Agresiones machistas

Infancias rotas por la violencia vicaria: "El Estado te abandona y te obliga a convivir con tu padre"

Tres supervivientes denuncian el abandono de las instituciones en el Encuentro Estatal de Violencia Vicaria y Violencia de Género Institucional en España celebrado en el Col·legi d'Advocats de Barcelona

Miriam Ruiz.

Miriam Ruiz. / Jordi Otix

Elisenda Colell

Nerea aún recuerda el jeep de color blanco que usó la Guardia Civil para llevarla a vivir con su padre cuando ella tenía 9 años. A pesar de que la niña había explicado que fue abusada por él, también agresor de su madre, un juez la obligó a vivir con su progenitor hasta los 14 años, cuando se escapó. Blas aún teme los recuerdos de los vis a vis en la prisión con su padre, que ha cumplido 14 años de condena por el intento de homicidio de su madre. "Sientes que lo tienes que querer", lamenta el joven, de 23 años. A Miriam no se le borra la imagen del reloj del punto de encuentro donde la obligaban a reencontrarse con su padre. "Yo decía que no, y las horas iban pasando... al final te manipulan y te llevan con él, que es lo que más temes del mundo. Nadie te escucha", se queja la hija de María Salmerón. La vivencia de los tres es que "el Estado te abandona y te obliga a convivir con tu padre".

Estas son las voces de tres hijos nacidos de relaciones de maltrato que han sido víctimas de violencia vicaria. Se les rompe la voz y lloran cuando repasan las vidas de los niños asesinados a manos de sus padres a lo largo de los últimos días. "Podríamos ser nosotros", lamenta Miriam. Conversan con EL PERIÓDICO, del mismo grupo editorial, en el marco del tercer Encuentro Estatal de Violencia Vicaria y Violencia de Género Institucional en España, al que han acudido la ministra de Infancia, Sira Rego, y la consellera de Feminismes, Tània Verge, y que se celebra este viernes y sábado en el Col·legi d'Advocats de Barcelona. "Nuestras madres llevan años peleando por nosotros, ahora nos toca a los hijos levantar la voz para que se nos oiga y la gente vea lo que está pasando", sigue el joven.

Blas.

Blas / Jordi Otix

La historia de maltrato de Miriam, la más conocida, empieza, cuenta, durante el embarazo de su madre. La madre lo denunció al nacer y lo condenaron a 21 meses de prisión. "Con las visitas, él hacia triquiñuelas con las horas del trabajo para fastidiarla", recuerda. Hasta que la sentencia no fue firme, en 2008, padre e hija se encontraban en los puntos de encuentro. "Son centros de tortura que hay que eliminar", dice Celia Garrido, portavoz del movimiento Madres Protectoras. "Mi padre era la persona que me daba más miedo en el mundo, pero la gente repetía que era encantador. Yo decía que no quería verle y les daba igual. Un día los del punto de encuentro me dijeron que mi padre era como un coche roto y solo si me iba con él verían si estaba reparado", sigue la joven periodista, de 23 años.

"Mi padre era la persona que me daba más miedo en el mundo, pero la gente repetía que era encantador"

— Miriam

Con la sentencia firme, él reclamó la custodia de la niña. Se la dieron porque el juez creyó que era víctima del falso síndrome de alienación parental, un concepto hoy prohibido. "Fue el peor año y medio de mi vida, una pesadilla, una cárcel: me encerraba en la habitación, tenía que comer y cenar allí. Me incomunicaba, no me dejaba usar el móvil ni hablar a solas con mi madre". Ella logró volver con su madre cuando el caso se hizo mediático. La mujer incumplió el régimen de visitas y, después de tres indultos, terminó ingresando en prisión. También sabe bien Nerea lo que son los puntos de encuentro. "Tú ya puedes decir que no, ir con cara de perro, que te lo vas a comer igual y hasta que no digas que sí no te vas. Eres una niña pequeña y te manipulan", lamenta Nerea.

Nerea.

Nerea / Jordi Otix

Su abuela materna reclamó su custodia y la ganó. Sin embargo, ella terminó viviendo con su padre. El relato de cómo la Guardia Civil la llevó hasta la que iba a ser su nueva casa hiela la sangre. "El profesor me dijo que fuéramos a por el abrigo, que venía a buscarme mi tía, pero entonces lo recogieron todo. Yo me puse muy nerviosa y dije que no quería ir con mi padre. Me estuvieron enseñando su coche durante 45 minutos para que me calmara. Me despistaban por el trayecto, pero en cuanto vi la carretera que llevaba al pueblo de mi padre... solo recuerdo que no paré de chillar", cuenta la joven.

"Los jueces siguen sin proteger a los niños y obligándolos a ir con sus padres"

— Nerea

Blas, en cambio, tenía 9 años cuando vio cómo su padre golpeó a su madre hasta casi matarla. Después de aquel episodio solo lo veía en prisión. Hasta que quiso dejar de hacerlo. "Le tenía un miedo inasumible", explica el joven filólogo. "Todo el mundo te dice que tienes que querer a tu padre, y haces lo que se espera de ti", explica el chico, que veía a diario a su familia paterna porque vivían en la misma calle. La presión de su progenitor aún siguió cuando, en Bachillerato, él trató de impedir que viajara a Alemania. "Nos usan para dañar a nuestras madres, y esto tiene secuelas", insiste Blas.

Agresividad, ansiedad e insomnio

Él, por ejemplo, admite que usó la violencia muy a menudo contra su madre, su hermano y sus abuelos. "Se había normalizado y pensaba que era la única forma de obtener lo que yo quería", explica. También señala que aún hoy debe hacer trabajo terapéutico para no repetir el rol de poder y dominación en sus relaciones. Manipulado por la familia paterna, llegó a denunciar a su madre. "Yo la culpaba a ella de todo lo que me pasaba, suerte que un Guardia Civil se dio cuenta y pudimos dar marcha atrás". Hoy reconoce que su lucha es la de librarse de toda la culpa por haber tratado mal a quien, en realidad, solo intentaba protegerle. Miriam y Nerea también reconocen secuelas, sobre todo la ansiedad y el insomnio. "Yo solo quería ser una niña normal", recuerda Miriam.

"Nos usan para dañar a nuestras madres y esto tiene secuelas"

— Blas

"Es evidente que un maltratador no puede ser un buen padre", insiste Blas. Miriam y Nerea asienten. Ni un beso, ni un te quiero, ni felicitación de cumpleaños. "Lo único que hacía con nosotros era bajar al bar, donde veíamos cómo se emborrachaba", sigue el chico, que aún teme llamadas de teléfonos desconocidos por si se trata de él. Hace cinco meses que salió de prisión. "Nuestra relación con ellos era nula, solo tratamos de sobrevivir". "Lo grave es que ya puede haber leyes que nos protejan, que el Estado, los jueces y los servicios sociales a menudo no lo hacen", se queja Miriam.

"Es evidente que un maltratador no puede ser un buen padre", afirman los tres

Nerea, que ayuda a otros niños como ella, insiste que hoy la situación ha ido a peor. "El problema es que no es un caso aislado, es un patrón", se queja. La ley estatal contra la violencia de genero establece que hay que respetar la decisión del menor, y no se le puede obligar a mantener visitas con su padre si ha sido condenado. "Pero no ocurre, los jueces siguen sin proteger a los niños y obligándolos a ir con sus padres", lamenta Miriam. Lo demuestra el caso de una madre atendida por los servicios especializados en violencia de género del Govern, que hace más de un año denunció al padre de su hija por agredirle y que desde entonces incumple el régimen de visitas. "La jueza lo ha archivado porque dice que la niña se ha autosugesionado", lamenta la mujer, que aporta varios informes que lo desmienten. "Necesitamos más formación especializada con los jueces y con los servicios sociales, maestros y pediatras", reclama. "El problema es que no nos creen, ni a nosotros ni a nuestras madres", termina Míriam.

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