia y relevancia.

Sesenta años después, el personaje ha dejado sus ínfulas lisérgicas para formar parte domesticada de la maquinaria cinematográfica Marvel, pero sin renunciar a esas imágenes sorprendentes, mesmerizantes, que ahora proporcionan la potencia de los procesadores gráficos en 3D, pero que por lo menos en su última entrega homenajeaban explícitamente las creaciones de Ditko.

Sin embargo, pese a que las películas parecen contener cualquier atisbo de exceso revolucionario que pueda poner en peligro la recaudación, parece que los tebeos siguen dejando cierto espacio para ese espíritu de experimentación libre que contenían las páginas de Ditko y Kirby. Y si alguien podía hacerlo es Tradd Moore, que en su día sorprendió en la miniserie Estela Plateada. Negro y que ahora despliega un torrente de talento en Amanecer de Otoño (Panini Cómics, traducción de Gonzalo Quesada). Acompañado de Heather Moore al color, el autor aborda al famoso personaje con una historia que entronca la magia con la maternidad, con teologías primordiales que bucean en el pasado de la humanidad para entender la sumisión del ser humano a las deidades. Filosofía y delirio en la mejor tradición del personaje, que el dibujante aprovecha para explorar todos los caminos gráficos posibles: con la mirada puesta evidentemente Ditko, cada página se convierte en un auténtico tour de force expresivo, en el que línea y color se combinan para que su arte se convierta en parte de la historia. Porque la explosión gráfica onírica que llena la viñeta es en sí misma una invitación a percepciones alteradas, a un viaje lisérgico que logra que el dibujo cuente su propia historia, que transmita esa extraña sensación de disociación sensorial que lleva al lector a estar dentro y fuera de la página simultáneamente. El horror vacui que parece contagiar cada espacio de la página, llena de líneas y colores impactantes, genera escenarios psicodélicos imposibles que nos llevan a los pósteres del San Francisco de los años 60, por los que estilizadas figuras que nos recuerdan a Egon Schiele se mueven con naturalidad. Pasar la mirada por cada página es dejarse contagiar por un efecto casi estroboscópico que nos atrae hipnóticamente hasta que somos conscientes de que las páginas de este cómic no se leen, se experimentan, en una edición a gran tamaño que ayuda a dejarse llevar por el trabajo de Tradd y Heather Moore.

Atentos: es un tebeo adictivo.

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