A lo largo del año, somos muchos los que deseamos que llueva, que la precipitación riegue los bancales, que las plantas reciban agua, que el caudal de los ríos crezca y que el agua de los embalses aumente. Llega el verano y los episodios de altas temperaturas, y es aquí cuando "resurgen" preocupaciones que las teníamos un poco olvidadas durante el resto del año, es decir, los incendios forestales.

Estos han estado presentes en nuestro planeta como un elemento normal en el funcionamiento del medio natural. Actualmente, a pesar de que hayan ayudado en la creación de nuevos hábitats o en la regeneración de los ecosistemas, en las últimas décadas sobrepasan la capacidad de recuperación natural, y en los últimos años gran parte de las veces nos referimos a incendio forestal intencionado o negligencia. Desde el 1 de julio hasta el 30 de septiembre, nos encontramos en la época de peligro alto de incendios forestales, por lo tanto, la llegada de este momento nos tiene que exigir tanto responsabilidad, como seguridad ante la posibilidad de la pérdida de lo que es nuestro patrimonio natural. También es justo ahora, cuando debemos recordar la importancia que tienen el ganado y la agricultura con la limpieza del terreno forestal y en esta parte podría entrar en juego, la educación.

Durante el verano, las altas temperaturas son las protagonistas de muchas y amplias zonas de España. El riesgo de que se produzca un incendio forestal de gran magnitud va 'in crescendo' y más cuando se avecina una ola de calor en un período de crisis climática.

La pasada ola de calor de junio desató uno de los peores incendios forestales de la historia de Cataluña, llegando a quemar hasta más de 6.500 hectáreas. Las altas temperaturas, la baja humedad y las fuertes rachas de viento, suman un cóctel perfecto para provocar una de las peores catástrofes para el medio natural y por supuesto para el ser humano.