El 16 de septiembre de 2015, Juan M. V., cerró la puerta de su casa, en el número 2 de la calle Luis Lamarca, en el valenciano barrio de Nou Moles, y dejó la llave puesta. Cuando su novia se dirigía a la cocina, con un plato en la mano, la golpeó por la espalda con fuerza en la cabeza con un bate de béisbol. Fuensanta López, que tenía 42 años y dos hijas menores de edad, no tuvo posibilidad alguna de defensa. Cayó desplomada al suelo. Juan la remató clavándole por la espalda hasta siete veces un cuchillo de cocina. Luego, se autolesionó.

Hasta ahí, no hay discusión. Juan M. V. reconoció el asesinato en el juzgado y volvió a hacerlo ayer ante los miembros del jurado que le están enjuiciando en la Ciutat de la Justícia de València. «Sí, la maté, pero no sé por qué. Estaba hecho polvo. Me quería quitar yo la vida y la pagó ella», dijo.

Sin embargo, no hay acuerdo en las circunstancias que rodean el hecho, lo que condicionará la condena -la Fiscalía solicita 15 años de cárcel-. La defensa sostiene que tenía sus facultades mentales alteradas -le habían diagnosticado un trastorno bipolar y en los meses previos al asesinato le habían extraído 16 piezas dentales, que su letrado relaciona con el supuesto trastorno- cuando asesinó a traición a Fuensanta, pero la Fiscalía niega esta circunstancia.

Es más, la fiscal describió ayer con todo lujo de detalles a los jurados cómo la verdadera razón del ataque mortal, -«a traición, sorpresivo e inesperado», en palabras del abogado de la familia de la víctima- fue que «ella le llevó la contraria, algo a lo que él no estaba acostumbrado, ya que Fuensanta cedía siempre a sus pretensiones y se dedicaba a cuidarle constantemente». ¿El origen? Un cargo de 15 euros de una compañía telefónica que le obsesionaba hasta el punto de discutir con ella por teléfono dos días antes del crimen y «acusarla de ser la culpable» de ese cobro, explicó ayer su mejor amiga. A partir de ahí, la fiscal sostiene que el día que la mató, el 16, discutieron de nuevo por lo mismo y, «al llevarle la contraria, cerró la puerta y consumó el asesinato. Por ello, la fiscal ha pedido que se aplique la agravante de discriminación por género, lo que lo convierte en un crimen machista.

De hecho, una de las tres hermanas de la víctima, que declaró ayer en el juicio, rememoró que «él la controlaba mucho y la llamaba a todas horas por teléfono».

La Fiscalía ha rechazado otra de las pretensiones de la defensa, la de la confesión tardía, pero ha admitido la atenuante de dilaciones indebidas, que se produjeron por la tardanza de la acusación particular en calificar los hechos.

El acusado, que dijo no recordar ni un solo detalle del asesinato ni de la discusión previa, sí describió sin problemas cómo decidió «tomar las pastillas cuando vi lo que había hecho». E insistió: «Me arrepiento mucho y pido perdón a la familia». Eso sí, admitió no haber pedido disculpas nunca hasta ayer y no haberlo hecho en los cuatro años transcurridos desde el crimen. «Es que no tenía su dirección», argumentó.