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Con Antoni Sanchis y Ramón Arqués en Natzaret

"Natzaret debería tener una discriminación positiva por tanta promesa incumplida"

El escritor Antoni Sanchis y el presidente de AA VV Ramón Arqués abogan por potenciar el barrio y dejar atrás la imagen negativa

"Natzaret debería tener una discriminación positiva por tanta promesa incumplida"

Natzaret es un barrio reivindicativo en esencia, pero cansado de viejos estereotipos. «Hay cosas para mejorar, pero no es tan malo como lo pintan urbanísticamente», afirman casi al unísono el historiador Antoni Sanchis y Ramón Arqués, presidente de la Asociación de Vecinos. Ambos trabajan en un libro sobre la realidad histórica y social de este enclave de los Poblats Marítims. El primero aportará la parte academicista. El segundo, la del conocimiento que le confieren sus cuatro décadas de vivencias en Natzaret. Y en una cosa están de acuerdo, en romper con una imagen de deterioro y conflictividad de la que reniegan sin tapujos. «Hay que recuperar la autoestima de ser de aquí, porque si no la gente joven se va», señala presto Arqués.

Los problemas del barrio, sin embargo, están ahí. Pobreza, población envejecida, rentas bajas, analfabetismo e inmigración. Un cúmulo de cuestiones que pese a todo tiene solución a poco que el Ayuntamiento de Valencia ponga «algunas dosis más de cariño» en la barriada. Algo que podría empezar con la devolución del autobús de la línea 3. «Fue un compromiso de todos los partidos políticos, a excepción del PP», incide Arqués, que confía en la palabra dada. Como siguiente reclamación, y no menor, está que no les aproximen al núcleo poblacional las líneas del tren, ni tampoco la carretera para camiones. Tras subir cuatro o cinco pisos „sin ascensor„ hasta una terraza vecinal, la visión resulta esclarecedora. La moratoria que exigen en el Plan de Delimitación de Espacios y Usos Portuarios (DEUP), y que afecta en parte a la frontera entre el puerto y este enclave del Marítimo, cobra todo su sentido cuando uno se asoma a la azotea.

Los solares de la antigua fábrica aceitera siguen llenos de matojos tras su desmantelamiento, esperando un final beneficioso para los moradores de Natzaret. Desde la Asociación de Vecinos la batalla continúa abierta para que este suelo se una a Benimar y Marazul con espacios verdes y equipamientos públicos, y un carril bici que arranque desde La Punta. «En su día todo fueron promesas al respecto, ahora sólo queda la selva y el abandono», comentan, mientras señalan el emplazamiento donde antaño estuvo el cine de verano. Aún puede verse el muro que servía de pantalla. El ruido de fondo, permanente, es otro motivo de queja. «Está siempre ahí, al lado de las casas ¡y aún quieren acercarnos más las vías!», critican. De ahí que aboguen, no sin un punto de ironía, por «una discriminación positiva ante tanto compromiso incumplido». se refieren al convenio firmado en 1986 entre la Autoridad Portuaria y el ayuntamiento, en lo relativo a la solución del final del cauce, los jardines y el transporte de mercancías. «Esta es la zona peor urbanizada de Valencia por culpa del puerto», comentan tanto Arqués como Sanchis. Y reclaman dar una salida al mar por el río, que es lo natural. «En vez de acabar en una alcantarilla debería apostarse por un parque de desembocadura igual que se persigue un parque de cabecera», reflexionan en voz alta.

«Açò també és València»

También exigen un tratamiento definitivo que dé solución al problema hidráulico del río. El hedor, llevan razón, es insoportable especialmente ahora que el calor aprieta. «El color del agua muchas veces es blanco y aparecen peces muertos. La depuradora ha de funcionar, eso hace mucha falta», señala Arqués, a lo que Sanchis aporta raudo: «Açò també és València». «Este es el tramo final de la ciudad, no Natzaret», apuntan, para acto seguido apostillar: «No tiene sentido en una ciudad que quiere ser moderna y estar en el mapa».

Como ejemplo de lo que no debería haber sido, en el paseo por Natzaret muestran las nuevas construcciones de la calle Manuel Carboneres, donde queda alguna casita rehabilitada aislada entre edificaciones erigidas en su día con el dinero fácil de la droga. Con algunos de sus propietarios en la cárcel, ahora muchas exhiben carteles de Se Vende. A unos metros, el parque Marazul se extiende a lo largo y ancho de 40.000 metros cuadrado, destinados a compensar los efectos de la ampliación sur de los muelles, y que provocó la desaparición de la playa. Los juegos infantiles necesitan reparación, y los destrozos en el pavimento de caucho o los elementos de madera son patentes. «Aquí venían antes a pincharse, lo que acabó por ahuyentar a la gente que se acercaba con sus críos», señala Arqués. «Lo que queremos es que la gente se conciencie de que los problemas de aquí no son del barrio de Natzaret, sino de la propia ciudad», reiteran, mientras esperan a que la nueva corporación mueva ficha.

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