Trastornos de la conducta alimentaria

La recuperación de las personas con TCA: "Es un proceso de cambio para todos"

Durante el proceso de recuperación de una persona con un Trastorno de Conducta Alimentaria, la implicación de su entorno es crucial para poder superar la enfermedad

La recuperación en pacientes con TCA: “Es un proceso de cambio para todos”

La recuperación en pacientes con TCA: “Es un proceso de cambio para todos” / Canva

Cristina Andrade del Alcázar

Los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA) son enfermedades mentales graves que conllevan alteraciones de la conducta alimentaria en los que la persona afectada muestra una fuerte preocupación por su peso, su imagen corporal y su alimentación, entre otros factores. En España existen alrededor de 400.000 casos de personas que sufren estos trastornos, según los últimos datos de la Asociación TCA Aragón, siendo los más frecuentes la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracón, según han informado a El Periódico de España, del grupo Prensa Ibérica.

Aunque pueden aparecer en cualquier momento de la vida, la adolescencia es la etapa con mayor riesgo para el desarrollo de este tipo de enfermedades, registrándose la mayor incidencia de casos entre los 12 y los 18 años.

María Fernández, psicóloga especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria de Adaner (Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia Nerviosa y Bulimia), explica que, en este tipo de enfermedades el foco esté puesto en la alimentación y el peso, aunque realmente “es un trastorno que se basa en el control”. “La forma de controlar la vida de la persona que sufre trastorno TCA es mediante esa relación insana con la comida”, subraya.

La experta expone que, pese a que la gente piensa que “una persona tiene un TCA porque quiere, no se trata de querer o no sino que es un trastorno psicológico”. Aclara que su desarrollo no se debe a una sola causa sino que es multifactorial: “El desencadenante puede ser el cambio de colegio al instituto o a la universidad, problemas con amigos, una ruptura sentimental, cuando tienes hijos o empiezas la menopausia”.

Fernández señala, a este respecto, que es “un trastorno de media-larga evolución” y, por eso, es esencial tener en cuenta el contexto personal de cada paciente. “No se puede obviar el entorno porque es el día a día de esa persona”, incide.

Familia

El hijo de Pepi Aymat tenía 30 años cuando empezó a desarrollar una anorexia nerviosa. En ese momento, el chico vivía en la casa familiar y su madre relata que “fue brutal” cuando empezaron “a notar cambios de actitud, de humor, tristeza, y más tarde, su cambio corporal y su falta de alimentación”, pese a que su hijo les aseguraba que estaba todo bien.

Hasta que un día decidieron hablar con él. “Le dijimos es que si se quería curar o se quería morir, y nos respondió que quería curarse”, detalla la actual presidenta de Adaner. Fue entonces cuando decidieron pedir ayuda precisamente a esta asociación. “Fue nuestra salvación. Nos escucharon, nos informaron de lo duro que iba a ser esto, de lo que podíamos conseguir y que, desde luego, iba a ser un proceso largo”, recuerda.

Al principio, el desconocimiento hizo que sus padres le presionaran. “No sabíamos cómo comportarnos, cómo abordar esto; no teníamos idea”, remarca Pepi, pero recuerda que eran conscientes de que su comportamiento iba alejándoles cada vez más de su hijo. Poco a poco fueron aprendiendo a “saber en qué momento puedes decirle algo y aprender a poner límites”, un cambio de actitud que, para su hijo, fue una demostración de que “entendían que estaba enfermo”.

El apoyo del entorno es fundamental en el proceso de recuperación de un TCA. "Un chico o una chica que no tenga un apoyo en su casa está perdido", advierte Pepi que, añade que, la figura parental debe transmitir “tranquilidad, seguridad y firmeza”. Desde su experiencia personal, anima a otros padres a prestar atención y preguntar a sus hijos si notan algún cambio en su actitud, para poder abordar la situación con rapidez.

Pese a ello, confiesa que hay un sentimiento generalizado de culpa que inunda a los padres que se enfrentan a este tipo de enfermedades. “Piensas en qué has hecho y en qué te has equivocado. Aunque la culpa no se te quita enseguida, con el tiempo aprendes que ni tú tienes la culpa y ni mucho menos él”, asevera. “Las personas con TCA no están ahí porque quieren sino que entran en una dinámica y cuando se quieren dar cuenta no pueden salir”, apostilla.

Amigos

La psicóloga María Fernández remarca que, en muchos casos, la familia piensa que “es algo típico de la adolescencia” y son los propios amigos los que se percatan de que algo no está bien y dan la voz de alarma.

Conchi González vivió con 16 años el desarrollo de un TCA en su mejor amiga, Carlota. “Me acuerdo perfectamente: estábamos en su casa merendando y ella estaba todo el rato contando las calorías de la comida. Ahí es cuando nos empezamos a preocupar”, recuerda.

Para ella, era el primer caso de este tipo de trastorno que conocía y reconoce “que no entendía cómo le podía estar pasando eso”. “Ella se veía gorda, tenía muchos miedos e inseguridades”, comenta. Cuando Carlota fue diagnosticada con TCA “fue un choque de realidad”: “Fue un momento difícil tanto para ella como para todo el grupo de amigas porque es algo que no te esperas”.

Cuando empezó el tratamiento, Carlota pidió que Conchi fuese la persona que la acompañara a todos lados: desde ir con ella al baño entre clases, llevarla y traerla a la puerta de su casa o apuntar en una libreta lo que comía todos los días. “Si ella me decía 'Conchi, cómete tú la manzana, que yo no puedo', tenía que apuntar que Carlota me había dicho que me comiera la manzana”, relata.

Los TCA más frecuentes son la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracón.

Los TCA más frecuentes son la anorexia, la bulimia y el trastorno por atracón. / Canva

Había días muy duros, con llantos, en los que Carlota protestaba porque no quería comer, pero Conchi era plenamente consciente de que su amiga tenía que ponerse bien. “Me dijeron que no la cubriera en ningún momento, que estaba haciendo daño a Carlota si la cubría”, sostiene.

Dentro de su grupo de amigas, todas acordaron “dejar de hablar de sus cuerpos” y desterraron este tipo de temas de sus conversaciones. Además, en casa de Carlota, sus padres taparon los espejos para que no pudiera verse en ellos durante el proceso de recuperación.

“Tenía muchas inseguridades y era muy tímida. Creo que es una putada que tengas que pasar por algo así pero pienso que gracias a esto ha cambiado personalmente mucho y a mejor”, afirma Conchi. 

Recuperación

Casi seis años después de empezar con el tratamiento Carlota recibió el alta médica. Hoy en día, es psicóloga y se dedica a tratar a pacientes, que como ella en el pasado, padecen trastornos de la conducta alimentaria. Su amiga Conchi, asegura que se siente “súper orgullosa” de ella y está convencida de que “no hay mejor manera de que una persona que lo haya pasado tan mal, elija vivir esta situación desde otro punto de vista, ayudando a los demás”. A nivel personal, Conchi González admite que haber vivido esta experiencia tan cercana la ha ayudado a valorarse más y a ser consciente de lo que significa tener TCA.

En el caso de Pepi Aymat, el final ha sido también feliz. A día de hoy, y tras cinco años largos de tratamiento, esta madre puede decir que su hijo es un ejemplo real de que, efectivamente, de los TCA se puede salir. El mensaje que tanto las familias como amigos y especialistas quieren transmitir es claro: “Sí se puede salir de un TCA”.

Para que se alcance esa “recuperación real”, María Fernández apunta a que el primer paso debe ser que la persona “se dé cuenta de que tiene un problema” y, a partir de ahí, busque ayuda y empiece una terapia. “Debe mantenerse en ese proceso e ir trabajando la parte emocional que le permitirá controlar su vida y su alimentación”, agrega.

La psicóloga también advierte la importancia de evitar ciertos comentarios durante el proceso de recuperación como “qué guapa estás ahora” o “qué bien te veo”, ya que las personas con trastorno TCA pueden verlo como un retroceso. “Estamos siempre reforzando este tipo de cosas y hay que evitar los comentarios sobre el cuerpo porque nunca sabemos a quién tenemos delante”, enfatiza.

Por tanto, incide en que “el acompañamiento conlleva que el paciente haga cambios pero el entorno también debe hacerlos; no queda otra, es un proceso de cambio para todos”.

María Fernández también resalta la relevancia que tienen las redes sociales en el desarrollo de este tipo de trastornos, pero se muestra optimista. Resalta que existen peligros dentro de las redes que pueden provocar un trastorno pero también reportan beneficios e información que pueden ayudar a detectar el problema. “Hay una parte de divulgación que ayuda, como por ejemplo, sentirte parte de un grupo de personas que se encuentran en tu misma situación”, concluye.