Las noticias referentes al cambio climático parecen organizarse en oleadas, atendiendo a modas y escenarios muchas veces catastróficos de distinto signo. Seguro que se acordarán de la eclosión de estudios e informaciones que hablaban de un futuro muy aciago en precipitaciones. Esos que preveían una España desértica en su mayor parte, incluida la Comunidad Valenciana y con especial incidencia en la provincia de Alicante.

Desde entonces, parece que toda sequía es consecuencia del calentamiento global e incluso hay quien cree en confabulaciones para modificar el comportamiento de las nubes, o para disiparlas directamente. Pues bien, afortunadamente van saliendo investigaciones rigurosas que matizan todo esto y dan una colleja a la conciencia colectiva, como la última del Observatorio de la Sostenibilidad. A partir del procesamiento de los datos ofrecidos por la AEMET, provenientes de miles de estaciones meteorológicas oficiales, fiables y sin ningún tipo de sesgo, concluye que las lluvias en las últimas décadas no han cambiado. "No existe una tendencia significativa ni de aumento ni de disminución", argumenta.

Donde sí que observan cambios es en la distribución a lo largo del año. Esto equivaldría al típico comentario de "ya no llueve como antes". En cantidad sí, pero no en la cadencia. En verano e invierno cada vez sacamos menos los paraguas, notándose ese descenso de precipitaciones sobre todo en julio, agosto y diciembre; en detrimento de la primavera, que ahora es más húmeda. Especialmente el mes de marzo, por cierto, malas noticias para los falleros.

Según el Observatorio de la Sostenibilidad, entre los años 1990 y 2016 las Confederaciones Hidrográficas han ido recibiendo cada vez más lluvia, siendo más destacable el aumento en las cuencas del Norte y Guadalquivir, seguidas del Guadiana, Ebro y Duero. El Júcar queda en mitad de tabla, con un ascenso bastante liviano. Entonces, ¿cómo se explica que cada vez tengamos menos reservas? Según los investigadores se debe al incremento de temperaturas, que agudiza la evaporación y la aridez de los suelos, reduciendo el agua circulante. A esto se puede añadir que cada vez consumimos más agua y peor, con grandes extensiones de cultivo de regadío y de zonas ajardinadas en áreas eminentemente áridas. De cara a 2050, el modelo climático global CCSM4 prevé que solo las islas Canarias, la Comunidad Valenciana y Navarra experimentarán incrementos positivos en la precipitación media anual. Eso sí, las lluvias perderán regularidad, cosa que podría suponer un aumento de la torrencialidad en episodios de 'gota fría', como el de hace unos días. Dura poco la alegría en casa del pobre.