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Gineceo

gineceo | FOTOGRAFÍA DE RAFA ANDRÉS

Este pasado 5 de marzo, el mural que Toni Espinar hizo en el paseo de les Germanies de Gandia en el que aparecen representadas mujeres como Clara Campoamor, María Zambrano o Simone de Beavoir, entre otras, amaneció con una serie de pintadas de raíz claramente fascista que nos demuestra, una vez más, que el trabajo que nos queda por delante debe ser continuado de forma progresiva y sin bajar nunca la guardia. Precisamente, estamos siendo testigos los últimos días de la polémica levantada por la decisión de hacer una manifestación pacífica el 8M. Una manifestación, cabe decirse, que respetará las restricciones impuestas desde Sanidad. No deja de ser curioso que estos planteamientos se obviaron cuando se manifestaron en Madrid los del barrio de Salamanca, los negacionistas de las mascarillas, los detractores de la Ley Celaá o esa ignominiosa concentración en recuerdo de la División Azul en la que a los cuatros vientos se enalteció la figura de Hitler y se apeló al antisemitismo. Todo eso en un país democrático que ahora se pone las manos en la cabeza por una posible manifestación en defensa de los derechos de la mujer. Es precisamente por esto, aunque pueda parecer sutil a simple vista, por lo que es necesario este activismo, porque lo que en otros aspectos ni se planteó aquí despierta resquemor. Ese es el verdadero motivo por el cual no debe bajarse nunca la guardia, en el que también entran, obviamente, otros aspectos como la educación y la ética transmitida que siempre ha de sostenerse en el respeto hacia cualquier condición nacida u escogida.

El Feminismo en realidad, como tal, es una teoría política social fruto de la Modernidad. En las sociedades premodernas, como la Gandia de la duquesa Maria Enríquez, por ejemplo (a quien podríamos acuñar en terminología actual de «emporada») no podemos hablar de una cultura de la vindicación, lo más cercano sería una cultura de la queja: el ¿por qué yo no? La vindicación propiamente dicha vendría de los postulados resultantes de la filosofía barroca de la Ilustración en la que surgieron dos conceptos clave: el de libertad e igualdad, ya que fue con la caída del Antiguo Régimen cuando se estableció un patrón universal que fue aceptado en general, pero negado a un grupo particular: en este caso que hoy nos atañe, las mujeres, aunque no es el único. Fue entonces cuando hubo vindicación y, por ende, una semilla de lo que será el Feminismo como movimiento social.

Como he dicho unas líneas más arriba, en un primer momento se basó en los principios de libertad e igualdad, pero cuidado, porque este último no tiene sentido en una sociedad androcéntrica como la que hemos gestado. Me explico: no se puede hacer teoría feminista sin un sentido histórico del mundo, y por historia y mundo hemos de entender dos conceptos; el mundo propiamente dicho y la creación que nosotros hemos hecho del mismo.

El mundo en su estado natural apenas lo conocemos, no lo hemos dejado actuar en su desarrollo pleno; en cambio, el mundo hecho a nuestra imagen y semejanza es el que prevalece y legitima todo aquello que damos por hecho y sabido. Esto da como fruto que, desde tiempos inmemoriales, a través de normas, usos, costumbres, mitos y libros considerados sagrados se haya fomentado un patriarcado en el cual el modelo establecido es el masculino, totalmente canonizado y expuesto como hito a conseguir. Por lo tanto, si se apela por la igualdad de la mujer, este concepto entraña dos sujetos (A es igual a B y viceversa) así que la igualdad se está midiendo según la mujer es capaz de alcanzar unos cánones totalmente masculinos y tipificados, ya que la misma sociedad en su sentido histórico nunca ha dejado crecer, desarrollar y fomentar un sentido femenino auténtico e innato al que apelar.

Esto, en realidad, es difícil ya que vivimos con el peso de nuestras generaciones pasadas a nuestras espaldas y ello nos impide, en gran medida, avanzar hacia una nueva dirección. Parafraseando al historiador israelita Harari «vivimos con un brazo muerto que sale de la tierra y nos aprieta la garganta». Ese brazo muerto son nuestros antepasados que nos han perpetuado su visión del mundo y que, parece ser, casi de forma congénita, lo adquirimos al nacer y lo desarrollamos durante nuestra vida. Más peso todavía en países con una tradición fascista a sus espaldas, como el nuestro. Esto ha llevado a teorías como las de Heggel, quien las definía como todo aquello «sabido y querido», que vienen a decirnos que (sin nadie buscarlo o estudiarlo) hay conceptos que damos por sabidos y, sin percibirlo, muchos los normalizan como correctos. El concepto femenino de la belleza, la inocencia, el segundo plano, por ejemplo. Estos cánones son inmemoriales y, sin ir más lejos, nutren continentes como Europa mismo (paradigma de desarrollo) y lo nutre porque los mismos textos considerados referentes en su creación social (no política) lo sostienen a través de la tradición judeocristiana y grecolatina: Pandora, Eva, Sarah, Agar, Susana, Antígona, Yocasta. Incluso la tradición hebraica tiene a Lilith, quien, según tradiciones más heterodoxas, fue rechazada por Dios al negarse a hacer la postura del misionero.

Con esto vengo a decirles que venimos subyugados a semejante brazo muerto que nos aprisiona la garganta, que el camino hacia la libertad es difícil pero todavía más el que conduce hacia la igualdad, ya que esta es una incógnita, aunque el Feminismo en realidad sea una forma radical de apelar a unos conceptos tan necesarios y justos como la libertad y la igualdad.

Obviamente se ha avanzado y si cogemos textos coetáneos a su surgimiento vemos que vamos por el buen camino. Ahora mismo estamos en una tercera ola de reivindicación importante y necesaria. La primera fue su planteamiento, la segunda el sufragismo (que fue importantísimo y que lo podemos situar desde el 1848 hasta el 1958 aproximadamente) y la tercera es la que estamos viviendo.

Al fin y al cabo, el Feminismo es un índice de contenidos que deben ser alcanzados para que se produzca una idea de justicia con la que previamente se ha construido la visión del mundo y se es negada a la condición femenina. Así que, adelante.

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