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Turismo

Antídoto contra la muerte rural

Los empresarios apelan a la diferenciación para lograr que un destino brille entre la inmensa oferta

Antídoto contra la muerte rural

Castielfabib es uno de esos pueblos donde, desde hace años, el doblar de las campanas suena como una cuenta atrás. Las 275 almas repartidas en los seis núcleos urbanos que forman este municipio del Rincón de Ademuz lo convierten en uno de los términos con menor densidad de población de España. Enclavado en lo que el catedrático de la Universidad de Zaragoza Francisco Burillo ha bautizado como la Laponia del Sur, este municipio de la Serranía celtibérica trata de rebelarse contra la despoblación. El diagnóstico es desolador: el 70% de la población está en edad de jubilación y la agricultura y la ganadería, en franco retroceso. En ese contexto, los puestos de trabajo subvencionados por el Servef y las brigadas forestales de la diputación son casi la única alternativa económica que sostiene el pueblo con vida. «La industria turística es pequeña y debe ser el motor», reivindica Eduardo Aguilar, alcalde de Castielfabib. Aunque todavía no lo sea, el turismo es una de las esperanzas a las que se aferra el pueblo como estrategia de supervivencia.

Como Aguilar, la pelea de muchos alcaldes pasa por poner en valor sus recursos paisajísticos -la desconexión como principio activo para los que buscan huir del ruido- aunque cueste. «Tienes el problema de atraer gente. En el Rincón de Ademuz somos una zona virgen para el turismo y el senderismo. Somos el gran desconocido», señala Aguilar.

En Castiel, se lo ha tomado en serio. Tratan de multiplicarse para llamar la atención de los que, desde la costa, piensan cada viernes qué hacer el fin de semana. Han organizado una ruta por los restos medievales del término; han ampliado sus fiestas con una semana cultural que incluye ritos medievales recuperados como la Noche de las Hachas (desfile nocturno con antorchas); aspiran a crear un parque escultórico al aire libre, y conversan con las universidades de València y Zaragoza para poner en valor la diversidad geológica (posee incluso arrecife coralino) de la zona. En unos días, el municipio acogerá la única ultratrail (una carrera de 172 kilómetros) que se celebra en la C. Valenciana.

En realidad, son muchos los pueblos en los que se trabajan en dinamizar el territorio desde la trinchera turística. Uno de los casos es el de la empresa Mediterranean Bikes Tours, desarrollada en la aceleradora pública Invat·tur. «Lo que hacemos es dar a conocer lo mejor del territorio en cuanto a cultura, paisaje, gastronomía y tiempo libre a través de algo tan sostenible como la bicicleta», sintetiza Santi Alandí, ceo de la empresa radicada en Torres Torres (Camp de Morvedre). Es decir, dinamizar zonas olvidadas a través de rutas ciclistas. Alandí lleva 15 años en el sector del alojamiento de este municipio del camino Mudéjar a Teruel, y pensó este proyecto como complemento empresarial. Torres Torres, por cercanía a la capital y buenas comunicaciones, mantiene un volumen demográfico estable, por encima de los 600 habitantes. Algo más arriba, por donde transcurren algunas de sus rutas en BTT, bici o patinete eléctrico, la población cae en picado.

El empresario reivindica el turismo como estrategia contra la muerte del interior. «El pueblo tiene 600 habitantes, por nuestra casas pasan 1500 viajeros al año», señala. Son potenciales visitantes para los baños árabes de la localidad, los restaurantes, clientes para las empresas de actividades de otros municipios, etc. El empresario defiende el «objeto social» del negocio: «Soy consumidor de este producto y estoy harto de ver pueblos envejecidos, donde el ratio de población disminuye. Pretendemos revertirlo en la medida de lo posible, dinamizar el territorio y crear riqueza».

Al norte del país, Castell de Cabres aparece como un caso de supervivencia extrema en la era de la despoblación rural. Es oficialmente el municipio menos habitado de la terreta. Según el INE, 17 habitantes. La localidad de Els Ports cuenta con cinco casas rurales municipales. Más que una industria para retener a la población, el turismo de interior ha sido una vía para conservar su patrimonio arquitectónico. La casa Cuartel, la casa de Mestra, la vieja escuela, etc son hoy alojamiento rural gracias a los fondos europeos Leader que permitieron rehabilitarlas hace unos años.

En un municipio cuyas pocas familias subsisten básicamente de la ganadería, el turismo se ve como un complemento. «No nos supone gran ayuda, da para pagar los gastos, pero es una manera de conservar los edificios», reconoce la alcaldesa, Mari Pau Querol. Este municipio lleva más de 50 años en retroceso. A principios del siglo XX eran 400 habitantes, pero los problemas de una ganadería intensiva que necesita mucha agua y la crudeza de vivir por encima de la raya de los 1.100 metros parece condenarlo al olvido. «El turismo rural está muy mitificado. Hay tantos alojamientos que se acaban llenando solo en fechas concretas. Es un complemento más que una actividad principal, debe ser compatible con actividades como la ganadería», opina la alcaldesa.

Desde el ámbito profesional se comparte esa idea. «No podemos fundamentar la sostenibilidad del mundo rural en el turismo», contrapone Guillermo Giménez Gualde, socio de Auren España y experto en consultoría turística. Giménez señala las debilidades del mundo rural: «El turismo no deja de ser una actividad más, pero hay que dotar a esas zonas de más actividad económica. Y para eso hacen falta carreteras, comunicaciones 4G, servicios... Hay japoneses que pagan en Requena por ir a vendimiar. Existe una actividad agroalimentaria y eso despliega el turismo», cita como ejemplo. Para el experto, la administración tiene una tarea pendiente, en forma de apuesta inversora, de estrategia para las áreas rurales que todavía tienen margen para sobrevivir.

La actuación de la Generalitat, al menos en lo que se refiere a la administración turística, parece encaminada en esa dirección. Turisme Comunitat Valenciana está impulsando la figura del plan de gobernanza y dinamización, en los que la Generalitat, la diputación y las mancomunidades colaboran en la creación de nuevos productos y experiencias turísticas. En lo que va de legislatura se han impulsado 18 planes, dotados económicamente para crear una estructura que vertebre los pequeños municipios, explican desde Turisme.

Y ya comienzan a lucir los casos de éxito. La clave pasa por buscar la diferenciación en productos, para hacer atractivo y especial un municipio que, en realidad, puede ser tan bucólico como otros cientos. Es un camino que están tomando algunos jóvenes de Els Ports. Mónica Segura, por ejemplo, una guía turística de 34 años embarcada en un interesante proyecto en Villores, 42 habitantes. Su empresa mezcla la pedagogía (su compañero y socio es maestro de escuela) y el turismo. Apivillores se dedica a acercar el mundo de la apicultura a los profanos.

Segura, como la alcaldesa de Castell de Cabres, arroja un capazo de realidad sobre el lírico relato del turismo rural: «No nos engañemos, la gente que viene a Els Ports va a Morella. Decidimos hacerlo porque veíamos que hay mucha y buena oferta de hospedaje y restauración, pero la gente no se queda muchos días. Estos pueblos, si no centran su estrategia en hacer algo original, no merecen la pena». Mónica sabe de lo que habla, de la dificultad de levantar un proyecto del que vivir, algún día. Es responsable del plan de competitividad turística comarcal de la mancomunidad de Els Ports. Pero la empresaria es optimista respecto al futuro, respecto a la posibilidad de que el turismo ayude a la supervivencia de pequeños núcleos rurales. Ocho años después de regresar a la comarca tras de los estudios, su trabajo comienza a dar frutos: «Es un trabajo de largo recorrido, ahora estoy empezando a tener reconocimiento y aún no vivo de esto. Pero puede ser una salida para vivir aquí», concluye.

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