Un periquito que un pariente regaló a su hija cuando apenas tenía un año fue la primera mascota que entró en su casa. Robert Belmonte lo aceptó de mala gana, pero aquel animal le inoculó una afición contagiosa por la ornitología que no tardaría en derivarse hacia los agapornis, un ave de la familia de los loros, originaria de África, que también es conocida popularmente como el inseparable o el pájaro del amor (lovebirds). Convertido hoy en criador de agapornis, este aficionado de Cullera se acaba de proclamar campeón del mundo en una competición celebrada en Zwolle (Holanda).

Los 94 puntos cosechados por el ejemplar presentado por Belmonte, un Fisher Euwing, le han permitido imponerse a un agaporni de otro criador de la Ribera, Ximo Oliver, de Guadassuar. Se trata en este caso de un Fisher amarillo dominante, una mutación todavía incipiente. Eran los dos únicos españoles en una categoría del mundial que agrupa a aquellos ejemplares que no tienen un color claramente definido y en la que competían 45 agapornis procedentes de países europeos principalmente. Si bien Oliver ya contaba en su palmarés con tres títulos de Europa, era la primera vez que ambos participaban en un mundial.

La cría de un agaporni de concurso es un proceso laborioso que, a través del sucesivos cruces, busca obtener ejemplares que se ajusten a unos estándares de belleza en cuanto al color y su distribución en el plumaje, posición de las alas.... «Intentas buscar siempre lo bueno y lo mejor», resume Robert Belmonte, mientras explica que con ese objetivo se evita cruzar ejemplares que puedan tener algún pequeño defecto que sólo llega a apreciar un criador.

Dedicación y paciencia

Junto a esta vertiente genética, también hay un paciente trabajo para acostumbrar al animal a adoptar una posición concreta que permita al jurado valorar su morfología y, al mismo tiempo, que se familiarice con la presencia humana. «Hay pájaro que no sabe estar quieto y eso puede derivar en una mala puntuación o incluso en una descalificación», explica Oliver. En su caso, asegura pasar «horas» junto a la jaula para ofrecer un nuevo punto de apoyo al agaporni que le permita coger esa posición. «Así también lo acostumbras a estar cerca de forma que cuando llegue el jurado no se asuste», señala. Belmonte, por su parte, resume de forma contundente: «Eso son horas, horas y horas».

El agaporni que ha ganado el mundial es la «cuarta o quinta» generación en un proceso de cruces realizado por el criador de Cullera, mientras que en el caso de Oliver es la tercera. «Se trata de un ave que puede criar varias veces al año, pero yo hago que críen sólo una vez. ¿Para qué quiero más repetidos?», comenta el criador de Guadassuar, que se introdujo en el mundo de los agapornis en 2007 con la adquisición de un primer ejemplar. En la actualidad tiene 59. «Un amigo se había comprado uno, me gustaba y yo también compré. Luego te informas y ves que hay varios tipos, colores, te compras una pareja de azules, otra de verdes y te acercas poco a poco a gente que conoce el mundo vas aprendiendo».

Robert Belmonte, por su parte, recuerda que, con un absoluto desconocimiento, buscó una pareja a aquel primer periquito que bautizaron en casa como «Pepito» y se inició en la cría hasta que una sobrina le enseñó un día un agaporni. «Nada más verle el pico rojo y el aro ocular blanco me quedé enamorado de él», relata. Hoy, integrado en la Sociedad Ornitológica de Cullera, no sabe concretar cuantos ejemplares cría a la vez. «Sesenta o setenta», estima.

Ambos explican que, además de una gran variedad de colores, hay nueve especies de agapornis entre las que se encuentran la Fisher, que es con la que ambos trabajan. Aseguran por experiencia propia que, si se tienen como mascotas, «son muy listos» y que esa condición de inseparables que se les atribuye por los fuertes vínculos que pueden llegar a crear con sus parejas -«son muy posesivos», explican- también la trasladan a los humanos. «Yo tenía uno en casa y cuando lo bajé y ya no me veía todos los días cogió depresión. Te cogen cariño, pero a la vez, a mi padre no lo podía ni ver», relata Oliver.

Original de África

Algunos aficionados pueden llegar a pagar cantidades importantes por un agaporni bien trabajado, aunque estos criadores prefieren no hablar de dinero. «Yo no estaría dispuesto a vender el mío», afirma Belmonte. Ambos señalan que, como en el caso de la colombicultura, todo depende de lo que el comprador esté dispuesto a pagar. Las nuevas mutaciones no pasan desapercibidas entre los aficionados.

«El agaporni original de África es el verde y yo, de origen, gasto el verde. Lo mejor es tener verdes buenos para poder sacar mutaciones buenas. He sido campeón de España con uno verde y me gustaría, sino campeón del mundo porque es decir mucho, ser campeón de Europa con uno verde», comenta Ximo Oliver, que pertenece a la Sociedad Ornitológica de Agullent.

Se da la circunstancia de que el agaporni que quedó segundo en el mundial con 93 puntos había ganado el autonómico por delante del ejemplar de Belmonte. «Con dos pájaros diferentes de la misma mutación este año he ganado un autonómico, el nacional y el mundial. Para mi es un orgullo», relata Robert Belmonte, mientras recuerda que con la puntuación obtenida en el primer concurso al que concurrió en Paiporta estaba decidido a abandonar. En el horizonte, el próximo mundial se celebrará en 2020 en Portugal.