Hace cerca de treinta años la Compañía Hidroeléctrica, ahora Iberdrola, situó una pequeña pasarela sobre el Serpis, en el paraje de la Llacuna de Villalonga, para poder acceder con mayor facilidad a una pequeña central eléctrica situada en el margen izquierdo del río. Durante 25 años esa instalación permaneció inalterable, hasta que, en diciembre de 2016, la crecida originada por fortísimas lluvias en la cuenca alta y media del río se la llevó por delante. Iberdrola restituyó el paso elevado seis meses después, pero en esta ocasión ha durado mucho menos. Concretamente hasta el martes pasado, cuando la corriente arrastró la instalación.

El mismo día, el río engulló un buen mordisco de tierra en la zona conocida como la Creueta, a la entrada de Villalonga llegando por Ador, hecho que tampoco había ocurrido en décadas.

Son solo dos ejemplos, de evidencia visual, sobre el cambio en el régimen de avenidas que se está produciendo en la cuenca del Serpis, algo que, eso ya está en manos de los científicos, podría estar relacionado con el cambio climático que está experimentando todo el planeta pero, también según los estudios, con especial incidencia en la cuenca del mar Mediterráneo. De hecho, la borrasca Gloria, que así se ha bautizado este tremendo temporal, ha permitido a muchos, y también a la Administración, abrir los ojos y comenzar a analizar hasta qué punto resulta imprescindible repensar futuras actuaciones en el territorio para que las infraestructuras aguanten estos fenómenos que cada vez parecen más violentos y destructivos.

La riada de diciembre de 2016 en el Serpis se produjo después de un periodo de tres años que ha pasado a los anales climatológicos como una de las más intensas sequías en la misma cuenca. Hubo zonas en los que la lluvia acumulada apenas alcanzó los 200 litros por metro cuadrado en todo un año. Pero la interrupción del periodo sin lluvia generó, en la localidad de l'Orxa, precipitaciones que alcanzaron los 621 litros por metro cuadrado en apenas 60 horas, y se tuvieron que abrir, por pura necesidad, las compuertas del pantano de Beniarrés, que de estar casi vacío se situó en su máximo de 27 hectómetros cúbicos en menos de un día.

Así, no es extraño que la pequeña pasarela de la Reprimala de Villalonga desapareciera, que el río invadiera espacios que no alcanzaba desde hacía años y que en Gandia saltara la alerta por el posible desbordamiento de las aguas hacia la urbanización de Rafalcaid, tocando la desembocadura.

Entonces se dijo que aquel episodio figura entre los que la naturaleza genera «cada veinte o treinta años», pero la borrasca Gloria ha demostrado que eso ya no es tan así. Entre el domingo y el martes pasados la cabecera del pantano de Beniarrés, y también municipios como l'Orxa, Planes o Millena, todos ellos en la cuenca media del Serpis, volvieron a sumar más de 500 litros por metro cuadrado. Casi como en diciembre de 2016. Pero, como no en todos los lugares existen pluviómetros, induce a pensar que esa cifra se rebasó en algunos puntos con una mayor pluviometría.

Y otra vez el pantano, que ahora estaba a la mitad de su capacidad, se llenó a una velocidad de vértigo, superó incluso la cota máxima de los 27 hectómetros cúbicos y se tuvo que aliviar a un ritmo cercano a los 200 metros cúbicos por segundo para evitar que el agua sobrepasara la presa. Con ese caudal, más el que se le suma aguas abajo, el Serpis llegó a Villalonga con más de 350 metros cúbicos por segundo, y el Vernissa, a la altura de Almoines, le aportó casi 200 metros cúbicos más. De manera que, como en 2016, otra vez Gandia tuvo que montar un dispositivo de emergencia y sugerir a los vecinos de Rafalcaid que abandonaran sus viviendas la noche del lunes por si el caudal superaba la mota que protege a esta zona de viviendas.

Las condiciones esenciales de esas crecidas del Serpis, que apuntan a un cambio climático con episodios de lluvias más violentas, se generan sobre el mar. Cuando el aire se carga de humedad y una borrasca profunda, como Gloria, impulsa fuertes vientos del noreste, las masas de nubes descargan en la Safor, pero con mucha más intensidad en el Comtat y l'Alcoià cuando chocan con las elevaciones montañosas de aquellas comarcas vecinas. En estas condiciones, allí se acumula más lluvia que en la costa, como se constata con la precipitación caída en Gandia, que en este episodio «solo» acumuló alrededor de 200 litros por metro cuadrado.

Otra novedad de este cambio de escenario climático es la frecuencia con la que la Confederación Hidrográfica del Júcar ha tenido que maniobrar para que el Serpis no se desborde en Gandia, lo que generaría muchos daños porque decenas de viviendas quedarían literalmente sumergidas. En los últimos años, mirando con lupa los aforos y el caudal de salida en Beniarrés, los técnicos han salvado la situación al menos en tres ocasiones. En octubre de 2007, cuando el Vernissa se llevó el puente situado entre el Real y Beniarjó, en diciembre de 2016 y en este episodio de Gloria, catastrófico especialmente en la costa.