La bodega Vera de Estenas ha celebrado esta semana una efeméride al alcance de muy pocas bodegas de la Comunitat Valenciana, el 25 aniversario de la elaboración de la primera añada de Viña Lidón, en su momento el primer blanco fermentado en barrica de toda la Comunitat Valenciana y, entonces, uno de los iconos de una DOP Utiel-Requena que estaba en pleno despegue.

Viña Lidón

Aunque ahora están muy en boga los «vinos de parcela», en aquella época no se prestaba tanta atención al viñedo, por lo que, en cierto modo, Félix Martínez Roda (responsable de esta bodega familiar fundada por su padre, el enólogo Francisco Martínez Bermell) fue un visionario al dedicar las uvas de una pequeña parcela plantada por su padre a poco más de 700 metros de altitud en un suelo pobre y calizo allá por 1981 a crear un vino de edición limitada (apenas 5.000 botellas cada añada) novedoso en su concepción y de clara vocación gastronómica.

En sus primeras añadas el vino se introdujo en la alta gastronomía valenciana y raro era el restaurante que no contaba en su carta con este excepcional blanco. A medida que Félix fue conociendo el viñedo fue adaptando la elaboración «primero -comenta Martínez Roda- buscando más frescura para un consumo rápido, ya que entonces existía la creencia de que los blancos habían de consumirse en el año; luego aportando más tiempo en barrica, como en la añada de 2003 en la que producimos una serie muy limitada del blanco, en ese caso fermentado y criado seis meses más en barrica; y en los últimos años jugando con una breve crianza de dos meses en contacto con sus lías para conseguir mayor estructura, equilibrio y volumen en boca».

Aunque inicialmente lucía el sello de la DOP Utiel-Requena, desde que la bodega tiene su propia denominación de origen (Pago Vera de Estenas), Viña Lidón se etiqueta como vino de pago, aunque mantiene intactas todas las características que hicieron de él uno de los blancos valencianos de referencia hace 25 años.

Para celebrar las bodas de plata, la bodega ha organizado esta semana una cata vertical en la que se ha podido contemplar la evolución en el tiempo de un vino que, si bien en sus añadas más jóvenes muestra todo el potencial aromático del Chardonnay, con nítidas notas de fruta tropical, matices ahumados y buen volumen en boca; en añadas como la de 2013 da un giro que le acerca aromáticamente a los vinos dulces botritizados, con un paso por boca seco y balsámico. Mención aparte merece el blanco crianza de la añada de 2003, el más viejo que se pudo catar en la sesión, un vino que, como es lógico por el paso del tiempo, ha perdido su carácter frutal para mostrarse más complejo, con notas de pastel de manzana, frutos secos y frutas caramelizadas. Sin duda, un claro ejemplo de la longevidad de un vino hecho para mostrar lo mejor de sí en sus dos primeros años de vida, pero que promete nuevas emociones con el paso del tiempo.