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Un futuro económico muy negro

¿Cómo será la economía tras la covid-19? Los expertos creen que muchas empresas de servicios desaparecerán y que la industria resistirá mejor. Su pesimismo crece si retrocede la globalización

Un futuro económico muy negro

La humanidad ha entrado en una dimensión desconocida con la crisis del coronavirus. Nadie que esté presente ha vivido una situación tan grave en tiempos de paz. La mayoría de las grandes economías del mundo están prácticamente paralizadas, con planes inciertos de vuelta a una normalidad que en realidad no será tal. Miles de personas han muerto o se han contagiado, de momento. El desempleo total o temporal se ha desbocado con una intensidad desconocida. Y no hay certezas sobre cuántas empresas sobrevivirán. En realidad, no sabemos qué será de nosotros, pero la sospecha generalizada es que nos enfrentamos a un futuro económico tenebroso y también que en el escaso tiempo que llevamos de pandemia ya se apuntan cambios vertiginosos.

Tras la destrucción que ya ha empezado, ¿cómo será la nueva economía? Vicente Pallardó, profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València, responde que lo más probable es que se produzca una reducción del tamaño de algunos sectores, los más damnificados de la crisis, pero no de la economía en general, porque «no se va a producir la aniquilación física de personas y capital» que conlleva una guerra. En su opinión, un ejemplo claro de ello es el turismo, al que «le va a costar Dios y ayuda recuperarse», entre otros motivos porque la afluencia de visitantes internacionales ya no va a poder ser la misma. Las medidas para garantizar la sanidad van a reducir el número de pasajeros en cada vuelo y las compañías tendrán que elevar los precios, lo que tirará atrás a muchas personas. «¿Está muerto el low cost?», se pregunta. No mucho mejor le pueden ir las cosas al comercio, sobre todo al tradicional, que, en su opinión, ya vivía una tendencia a la concentración y ocupaba muchos espacios en los barrios gracias a tiendas de inmigrantes. La propia pandemia y el miedo que conlleva, que tardará mucho tiempo en ser expulsado de nuestros cuerpos, van a suponer el triunfo definitivo de las grandes superficies y del comercio electrónico.

El catedrático de Organización de Empresas del mismo centro universitario, José Pla, no tiene dudas de que «muchas empresas desaparecerán en esta crisis, de manera especial las más pequeñas y las de los servicios vinculados al turismo o el comercio». «Creo que la mediana industria resistirá mejor», afirma, antes de apuntar que la desglobalización que se avecina abrirá nuevas oportunidades y dejará «hueco a unas cadenas de valor más regionales, con producciones de menor escala». Pallardó considera al respecto que uno de los cambios inevitables será la necesidad de repensar la cadena global de producción. «La dependencia de China se va a acabar. La primacía absoluta del coste va a quedar en un segundo plano y se va a complementar con la garantía de los suministros», afirma. Y no solo por las carencias demostradas de material sanitario, sino porque la propia industria, «aunque sin pandemia ni caída de la demanda, se habría quedado paralizada en buena medida por la falta en el suministro de componentes. Muchas grandes empresas van a tener que duplicar las fuentes de producción para no depender de un solo país, pero como el coste es elevado no toda la fabricación externa va a volver a Occidente», tal y como publicó EMV la semana pasada.

En relación con eso, el catedrático de Estructura Económica de la Universitat de València, José Antonio Martínez Serrano, considera que «la globalización ha sido magnífica y si se rompiera sería fatal para todos». Pone el ejemplo de las mascarillas: «Fabricar para necesidades habituales implica producciones bajas y costosas. El material se ha logrado gracias a la apertura mundial. Si rompemos eso habrá una pérdida de renta muy grande. Sin embargo, ya se están poniendo barreras, concretamente 70 países han impuesto restricciones, y no sabemos cómo acabará esto. La gente cree que producir aquí es bueno aunque sea un poco más caro que en un país con la mano de obra menos onerosa. Pero si tu restringes un producto ajeno, otro país hará lo propio con los tuyos y si vas sumando productos todo acaba encareciéndose y nuestro nivel de vida bajaría muchísimo. La autarquía es la muerte».

Martínez Serrano apunta otra variable y es que España es «una sociedad con muchos viejos, que son los que tienen las rentas pero cuyo consumo se va a retraer» en un clima en el que va a dominar el miedo al futuro. La inestabilidad en el empleo y la pérdida de ingresos «va a derivar también en menos vivienda». Las empresas se ponen en marcha de nuevo, pero «veremos quién les compra». El horizonte que vislumbra es el de una caída del nivel de vida que se ajustará a una «sociedad más pobre», porque la ruptura en la cadena de valor mundial -«ningún país produce un bien él solo»- puede provocar una caída en los suministros necesarios para la fabricación y porque el descenso abrupto de la renta va a provocar que los ciudadanos gasten menos en lo imprescindible, es decir en muebles, juguetes o coches, por ejemplo».

El director adjunto del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie), Joaquín Maudos, pone el foco también en el turismo, con un futuro más que desalentador: «Los visitantes nacionales no van a compensar la caída de los extranjeros y en 2021 no se va a volver al panorama de antes, con más de 80 millones de turistas en España». Maudos comparte el pronóstico de Pallardó sobre los efectos de la seguridad en el coste de los vuelos y del AVE y augura una reducción del tamaño del turismo, por el miedo al contagio y la pérdida de renta de las familias. No hay que olvidar, que, además de los ingresos laborales, el hundimiento de los mercados de valores ha empobrecido a los inversores, sobre todo a los pequeños. Y habrá que ver qué hace la banca. Las grandes entidades están mucho mejor que en la anterior crisis, sobre todo en solvencia, pero se da por descontado «que la morosidad va a subir mucho por los créditos al comercio y la hostelería, sobre todo», lo que, en su opinión, va a poner en problemas a algunas entidades sobre todo herederas de las antiguas cajas de ahorros y cooperativas.

Martínez Serrano, por su parte, añade otra consideración. Si el confinamiento se alarga, se va a producir un deterioro en el capital humano, que puede ser irrecuperable en algunas profesiones porque en muchas actividades «se producen de continuo innovaciones y si no estás en el día a día del trabajo, las pierdes». Por su parte, Maudos apunta que esta crisis comportará cambios con la penetración de la digitalización, singularmente el teletrabajo y añade que la administración de Justicia «va a tener que ponerse la pilas porque no está digitalizada y muchos funcionarios se han quedado en casa sin ocupación».

El catedrático emérito de Historia Económica Jordi Palafox pone el énfasis en el enorme esfuerzo fiscal que España ya está teniendo que hacer para hacer frente a esta crisis y aporta un augurio desesperanzador: «Si todo sigue igual en la UE, el rescate de la economía española va a ser inevitable a medio plazo», aunque su única esperanza es que «estamos acompañados de Italia y Francia». Maudos cree que el euro sobrevivirá, pero coincide en la posibilidad del rescate si Italia se ve forzada a ello. Y Pallardó lamenta la falta de coordinación en la UE, cuando esta debería «liderar el mundo con una imagen de cooperación interna» para contrarrestar el ascenso de los populismos y nacionalismos, el virus que condujo de la Gran Depresión a la Segunda Guerra Mundial. Ese escenario que nadie desea volver a ver.

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