¿Qué hacer, sino vivir?

Tengo aquí todos los libros de Ana María Moix. Del primero al último. Los leí en su momento. Y nunca he dejado de hacerlo.

Poesía Completa de Ana María Moix

Poesía Completa de Ana María Moix / Levante-EMV

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Qué haré con el miedo

Alejandra Pizarnik

En Algo personal, una especie de mi autobiografía lectora dedico un capítulo a uno de sus libros de poemas: Baladas del Dulce Jim, publicado en 1969 en la colección de poesía El bardo, dirigida por José Batlló, con un prólogo de Vázquez Montalbán: «es un ejercicio de libertad imaginativa y cultural que termina en un precioso beso entre el Che Guevara y Gustavo Adolfo Bécquer». Muchos de esos ejemplares están descuartizados. De tanto abrirlos y cerrarlos, de tanto rayarlos porque los libros, digan lo que digan los limpios de lápiz y no sé si de corazón, son en realidad sus subrayados. Fue la única mujer incluida en la antología poética Nueve Novísimos, de José Mª Castellet. Una nota curiosa: en la portada de la primera edición (aquí la tengo: 1970) sólo ponía ese título. Y dentro: Nueve novísimos poetas españoles. Después, y hasta ahora mismo, será eso lo que aparezca en las cubiertas. La nueva o vieja españolidad. En fin.

Ahora se está produciendo una recuperación de Ana María Moix. Nunca supe que había desaparecido. Ella sí, porque murió el 28 de febrero de 2014. Pero no sus libros. Tal vez porque siempre los tuve conmigo. Porque cuando escribí mis primeros poemas (¡horror!) allí estaban los suyos, con ese ambiente portuario de libros ajenos y canciones, de nombres literarios y cinematográficos que nos acompañaban en esa soledad que tantas veces era una soledad colectiva, según miraras a un lado u otro de la oscuridad cultural (y tantas otras) del franquismo: «¿a dónde iré a parar además de a la soledad?», escribe en una de las cartas a Rosa Chacel en enero o febrero de 1968. No se pierdan ese epistolario más que imprescindible: De mar a mar (Comba, 2015). Las dudas primeras que nunca la abandonarían. La fragilidad que arrastraba desde la infancia y la adolescencia. Y la firmeza de su interlocutora -que a ratos también se hundía en sus propias incertidumbres editoriales- para levantarle el ánimo: «Tú tienes que escribir; has nacido para eso…». Poco antes, Ana María Moix le decía en una de sus misivas que su primera novela había quedado la sexta en el premio Nadal y que a lo mejor la publicaba Destino. Seguramente se trataba de Julia. No lo sé. Seguramente. Finalmente la publicó Seix Barral en 1970. Aquí tengo esa edición. Y la nueva, la magnífica -como todas las suyas- que acaba de sacar la editorial valenciana Bamba con un prólogo conmovedor de Julia Viejo. Un relato generacional. El ámbito familiar que tanto se parecerá al suyo. La inocencia machacada. Papá y Mamá. Los hermanos Rafael y Ernesto. La muerte, lo que va quedando en el poso de la memoria, esos armarios que eran como la guarida de los monstruos que aterrorizaban sus sueños cuando niña, escarbar en los secretos familiares y descubrir que al final lo que te queda, como a ella ya pasados algunos años, es sólo una indomable necesidad de llorar. La imposibilidad de rescate que ninguna edad adulta (tampoco la de Julia) podrá llevar a cabo de la infancia: «Intentar revivir aquellos años muertos…». Ya aquí, en este relato lleno de sugerencias literarias más que notables, la libertad imaginativa que reclamaba Vázquez Montalbán para quien ya dejaba muestras de escritora grande cuando apenas había dejado atrás la adolescencia.

En la nueva edición de sus poemas, con una introducción ajustadísima de Andreu Jaume, se han añadido dos libros inéditos: Palabras, por ejemplo y Cancionero para una dama, que datan posiblemente de mediados los años sesenta y primeros setenta: todo, claro, del pasado siglo. Ya ahí, en esos textos, lo que luego será una constante en su vida y en su obra literaria: «En soledad con la tierra guarda / silencio el cuerpo…». Los libros que había publicado regresan ahora como lo que fueron: una voz única en medio de un mundo inhóspito para la poesía que se salía de todas las madres. Tal vez Bécquer, Cernuda, Gimferrer y Alejandra Pizarnik siempre estuvieron ahí, con ella, con su poesía de siempre. En esta Poseía completa están todos esos libros: Baladas del Dulce Jim, Una novela, No time for flowers, Call me Stone, Palabras, por ejemplo y Cancionero para una dama. No sé por qué, pero los puedo dejar caer todos sobre la mesa y siempre saldría boca arriba Baladas del Dulce Jim. Igual es porque fue el primero que leí, recién publicado en aquel ya lejanísimo 1969. Un deslumbramiento, entonces, que no ha desaparecido. Ese poema: todo un subrayado en aquella primera lectura. Aquí está. Con una anotación a lápiz donde destacan tres estrellas (lo máximo en la seguramente indocumentada valoración de lector primerizo): «Tembló el mar como una golondrina cuando por fin comprendimos que no podíamos hacer otra cosa sino vivir. Pero las ciudades estaban lejos y como si una gran helada hubiera caído a mis espaldas y me fuera imposible regresar, no puedo decir cuántos días tardé en averiguar que todas las calles desembocan en los muelles y qué triste es tener que abandonar las casas para que las paredes y los libros no nos vean llorar».

No sé si ustedes habían leído a Ana María Moix. Si es que no, ahora tienen ocasión de enmendar ese descuido. Y si son como yo mismo fans de una escritora como la copa de un pino más alto que el Empire State, regresen con Julia y Poesía completa a una escritura de las que dejan huella. Huella de la buena, quiero decir. De la buena.

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