Cuzco es una historia de desamor. Pero también de amor. Cuzco es un viaje vital; real y ficticio. Es una experiencia y un autodescubrimiento. Son alegrías y respuestas. Cuzco es el trabajo más «simbólico» de Víctor Sánchez Rodríguez, también nominado a mejor dirección de escena por Una vida americana . La obra surgió de un viaje familiar a la ciudad andina. Allí, visitando la Iglesia de Santo Domingo y Qorikancha, paseando por el barrio de San Blas, la Plaza de Armas y, sobre todo, callejeando, el Premio Max 2016 a la Mejor Autoría Revelación por Nosotros no nos mataremos con pistolas, encontró la inspiración para escribir Cuzco. «En esos momentos, en 2014, atravesaba por una crisis personal importante. Vivía desenamorado de la vida. Fui allí para curarme, no de un desamor, sino del desamor mismo. Eran días en los que pensaba ¿voy a poder volver a sentir el amor que sentía antes? ¿voy a poder volver a enamorarme? Fueron días en los que me di cuenta de que para ello era necesario recuperar la confianza. En ese viaje pensé que las pesadillas se acaban y que el mundo me podía volver a sorprender», comparte Sánchez, que estos días anda muy feliz porque la obra se acaba de estrenar en Londres, en el Theatre503, la primera vez en siete años que se ha programado una obra traducida (la traducción la hará William Gregory, quien ha trabajado en producciones para proyectos internacionales en el Royal Court Theatre y The Gate). Y esa obra va a ser Cuzco. En ese viaje inca, en ese espacio y a corazón abierto se gestó Cuzco. «Cada día me levantaba y una losa de tristeza y zozobra caía sobre mis piernas. Conseguía levantarme, ir al gimnasio, escribir€ Pero el vacío se ensanchaba en mí. Una y otra vez me preguntaba: ¿podré levantarme algún día y sentir que mis ojos miran al mundo de nuevo con un verdadero mirar? Plantado en medio de la Plaza de Armas empecé a tramar esta historia. Una pareja que viaja a Cuzco para salvar su relación€» explica el director de escena y dramaturgo. Bueno, dependiendo de la semana. «Me considero un director que escribe o un dramaturgo que dirige» puntualiza.

Sobre una escenografía minimalista y simbólica que invita al público a imaginar los espacios, Silvia Valero y Bruno Tamarit, los dos protagonistas, cuentan los intentos desesperados de sus personajes por eludir su irremediable final, por sortear su abismo. A Silvia el personaje le viene como anillo al dedo. Víctor lo escribió pensando en ella aunque no para ella porque para una actriz, reconoce, eso es «una putada». «Siempre pensé en ella. Forma parte de la compañía, es una gran actriz y capaz de adentrarse en un territorio que es incómodo y te pone contra las cuerdas», explica.

Cuzco, amor, desamor, voces, ausencias€ contradicciones. «El amor actúa como catalizador, porque es lo que mueve al mundo y lo que saca lo mejor y peor de nosotros. El viaje abre infinidad de espejos porque lleva al autodescubrimiento. Van a Cuzco a salvar la pareja pero lo que hacen es un viaje a una experiencia vital diferente, mientras él busca la alegría por vivir de nuevo, ella busca las respuestas a la crisis, poner nombre a lo que le pasa y acabar de asumirlo» relata el autor que escribió la obra mientras dirigía Nosotros no nos mataremos con pistolas y montaba A España no la va a conocer ni la madre que la parió. «Es una de las obras que más me ha costado escribir. La empecé en el verano de 2014 y la primera versión la acabé en febrero de 2016. Entonces la dejé reposar hasta junio que fue cuando la perfilé», confiesa Sánchez a quien interesan los deseos frustrados y los cambios de rumbo. ¿Pero en Cuzco, como en toda relación, hay vencedores y vencidos? «Cada uno lo verá de una forma. Ella está en una posición más complicada, pero hay gente que empatiza más con él. Yo me siento identificado con el uno y con el otro. Ni uno es bueno ni otro es malo. Los dos son inteligentes, pero torpes», valora. Contradicciones, lo que a él le gusta.

A Sánchez le satisface el resultado. Reconoce su obra -«cuando dirijo trato de olvidarme de que soy autor e intento respetarme muy poco» incide con cierta picardía-. Ahora quien la valora es el público, ese gran desconocido. «Mi éxito era hacer con el montaje lo que me proponía. Y me doy un aplauso». La ovación queda en manos de la platea.