Muñecas rusas de un crimen de Estado

Los datos apuntan a que ha sido la segunda ejecución ordenada por Rusia en territorio nacional, la del piloto acribillado en La Vila, abordada desde todos los ámbitos como si de un asesinato más se tratara

El coche que habrían utilizado los asesinos del piloto y al que después prendieron fuego.

El coche que habrían utilizado los asesinos del piloto y al que después prendieron fuego. / LEVANTE-EMV

M. Gallego / P. Cerrada / T. Domínguez

Muchas son las preguntas sin respuesta, casi tantas como certezas, que rodean el asesinato de un ciudadano ruso en el aparcamiento subterráneo de una urbanización de La Cala, en el término municipal de La Vila, donde llevaba unos cuatro meses viviendo de alquiler. Numerosas las dudas sobre el antes y el después del tiroteo que el pasado día 13 acabó con la vida de quien en su documentación rezaba ser Ihor Shevchenko, un ciudadano ucraniano de 33 años, pero quien, a falta solo de la confirmación oficial, nadie duda de que se trataba de Maksim Kuzmínov, de 28. El capitán de la aviación rusa que en agosto del 23 desertó en Ucrania con el helicóptero Mi8 que pilotaba junto a dos tripulantes que nada sabían de sus planes, y que fueron abatidos nada más aterrizar en suelo ucraniano.

Ese fue el momento en el que firmó su sentencia de muerte este joven que no quería ir a la guerra y quien consideraba un genocidio lo que está ocurriendo en Ucrania y en su país. La orden de acabar con él se dio incluso antes de que publicitara su acción en una aparición televisiva junto a dos militares ucranianos que no podían ocultar la cara de satisfacción y en la que animaba a otros compatriotas a seguir su ejemplo. Solo quedaba, pues, concretar cómo, quiénes y cuándo se ejecutaría.

Lejos de permanecer en Ucrania bajo su protección, o de elegir un entorno en el que no fuera fácil ser reconocido, el piloto optó por viajar a España e instalarse en La Vila, una población en la que entre rusos y ucranianos residen, casi a partes iguales, cerca de dos mil personas, algunas de las cuales perfectamente podían haber visto su incursión en televisión.

Sea como fuere, Kuzmínov llevaba viviendo en ese entorno desde el pasado octubre, cuando llegó a España como un refugiado más en el flujo migratorio hacia nuestro país que han provocado estos dos años de guerra. Se ha dicho, visto y leído que le gustaba la fiesta. Y beber. Que no parecía que estuviera muy preocupado por su seguridad personal y que habría sido una llamada a su novia, que seguiría viviendo en Rusia, la que habría facilitado la localización a sus verdugos. Conjeturas. Lo único cierto es que la víspera de San Valentín, alrededor de las cinco de la tarde, recibió seis impactos de bala que acabaron con su vida en el acto (ninguno en la cabeza, pero su cuerpo presentaba casi una docena de orificios de entrada y salida). Que sus ejecutores se dieron a la fuga dejando el cuerpo inerte sobre una de las rampas de ese aparcamiento y que apenas quince minutos después el coche utilizado para esta acción estaba en llamas a unos 17 kilómetros del lugar del crimen, en el término municipal El Campello.

Si eran dos o tres los ejecutores, si vinieron de fuera del país o se recurrió al lumpen nacional para contratarlos, si contaron con ayuda del entorno del soldado bien para su delación o para el conocimiento de sus hábitos siguen siendo, doce días después del crimen, incógnitas a las que la Guardia Civil, encargada de la investigación, tiene el reto de dar respuesta.

Especulaciones que, como en el juego de las muñecas rusas, deberán ir despejándose una tras otra hasta llegar al núcleo, que no es otro que concluir quién ordenó un crimen en el que, al igual que ocurre con la identidad de la víctima, solo falta la confirmación oficial para ponerle nombre y apellidos.

Dejar pistas

Tratándose de una ejecución con carga ejemplarizante, como tampoco hay duda de que así ha sido la de este soldado, basta solo con reparar en las pistas que han ido dejando para llegar hasta su autor. A saber. La munición, rusa. El jefe del Servicio de Espionaje Exterior de Rusia, Serguéi Narishkin, tachando a Kuzmínov de «traidor», «criminal» y «cadáver moral». El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, asegurando que no era un asunto que figurara en su agenda y, rizando el rizo, añadiendo que no tenía conocimiento de que las autoridades españolas hubieran informado a Moscú sobre lo ocurrido. Y eso sin contar con que cuando la televisión pública rusa informó en octubre sobre la deserción, el reportero adelantó que la orden de liquidar al piloto ya había sido dada.

Y las autoridades españolas, mientras tanto, mirando hacia otro lado. Lo que todo apunta a que se trata de la segunda ejecución ordenada por Rusia en España después del crimen, hace casi dos años en Lloret de Mar, del magnate ruso Serguei Prostosenya, de su mujer y de su hija, se está abordando en todos los ámbitos como un asesinato más. «Como si un extranjero mata a otro en territorio nacional», explicaron fuentes judiciales que no ven motivo para que este asunto tenga un tratamiento especial.

Aunque el Ejecutivo, a través de su titular de Defensa, Margarita Robles, anda lanzando el mensaje de que nada sabían de la presencia del capitán en España, desde la Seguridad del Estado ya han comenzado a verbalizar sus sospechas de que el Kremlin encargara a mafiosos acabar con la vida del piloto. Y la CE tiene sobre su mesa la petición de Cs para que se investigue este asesinato dado el «alarmante aumento» desde que comenzó la guerra de un tipo de ejecuciones que llevan la marca inequívoca de los crímenes de Estado.