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El voto institucional

El voto institucional

t odo el mundo tiene un plan, hasta que le rompen la cara. Esa frase de Mike Tysson, excampeón mundial de los pesos pesados, que recoge Lawrence Freedman en su libro Estrategia, describe bien los resultados que el PP obtuvo en las pasadas elecciones generales. Con la cara hecha un mapa y un electorado en desbandada, Pablo Casado ha emprendido una lastimosa carrera hacia el centro político realmente cómica porque, ¿quién puede tomársela en serio? Tras los pactos con los neofascistas en Andalucía y los ministerios ofrecidos por el líder del PP a Vox días antes del 26 de abril, la centralidad, no solo del PP sino de Cs, es solo literatura, un camelo destinado a crédulos o fanáticos.

Después de las municipales, lejos de demostrar el viraje hacia el centro que proclaman, esos dos partidos seguirán llegando a acuerdos con la ultraderecha en todos ayuntamientos de España si eso les permite acceder al poder, porque lo contrario, aislar institucionalmente a Vox, supondría un grado de calidad democrática e inteligencia política del que carecen tanto el partido de la regeneración fantasma como el de los pagos en diferido. El relato oficial de la derecha española la sitúa en un ficticio centro liberal, pero lo cierto es que no ha sido capaz de asumir en 40 años un liberalismo de corte europeo.

Traslademos a Gandia ese rocambolesco viaje al centro político para descubrir lo que realmente es, un fake del tamaño del Taj Mahal que se desmonta con una simple pregunta. ¿Estarían dispuestos el PP y Cs, llegado el caso, a renunciar a un pacto de gobierno con Vox aunque eso les obligase a seguir en la oposición o a llegar a acuerdos a la alemana con la izquierda? Ni en sueños. Al contrario, como en Andalucía, se aliarían de inmediato con Vox mientras venderían la moto de que al centro se va mejor por los suburbios. La referencia a Vox es obligada porque las probabilidades de que el partido ultrakitsch obtenga un acta de concejal en Gandia son muy altas. En las elecciones del domingo pasado Vox logró en Gandia 4.255 votos y en las de la Comunitat Valenciana 3.600. Cifras más que elocuentes si se piensa que en Gandia solo hacen falta en torno a 1.900 votos para conseguir un acta de concejal. Sobre ese hipotético, aunque prácticamente seguro, concejal de Vox pivotaría un eventual gobierno escorado hacia la ultraderecha, una situación insólita en 40 años de democracia municipal.

Imaginemos, pues, la composición de ese supuesto gobierno local: un alcalde investigado por la Policía Judicial de la Guardia Civil por el caso Púnica ( Víctor Soler) aliado con un disyóquey recién llegado a la política nombrado a dedo en un despacho de Valencia ( Pascal Renolt) y con otro aparecido del partido ultrakitsch. Parece una broma siniestra pero es una posibilidad que ya se está barajando en los cuarteles de las derechas locales centradas, centristas, caballistas: viajar al centro por esa ruta de vía estrecha, muy parecida a un camino de cabras, que termina en el castillo de Drácula.

Confiar en esa mezcla de políticos todo a cien moviéndose hacia el centro a ritmo de discomóvil y vampirizados por Vox equivaldría a dejar el ayuntamiento en manos de una Banda del Empastre aún peor que la de Arturo Torró.

La única alternativa para evitar que la ciudad vuelva a alcanzar las más altas cotas de la miseria y el ridículo es optar por el voto útil, revalidar la confianza en cualquiera de los dos partidos (Compromís o PSPV) que han reconducido el consistorio a la senda de la normalidad institucional y económica, cuentan con políticos no teledirigidos desde Valencia y (al contrario que la izquierda residual e inútil) aseguran a sus votantes que sus papeletas electorales no acabarán en el cubo de la basura.

Votar a Compromís o al PSPV será el próximo día 28 una opción menos partidista que institucional. También elegiremos entonces a quienes nos representarán en el Parlamento Europeo, y no deberíamos olvidar que el éxito universal de Europa se basó en la fortaleza de sus instituciones. Si hoy el proyecto europeo resiste pese a las graves crisis que lo amenazan se debe a esa fortaleza. Las instituciones más cercanas a los ciudadanos son los ayuntamientos, y el de Gandia no puede acabar reducido a una caricatura europea en manos de irresponsables, outsiders e inconstitucionalitas que quieren sacar a España de la UE y liquidar el sistema desde dentro.

No queda otra para quienes crean que Gandia debe ponerse a salvo del contagio de Vox: votar al partido de Josep Alandete o al de Diana Morant, los únicos capaces de bloquear a los ultras. Medida sanitaria de urgencia que es, después, de todo, la que recomienda Europa.

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