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¿Volver a la mili?

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. / Levante-EMV

J. Monrabal

La pregunta ya no es un dilema en Dinamarca, Suiza, Austria, Suecia, Finlandia, Noruega, Grecia o Lituania, y países como Alemania y Francia se plantean recuperar también el servicio militar. La guerra de Ucrania y la amenaza rusa han disparado las alarmas en Europa, que ha emprendido aceleradas medidas de rearme. Dos tercios de los países de la OTAN, entre ellos España, destinarán el 2% de su PIB al gasto militar. La posibilidad de que Trump vuelva a la Casa Blanca complica aún más las cosas, puesto que, como dice el primer ministro belga, «Europa podría quedarse sola». Prestigiosos observadores como Peter Turchin y Niall Ferguson, entre otros, han advertido del clima guerracivilista que vive Estados Unidos y la película ‘Civil War’ ha sido un éxito de taquilla. La preocupación por «la seguridad» se extiende en los países europeos, pero también en Australia, Corea del Sur y Japón, que se rearman a marchas forzadas. En ese contexto, se ha abierto un debate continental sobre la conveniencia de recuperar el servicio militar que también tiene lugar, aunque en tono menor, en España, donde «la mili» obligatoria desapareció en 2001. 

Con respecto a nuestro país, todos los expertos descartan el regreso del servicio militar a corto plazo, puesto que, por el momento, el Ejército no necesita del refuerzo de la población civil y además la sociedad no aceptaría la restitución de una medida semejante. Por otra parte, ejércitos más numerosos o con amplias reservas de efectivos que hayan prestado el servicio militar no son garantía de más eficacia, como han demostrado las fuerzas armadas rusas en el conflicto ucraniano. 

Ahora bien, al mismo tiempo, los especialistas señalan el enorme déficit que existe en España sobre la cultura de la seguridad, y la ausencia total de los temas de Defensa en los debates públicos. En ese sentido, las declaraciones del mes pasado de Josep Borrell, Alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la UE, deberían tenerse en cuenta: «La guerra no va a empezar mañana, pero se avecina en el horizonte».

¿Por qué en España no se habla más de estos problemas europeos que evidentemente nos afectan? Probablemente, porque el tratamiento de «la cuestión militar» sigue arrastrando una serie de anomalías, tópicos y recelos sin ningún sentido en nuestros días. Pese a que un puñado de militares en la reserva se empeñen cada cierto tiempo en publicar manifiestos nostálgicos, el Ejército español ha evolucionado, está integrado en la OTAN, y nada tiene que ver con el del de otras épocas. Pero tan erróneo sería situarlo ociosamente en la órbita del pasado como negarse a reconocer cuál ha sido su papel histórico real, cuestión aún tabú en nuestro país.

Ese es otro de los silencios de hierro que se han prolongado desde la Transición y que aún explotan quienes siguen exhibiendo –desde la política más rancia– una idea de las Fuerzas Armadas como columbra vertebral del Estado tan inútil y folclórica como antediluviana. Y es, precisamente, ese cultivo consciente de la ignorancia y el silencio, el que impide progresar en la comprensión del papel de la Defensa en un país, como España, que forma parte de la UE, pero que no siempre lo demuestra.

El problema no es que pudiera restablecerse la «mili» obligatoria, sino que no somos capaces de ir más allá de esos temas domésticos (y aun así superficialmente) ni de alcanzar una visión de conjunto sobre lo que ocurre más allá de nuestras fronteras, ni siquiera ante las advertencias hechas por Borrell, Turchin o Niall Ferguson, y es revelador que el único especialista en geopolítica conocido en España sea un señor que ha cimentado su fama apareciendo regularmente en los programas de Iker Jiménez.  

Para colmo, ante ese escenario, la derecha española continúa patéticamente entregada a la construcción de enemigos interiores (los beneficiarios de la Ley de Amnistía y el propio gobierno) mientras niega la superación política del «procés» y sigue en combate con el fantasma de ETA. Quizás haría falta una «mili» mental para remediar ese estado crónico de postración intelectual e indiferencia, cuya utilidad práctica se desconoce, que pasmará a los historiadores futuros cuando investiguen a qué se dedicaba la derecha española (pero no solo ella) mientras volvían a apagarse las luces de Europa y el mundo se adentraba en una nueva Guerra Fría.