Viaje al centro de la Tierra

Doce espeleólogos del Centre Excursionista de Gandia completaron los pasados días 15 y 16 de marzo el descenso a la Torca del Porrón, la segunda sima más profunda del mundo, con 435 metros, situada en el municipio cántabro de Ruesga

El equipo instalador con la «Cápsula del tiempo».

El equipo instalador con la «Cápsula del tiempo». / Centre Excursionista de Gandia

Josep Camacho

Doce espeleólogos, ocho de los cuales pertenecen al Centre Excursionista de Gandia, completaron los pasados días viernes 15 y sábado 16 de marzo el descenso y posterior remontada de la Torca del Porrón, una sima situada en el municipio cántabro de Ruesga, en el macizo de Porracolina. El pozo que alberga en su interior está catalogado como el más profundo de la península y el segundo del mundo, con 435 metros. 

Su vertiginosa profundidad, sus dimensiones desorbitadas y el retumbante eco que se produce allí abajo hacen que esta cavidad o torca, como se conoce en el norte de España a una sima, sólo sea accesible a unos pocos espeleólogos muy experimentados, con grandes dotes físicas y mentales.

La expedición estuvo formada por 11 hombres y una mujer: Marto Martínez, Marc Just, Ylenia Pellicer, Carles Sánchez, Rafa Cortell, Paco Colomer, Joan Pastor, Borja Pérez, Lucas Bertomeu, Carlos Catalá, Pau López y Josu Millet. Necesitaron previamente meses de preparación física y un meticuloso estudio de la cavidad, así como calcular las cuerdas, mosquetones y sacas que iban a necesitar, además de organizar el orden de bajada y subida de cada uno de ellos para garantizar el éxito de la operación. Su gesta la narran a continuación sus protagonistas para este periódico. 

Impresionante vista del majestuoso pozo cántabro.

Impresionante vista del majestuoso pozo cántabro. / Centre Excursionista de Gandia

Los doce miembros tomaron la decisión, tras un largo y sensato debate, que lo más práctico era hacer dos equipos, uno que el viernes se encargaría de bajar instalando los mosquetones y cuerdos para luego remontar sin desinstalar, es decir, dejando las cuerdas puestas para que al día siguiente, sábado, entrara el segundo. Este último subió desinstalando todo el material. Hay que tener en cuenta, además, que a la sima se llega tras una caminata montaña arriba de casi una hora. 

El equipo instalador, de siete miembros, llegó a la boca de la torca a las 9.30 horas del viernes  cargados con siete sacas en las que iban 640 metros de cuerda y un total de 80 mosquetones, además de las sacas personales en las que cada uno lleva la comida, agua, ropa de abrigo y la inseparable manta térmica. Tardaron ocho horas y media en llegar al fondo del pozo. Se comunicaron mediante «walkies».

Al llegar a la base descansaron una hora y media, tiempo suficiente para comer algo y reponer fuerzas. La subida fue mucho más rápida ya que no tenían que desmontar nada, sólo remontar de manera pausada, disfrutando de tanta maravilla. Emplearon para ello un total de cinco horas y media. Salieron ya de noche, agotados pero felices.

Carles, Josu e Ylenia en el fondo de la sima.

Carles, Josu e Ylenia en el fondo de la sima. / Centre Excursionista de Gandia

Al día siguiente, sábado 16, le tocó el turno al segundo equipo. Tardaron 45 minutos en llegar a la boca de la torca, cargados tan sólo con las sacas personales dado que la instalación ya estaba hecha. A las 12 horas empezaba a entrar el primero de ellos, no había un orden preestablecido porque todo estaba instalado. A las 14.20 h ya habían llegado cuatro de ellos al fondo del pozo.

La bajada fue sin duda muy rápida, no tuvieron que esperarse colgados de los arneses y cogiendo frío como sucedió con el primer grupo, pudieron contemplar y disfrutar de la grandiosidad del pozo y sentir, en muchas ocasiones, la angustia de tanta profundidad. Hicieron una parada técnica para comer y a las 15.30 horas empezó la larga subida. Josu fue el encargado de desinstalar, por lo que fue el último en subir. A las diez de la noche todo el grupo estaba ya fuera de la torca, exhaustos, embarrados, pero también alegres por la proeza. 

Lo primero que hicieron al salir, al igual que el primer grupo, fue llamar al 112 como ya lo hicieron a la entrada. Así está regulado en una ley de Protección Civil de Cantabria. Con ello se activa o desactiva un posible rescate. Igualmente, llamaron a los miembros del otro equipo y a sus respectivos familiares para darles señales de vida.

La Torca del Porrón fue descubierta y explorada en el año 2016 por el Club Cántabro de Exploraciones Subterráneas y se dio a conocer al gran público en 2017 en el programa de televisión «Volando voy», de Jesús Calleja. En ese programa Calleja y los espeleólogos autores del descubrimiento dejaron a 80 metros, en la pequeña sala donde arranca el gran pozo, un cilindro metálico en cuyo interior depositaron objetos de todo tipo, incluso una lata de anchoas que introdujo el expresidente de Cantabria Miguel Ángel Revilla. Ese cilindro se bautizó como la «Cápsula del tiempo», y es costumbre casi obligada que todos los espeleólogos que bajen se hagan una foto con ella. 

El equipo desinstalador.

El equipo desinstalador. / Centre Excursionista de Gandia

La conexión desde esa salita con el gran pozo se hace a través de una pequeña oquedad y es también es habitual que los espeleólogos al llegar a este punto dejen caer una piedra y midan el tiempo que tarda en llegar al fondo del pozo. Así lo hicieron los dos grupos y ambos contabilizaron el mismo tiempo: 13 interminables segundos. Mientras la piedra caía, cuenta uno de los espeleólogos, «todos nosotros estábamos en el más absoluto silencio, con la mirada puesta en un punto fijo, inmóviles, hasta que el estruendo de la piedra al chocar con el fondo del pozo nos volvía a despertar. Entonces venían las carcajadas, que no eran más que una sonrisa temerosa de la angustia que nos esperaba».  

Los grandes instaladores, Pau y Borja.

Los grandes instaladores, Pau y Borja. / Centre Excursionista de Gandia

A los espeleólogos les llamó la atención las descomunales dimensiones de anchura, la sobrecogedora profundidad, la belleza fría, la gran cantidad de barro que recubre sus paredes y el eco, que les recordó en todo momento dónde estaban y lo insignificantes que eran ante la naturaleza.

Ya en Gandia, el pasado viernes, 22 de marzo, en la sede del club, contaron los pormenores de su aventura al resto de los socios. «Se vive con mucha intensidad el compañerismo y la amistad, porque si algo falla uno sabe que los demás están ahí», comentaron. 

Los doce integrantes del equipo.

Los doce integrantes del equipo. / Centre Excursionista de Gandia