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el buen valenciano

El nacionalismo es creer que el hombre desciende de distintos monos

Jaume Perich

Escribo estas irreflexiones respecto al 9 de Octubre con un cabreo del carajo con aquellos que me dicen como debe ser, o no, un buen valenciano. Mis padres llegaron desde Pozoblanco (Córdoba) y tuvieron a bien nacerme en Gandia. Mal comienzo para que algunos me consideren valenciano de pura cepa.

Hablo y entiendo perfectamente el valenciano, el catalán o como tengan a bien llamarlo. Como lo llamen o lo dejen de llamar es algo que me la trae muy pero que muy al pairo, pues lo único que quiero es comunicarme con el de enfrente, hacerme entender y entenderle yo; algo que consigo con buena educación, esfuerzo por hablar varias lenguas y usarlas sin complejos políticos de ningún tipo.

Me adelantaré a sus críticas: si conoces perfectamente la lengua de la tierra, ¿por qué no la usas en este artículo? Cómo supondrán los más avezados mi lengua materna es el castellano, español o, de nuevo, como quieran llamarlo, que ni para el nombre de las lenguas nos ponemos de acuerdo. Es en la que mejor escupo mis tonterías y, como no hay prohibición alguna al respecto, lo hago con la conciencia tranquila.

Conozco la historia de este País, Reino, Comunidad o como quieran llamarle, que también me la trae al pairo. Conozco la historia de Gandia, de España, de Andalucía y, asómbrense, me he preocupado de conocer la Historia Universal, la Historia de la Ciencia, la de la Filosofía e incluso la del Arte o la Carrera Espacial. No se lo van a creer pero la Historia de esto llamado Valencia, comparativamente hablando, es de lo más normalita alternando periodos de esplendor y decadencia en los que tampoco nos ponemos de acuerdo.

Además les digo que me importa muy poquito la historia en comparación con lo que me importa el futuro en general y el de mi familia en particular que, en estos años, me ha llevado a vivir a Madrid donde el ser valenciano hoy, y ser de Gandia en concreto, es un enorme lastre que tenemos que arrastrar.

Dejen de reírse de los tópicos sobre los andaluces y otras tierras españolas y empiecen a preocuparse de términos como «pastilleros», «masca chapas» o fiesteros que son los utilizados para reírse de los nacidos al este de Almansa.

No paseo banderas por las calles, ni canto el himno (por el bien de todos) pero trato de sumar y no de restar, pago mis impuestos en Gandia y hago proselitismo económico y cultural allí donde puedo pero, créanme, con la imagen incapaz de nuestros políticos, la cultura rancia y la economía huérfana de un modelo más allá de un trasnochado turismo en decadencia es muy difícil hacer nada por lavar nuestra imagen.

Me han llamado «castellà» de forma despectiva durante toda mi vida los mismos que luego doblaban la espalda de forma sumisa al oír España y ven en Madrid el culmen de sus aspiraciones políticas y económicas.

Nadie me ha dicho todavía si soy un buen valenciano o no pues también juego al truc -muy bien por cierto- me gusta tomarme mi «bombonet» y mi bocadillo de sepia con mahonesa. Eso sí, no me gusta ni la cazalla, aunque sí la mistela, ni las fallas, pero sí la música de bandas, y mucho.

No tengo acento valenciano, creo que he dicho dos veces «che» en mi vida -tres con esta- y estoy harto de argumentar que Gandia es mucho más que fiesta, playas, tetes y tetas. Pero argumentos como Grisolía, Instituto de Investigaciones Oncológicas, Sorolla, doctor Cavadas o Ausias March se eclipsan por otros como «Gandia Shore», Francisco Camps o Arturo Torró, a quien -debido a su falta de varios sentidos como el del ridículo y el de la responsabilidad- se le conoce, y bien, por estos lares.

Mi hijo, que nació en Gandia, lo lleva a orgullo con sus 9 años y él, únicamente él, es mi patria y la palma de su manita mi territorio. Así que mientras él diga que soy el mejor padre del mundo me importa una higa los «ismos» de todos los políticos de este país.

Espero que me hayan entendido porque espero haber sido clarito. Eso sí, no creo haber hecho amigos con este artículo.

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