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La guerra no tan errónea de Trump

Mientras Trump anda enfrascado en una cruzada proteccionista de la que en parte tiene razón, China hace concesiones menores al tiempo que sigue desplegando su poderío en otras esferas de influencia globales. Esta semana ambas potencias firmarán un acuerdo comercial que serena los ánimos y que conviene a las dos

La guerra no tan errónea de Trump

Donald Trump es un tipo excesivo, como se comprueba casi a diario, y, según desde qué ojos se le mire, es fácil advertir en él su perseverancia en el error. Pero hay ocasiones en que hasta alguno de sus opositores le puede reconocer que en algo tenía razón. Resulta complicado admitirlo ahora tras tantas palabras dichas, pero una de esas cosas es la guerra comercial contra China lanzada al poco de acceder a la presidencia de Estados Unidos y que básicamente se consideró un ataque al libre comercio que tanto había defendido y por el que había velado el gigante americano durante décadas. El profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València, Vicente Pallardó, asegura que «Trump tiene razón en que China ha estado violando normas comerciales con subvenciones a la exportación para vender por debajo de coste y destruir a los competidores de sus empresas, violando la propiedad intelectual, vetando el acceso de mercantiles extranjeras a ciertos sectores del país o a través de ayudas a empresas para comprar a competidores extranjeros». Dice Pallardó que, «antes de Trump, esto se toleraba a cambio de vender en China, que es un mercado enorme. Era una visión a corto plazo. Europa también se ha dado cuenta de que esa no es la estrategia adecuada», y también ha optado por introducir cambios.

El catedrático emérito de Historia e Instituciones Económicas, Jordi Palafox, considera que «la libre competencia global impulsada por los predecesores de Trump no ha sido, en modo alguno, una competencia entre iguales sino claramente favorable a China. Lo cual en una etapa de pérdida de hegemonía económica de EE UU, como ocurrió con Gran Bretaña ante el ascenso a primera potencia del gigante americano, ha debilitado todavía más su posición en el mundo y ello ha irritado profundamente a una parte sustancial de los estadounidenses. En este contexto, Trump ha actuado tratando de equilibrar la situación. Lo ha hecho, dado su carácter autocrático, como un elefante en una cacharrería, provocando una incertidumbre generalizada entre los actores económicos y frenando el crecimiento económico mundial. Y, como acaba de demostrar un estudio de la FED de Flaaen y Pierce, afectando negativamente a la manufactura estadounidense al ser superior el efecto negativo vía aumento de precios de los inputs y las represalias comerciales que el positivo de las tarifas sobre la actividad interior».

Sea como fuere, las posiciones enconadas del inicio de la guerra comercial, con la imposición recíproca de aranceles, parece haber entrado en una fase de distensión. Si no pasa nada raro, la semana que viene está prevista la firma de un acuerdo comercial entre las dos potencias. Ahora bien, como apunta Pallardó, se trata de una primera fase y se sigue negociando. «China no está cediendo en lo importante. Básicamente, lo que va a hacer ahora es comprar más a Estados Unidos aquellos productos, sobre todo agrarios, que producen los Estados que votan más a Trump». En su opinión, Pekín «va a dilatar el proceso con concesiones menores y esperará a ver qué pasa en las elecciones de noviembre. Por tanto, habrá relajación de la tensiones, porque Trump necesita reforzarse y China tiene problemas internos y no se puede permitir una ralentización acusada». Pallardó cree que, «en esta guerra, China va ganando en el cómputo global, aunque a corto plazo los aranceles la penalicen más. Se ha vendido como el adalid del libre comercio y la cooperación cuando su comportamiento es justo el contrario, lo que implica que tiene un mejor mensaje y mejores negociadores, mientras que a Trump solo le interesa la reelección».

El poder global

Y es que hay que tener en cuenta que la guerra real de Pekín no es solo comercial, sino que se sustenta en su ambición de la hegemonía global, un camino imparable o, en todo caso, que Trump, con sus políticas, no está frenando en realidad. Matilde Mas, directora de Proyectos Internacionales del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie), considera que «China ha pasado por el aro en las cuestiones comerciales, pero juega en una liga en la que Trump no está, ya que a este solo le preocupan los garbanzos: las políticas geoestratégicas en poderío militar, la presencia en el mar de China o en los mercados de materias primas de Latinoamérica y África» o el objetivo de entrar en Europa mediante la denominada nueva ruta de la seda, como añade Palafox. Sin olvidar que la guerra comercial ha tenido su origen en el control del poder tecnológico, como se vio con la batalla contra la china Huawei. Según Mas, el presidente de Estados Unidos pone énfasis en los aspectos comerciales y parece que ahí está ganando, pero China está acaparando un poder que Washington está dejando. Otros presidentes no lo hubieran permitido. Da la impresión de que Pekín juega al gato y el ratón con Estados Unidos, con más visión de dónde está el poder, que no solo es en la economía». De los magros resultados de Trump, pone como ejemplo que ha logrado que algunas empresas de su país regresen al mismo, «pero solo han retornado los centros de valor, como la I+D, pero no la producción manufacturera, porque la mano de obra sigue siendo más barata en el exterior». Y esa es una cuestión clave, porque el nicho de votantes del político republicano se nutre en buena parte de los perdedores de la globalización. A este respecto, Mas apunta un reflexión final de calado: «Se dice que en el libre comercio hay colectivos que pierden, pero que la suma de sus efectos es beneficiosa. Pero, ¿qué pasa con los que pierden? Trump los ha identificado, son gente que han perdido sus empleos en las manufacturas, sobre todo, están en el paro y están cabreados. Si no los cultivas, crece el populismo». Que ya de por sí está disparado.

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