La lluvia hacía brillar la luz de los semáforos reflejándola sobre el paisaje urbano cuando el Mercedes negro de los hermanos Xirivella, recién salidos de la cárcel de Picassent, se detuvo a la puerta del Banco Central.

Boro, el hermano mayor, ocultó la metralleta bajo la gabardina, se caló un Borsalino que le daba aspecto de gánster de película y se dirigió hacia el banco. Mientras, su hermano Pepito puso una estampa de San Dimas, «el buen ladrón», sobre el salpicadero, tomó el rosario de su madre y comenzó a rezar para que el atraco saliera bien.

Ante la ventanilla del cajero se alineaba una larga fila de pensionistas esperando para cobrar su pensión. El atracador no estaba dispuesto a esperar y entrando directamente en el despacho del director sacó la metralleta y dijo:

‑¡Esto es un atraco!

¡Pero hombre de Dios!, sonrío el director, menudo día ha elegido usted, hoy es día de pago de los pensionistas y para colmo tenemos problemas con la cerradura de la caja fuerte.

‑Eso no va a ser problema, ‑contestó el de la metralleta y sacando el móvil llamo a su hermano.

‑Pepito coge tu caja de herramientas y vente para aquí, tienes que abrir la cámara acorazada del banco.

Acompañado por el cajero, que le esperaba en la puerta principal, bajaron al sótano y colocándose un fonendoscopio, Pepito comenzó a auscultar los secretos que encerraba la cerradura.

En el despacho de dirección, Boro no dejaba de juguetear con la metralleta y para relajar la tensión el director le ofreció un cafetito.

‑Es una gran idea y si además le añade unos pastelitos, sería perfecto, contestó el atracador.

Cuando el botones apareció con los cafés y los pasteles advirtió al director:

‑Don Florencio, la cola de los jubilados ya llega hasta la esquina del edificio.

‑Pues tendrán que esperar,‑ sonrió Boro, mientras mojaba un pastelito en el café.

El gentío que guardaba la cola para cobrar su dinero estaba cada vez más nervioso y excitado. De pronto una mujer de unos 78 años comenzó a gritar.

‑¿Qué te pasa?, le preguntó el marido. ¿Te estás meando?

‑No, es que he roto aguas y me he puesto de parto.

‑Pero tú estás loca. A tu edad…

‑Sí, fue un descuido con el chico del butano.

En el despacho del director sonó el móvil de Boro y la voz de su hermano anunció:

‑Ya he podido abrir la cámara, hay tres bolsas de lona con un millón de euros en cada una de ellas.

Boro, con la ayuda de su metralleta, ordenó a todo el personal del banco que bajara al sótano, se metiera dentro de la cámara acorazada y luego cerró tranquilamente la puerta.

Los jubilados esperaban impacientes para cobrar sus pensiones. Entonces Boro saltó sobre uno de los mostradores y anunció:

‑Hoy, por gentileza de los hermanos Xirivella, cobrarán ustedes dos mil euros cada uno.

Un aplauso cerrado subrayó sus palabras. Antes de abandonar el banco le regalaron la metralleta al botones y este quedó perplejo al comprobar que era de juguete.