«Todos tenemos familia allí y estamos preocupados porque es muy grave». «Por las noches no podemos dormir». «En Ucrania ya no hay miedo, eso fueron los dos primeros días, solo rabia, pero Ucrania esta vez no se va a rendir».

Los bombardeos que han seguido a la invasión rusa causan angustia en las familias ucranianas asentadas en la Ribera que, pese a la distancia, mantienen un contacto diario con parientes y amigos que les describen el horror de la guerra. La comunidad de Alberic, que agrupa a familias de pueblos del entorno, se ha movilizado para recoger medicamentos, ropa y comida que han empezado a enviar a su país.

«Es lo más preciso para ellos y es lo que podemos hacer, además de darles todo nuestro apoyo moral», relata Sergio, hermano de un militar que está en «primera línea». Señala que sus vivencias de la guerra comenzaron en 2014 cuando en la defensa de las fronteras de Donetsk y Lugansk su hermano fue capturado por los rusos y «encerrado en una jaula como los perros». Asegura que se ha planteado volver para defender el país, «pero mi hermano y mi familia me dicen que no». Tiene un hijo de muy corta edad. Sus cuñados colaboran con otros civiles para intentar detener el avance de los tanques.

Los relatos del drama que se vive se suceden. «Nuestra familia está escondida bajo tierra, al lado de Kiev, están atrapados en sótanos y no tienen ni comida ni luz ni nada. Mi suegra, con 73 años, no tiene su medicación», relata Svitlana.

Maria tiene familiares haciendo frente a los rusos «en primera línea» y se muestra muy crítica con aquellos que, gracias a tener dinero, han abandonado el país. «Estoy en contacto con mi familia cada día y es horrible, solo hablar ya cuesta mucho, pero esta vez Ucrania no se va a rendir, ya les regalamos Crimea, más no. No somos esclavos de Rusia, lo fuimos muchos años y quieren que vuelva a ser así, pero no puede ser», incide. Conoce casos de familias que permanecen escondidas en sótanos, pero también de otras que se han rebelado a vivir así. «La gente no puede más, baja a esconderse diez o doce veces al día, pero la última noche (miércoles) dos hijos de una amiga profesora en Sumy dijeron que, pase lo que pase, no volvían a esconderse», relata. Se muestra firme al señalar que «en Ucrania ya no hay miedo, eso fueron los dos primeros días, hay rabia».

Ángela está en contacto con su madre, de 73 años, que vive sola. Está nerviosa a pesar de que, de momento, está lejos de la zona de conflicto. «Hoy están en Kiev y mañana no se sabe dónde estarán», comenta. Recibe en casa la señal de una televisión rusa que no soporta. «Me pone nerviosa, todo lo que dice es mentira. Están engañando a la gente, aunque la gente tiene familia, habla y empieza a ver lo que de verdad está pasando».