Charlando con la Inteligencia Artificial

Charlas con la Inteligencia Artificial

Charlas con la Inteligencia Artificial

OPINIÓN | J. Monrabal

La semana pasada, en vista de que llegaba San Valentín, le pregunté a la Inteligencia Artificial (AI) si el amor romántico era un mito. Su respuesta fue más bien decepcionante. Empezó diciendo, con una reserva que me pareció un poco antigua y muy por debajo de su reputación: «Es una pregunta complicada». He observado que, en ciertos temas, la IA se moja poco y tiende a irse descaradamente por las ramas. Luego, sin aclarar mucho más, añadió que mientras «algunos creen firmemente en la existencia del amor romántico, otros argumentan que es una construcción cultural y social que no está basada en la realidad». Vamos, que la IA no salía de esa típica división de opiniones taurina que no logra ni que el diestro dé la vuelta al ruedo ni sea blanco de las almohadillas y las protestas del público, dejando las cosas en la habitual tierra de nadie, entre la chicha y la limoná, que era con lo que íbamos tirando antes de que la IA se presentase por todo lo alto en sociedad.

Ya había comprobado, además, que la IA tenía un carácter difícil y muy poca correa. Hace un par de meses se me ocurrió pedir su opinión sobre el «tecnofeudalismo», régimen que, según el exministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis, habría desplazado de hecho a las democracias liberales y uno de cuyos dirigentes más notables sería Elon Musk. Pero entonces la IA se puso a defender al magnate sudafricano como si fuese su padre y Varoufakis un enredador.

Y cuando el domingo pasado le pregunté a la IA si no creía, como yo, que la mascletà organizada ese día en Madrid era una idea delirante como pocas, me contestó que no tenía opiniones personales, agregando, sin embargo, «que la idea de hacer una mascletà en Madrid podría ser interesante para aquellos que disfrutan de ese tipo de eventos tradicionales» y que, aunque Madrid no sea conocida por este tipo de celebraciones, «podría ser una forma de introducir una tradición cultural diferente en la ciudad». Algo que, en teoría, también podría decirse de la guillotina. O sea, que la IA no tenía ideas propias sobre el tema, pero, por otra parte, tampoco se decidía a cerrar el pico, gesto este de tirar la piedra y esconder la mano que me pareció tan penoso como la propia mascletà madrileña. En fin, que, con respecto a una ciudad como Madrid, (tan necesitada de inteligencia, de la clase que sea, a juzgar por las decisiones que toman sus dirigentes políticos), la IA escurriera el bulto con pseudorazonamientos a lo Díaz Ayuso y sin mencionar ni una sola a los patos me pareció deprimente.  

No más precisa ni creíble se mostró la IA cuando quise saber por qué no existen encuestas sobre el grado de apoyo que recibe la monarquía española. Aunque su respuesta tampoco esta vez resultó de gran ayuda, lo curioso es que la IA no dejó de avanzar hipótesis (como la de que la cuestión no interesa o puede generar opiniones a favor y en contra) entre las cuales no se encontraba la más lógica: que no existen esa clase de encuestas porque probablemente arrojarían datos incómodos para una institución que se sostiene en la convención del apoyo unánime de la población.

Al final, desconcertado por un comportamiento que me parecía manifiestamente mejorable, no tuve más remedio que interrogar a la IA por sí misma, es decir, sobre su nivel de competencia, a lo que contestó que se encontraba en un nivel «medio-avanzado» y que «aunque tengo limitaciones y no puedo compararme con la inteligencia humana estoy diseñada para ofrecer respuestas coherentes y útiles en diversas áreas del conocimiento». Declaración digna del Repelente Niño Vicente, y más que discutible a la luz de la experiencia (por lo menos la mía), que sin embargo me pareció absurdo rebatir, porque la IA es inagotable, incansable y ha sido diseñada para reservarse la última palabra en cualquier situación. Y eso sin contar con que no sabe guardar un secreto, carece por completo de sentido del humor y del matiz y no pilla las indirectas.

Aunque una lumbrera como Chomsky diga que es un timo colosal, no seré yo quien niegue las posibles ventajas futuras de la IA, pero para mantener una estimulante charla de bar sobre cuestiones generales, por ahora, no vale. Lo cual me parece una muy buena noticia para el sector hostelero, sobre el que recae la responsabilidad de preservar áreas de conocimiento quizás más limitadas e incoherentes, pero mucho más civilizatorias, alegres, espirituales y espirituosas. Y me parece que brindar por eso es lo más inteligente que podemos hacer mientras no se demuestre lo contrario.