El cadáver de Alfredo Balaguer Ríos, quedo reducido casi a la nada. El objetivo de sus supuestos asesinos era eliminar el cuerpo y poner todas las trabas posibles para su identificación. Los cuatro detenidos por el homicidio de este hombre de 55 años, cuyo cadáver descuartizado y quemado fue encontrado en la mañana del 29 de junio pasado junto al río Túria en Gestalgar, perpetraron los hechos dos días antes y la investigación apunta a que utilizaron gasolina para eliminar cualquier rastro. Prendieron fuego al cadáver con tal intensidad que apenas quedó ceniza y restos prácticamente irreconocibles.

El equipo de investigación tuvo que recurrir a un hallazgo que los asesinos no esperaban. Era imposible que lo supieran. Alfredo fue operado de una hernia lumbar y durante la intervención se le implantó una placa de titanio y acero. Este tipo de implantes van identificados con un número único que relaciona inequívocamente al paciente con la prótesis. Aunque el cuerpo de la víctima quedó reducido a un amasijo de cenizas casi irreconocible, lo cierto es que entre los restos se mantuvo intacta la prótesis con el número de serie.

No quedó nada

Estuvieron a punto de conseguir su objetivo: que nadie pudiese resolver el crimen. Ni el ADN ni la dentadura han servido para ponerle nombre y apellidos a aquel amasijo de huesos calcinados. Menos aún las huellas: no quedaban tejidos blandos en el cuerpo, consumido por una fogata que alcanzó una temperatura cercana a la de los hornos crematorios. Pero ni siquiera esta temperatura es suficiente para destruir el titanio y el acero.

A partir de esa numeración, los agentes averiguaron, a través del fabricante, en qué hospital había sido utilizada. Después, ya solo hubo que preguntar por el nombre del paciente. Esa identidad les llevó a la denuncia que le interpuso Pilar C. E. el 25 de junio y el foco policial la iluminó de lleno a ella y al resto de los ahora detenidos.