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Crónicas de la incultura

Adiós al Círculo de Bellas Artes

Adiós al Círculo de Bellas Artes

El sábado pasado me topé en Levante-EMV con la noticia, no por triste menos esperada, de la disolución del Círculo de Bellas Artes de València. Según su último presidente, parece ser que la Conselleria de Hacienda ha reclamado las ayudas que concedió a la entidad y que esta no puede devolver: como la gestión negativa acumulada durante un cuarto de siglo por sucesivas juntas directivas no había logrado generar recursos suficientes, el resultado ha venido a ser más o menos el de cualquier negocio cuando el debe supera al haber y no logra pagar los plazos de la hipoteca que pesa sobre el local. Fin de la historia, dirá cualquier ciudadano normal y corriente.

Nada que objetar: en la economía capitalista, si un negocio no es rentable, se cierra y punto. Si una facultad no es rentable porque no logra atraer recursos, la cerramos. Si un templo no es rentable porque sus cepillos no reúnen monedas suficientes ni para pagar al sacristán, lo derribamos y construimos un centro comercial. Si un club deportivo no logra mantenerse en el machito de la primera categoría porque no le llega para comprar los mejores jugadores, lo disolvemos y a otra cosa. Y ya puestos: si un trabajador, pese a haberlo exprimido a conciencia, ya no consigue dar de sí lo que esperábamos, le aplicamos un ERE fulgurante y saneamos la empresa. Este es el modelo neoliberal que triunfa en todo el mundo, por supuesto en el mundo occidental donde se inició, pero también en los países del antiguo bloque comunista (¡), en los afectos a fundamentalismos religiosos supuestamente igualitarios, en todas partes.

¿Y qué hacemos con la cultura? ¡Ah la cultura! Se supone que es una flor de invernadero, que no puede vivir sin ayudas. La cosa viene de lejos. Horacio, ese poeta que le suena a todo el mundo, pero que nadie ha leído (entre otras razones porque no tuvo la precaución de escribir en inglés), no habría compuesto ni un solo verso si no le hubiera protegido Mecenas (y de ahí la palabra mecenazgo). Vincent Van Gogh, ese pintor tan famoso cuyos cuadros valen una millonada y cuyo principal museo de Amsterdam es el más visitado del mundo, se habría muerto de hambre sin la protección de su hermano Theo, que le compraba los cuadros. Así es la vida: la humanidad necesita a la cultura, en realidad existe por ella, pues los primeros seres humanos lo fueron porque inventaron y practicaron técnicas artísticas de naturaleza simbólica: esto es lo que diferencia a los Neanderthales de los Cromagnones de los que venimos. Lo malo es que los protectores, sobre todo cuando no ponen en juego su propio peculio como Mecenas y Theo, suelen ser bastante horteras: no hay más que ver algunas producciones teatrales y algunas adquisiciones plásticas de la Generalitat valenciana (de la actual y de las anteriores) para darse cuenta. Una alternativa al mecenazgo de la sociedad, que acaba siendo mecenazgo de los políticos que la representan, es fabricar lo que le gusta a la gente, en vez de educar el gusto de la gente con lo que creamos. Los escritores se lanzarán al universo del best seller basura, los artistas plásticos pintarán cuadros que vayan bien con el sofá del cuarto de estar, los músicos compondrán tonadillas para Eurovisión. En ello estamos porque, lo más increíble de todo, es que entre el poder y el dinero no hay contradicción: los premios recaen en los que venden, que suelen ser además los que no molestan al poder. La verdadera cultura es una actividad clandestina que algun@s practican a costa de su tiempo y de sus propios recursos: es evidente que el Círculo de Bellas Artes no ha sabido imitarles. Al contrario: ni debió embarcarse en una sede pretenciosa que no se podía permitir ni abrirse erráticamente a competir en el mercado de subastas de medio pelo. Ahora la cosa ya no tiene remedio.

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