Desirée no oculta las dificultades que acarrea un oficio como el de enterradora: «Es un trabajo muy duro pero muy bonito, en el que por encima de todo tienes que ser una persona muy respetuosa. Hay que tratar a la gente con mucho cariño y mucho tacto. Todos nos hemos visto en esa situación y sabemos lo complicado que es. En muchas ocasiones la gente viene muy afectada, incluso tras pasar días o semanas en un hospital. En esos momentos, la familia quiere descansar y nosotros tenemos que ponérselo fácil y poner soluciones a cualquier problema que pueda aparecer. Esto lleva mucha carga emocional», explica, para añadir a continuación: «Es cierto que aquí hacemos de todo, tienes que coger la escoba y ponerte a barrer, regar y cuidar la vegetación, pero también tienes que hacer restos o realizar una sepultura. Lo que no me gusta es tener que enterrar a niños o gente joven. Yo que soy madre, lo pienso y me da escalofríos, pero tengo que ser profesional. Cuando esas cosas pasan, a todos los que estamos aquí nos afecta. Esto te tiene que gustar y tienes que ser consciente de lo que haces, además, no puedes luego llevarte a casa toda esa carga emocional». Pero, como reconoce, también tiene sus cosas buenas: «Es muy bonito cuando una persona viene semanas después al cementerio o la ves por la calle y te da las gracias por cómo les has ayudado en un momento tan delicado para ella».