Se han cumplido cien años de que, a principios del siglo pasado, se iniciaran las obras de lo que es la Basílica de San Vicente Ferrer, en la calle de Cirilo Amorós, recuerdos que se han hecho patentes en los días recientes cuando los alumnos del colegio de los padres dominicos de la promoción 55-62 han celebrado brillantemente sus bodas de oro, en una fiesta en la que se distinguió con una placa conmemorativa al compañero Antonio Pérez Sanchis, reportero gráfico que fue quien aunó criterios para reagrupar a los vecinos de pupitre.

Pero la historia de los dominicos en Valencia, y en aquella zona en torno al Mercado de Colón, merece que se recuerde. Fue en los primeros años del 1900 cuando se comenzó la construcción de la que luego sería Basílica. Y en 1915 se culminó con la construcción del crucero.

Y fue ya en la década de los años veinte, concretamente en marzo de 1926, cuando el padre Urbano promovió la construcción del colegio. En julio de ese año se colocó la primera piedra, en un acto presidido por el arzobispo Prudencio Melo y Alcalde y por el entonces presidente del Gobierno, Miguel Primo de Rivera. Dos años después, en junio de 1928, la Junta de Gobierno de la Universidad reconoce el Colegio Mayor Universitario San Vicente Ferrer, que en 1936 —ya se puede suponer por qué— dejó de ser centro religioso, siendo denominado Colegio Hispano Francés.

Fue en 1939 cuando el padre Montserrat consiguió que revertiera a sus auténticos propietarios, los dominicos, llamándose de momento Colegio Hispano San Vicente Ferrer, recuperación que fue firmada ante el notario Enrique Taulet Rodriguez-Lueso. En seguida, se volvió a cambiar el nombre y fue Colegio Mayor Universitario, según recogió el padre Miguel Llop en su texto Alas del centenario, publicado en 1991.

El amplio edificio —su fachada en la Gran Vía del Marqués del Turia tenía una longitud de 75 metros— albergó a partir de 1959 ya totalmente el convento, siendo el primer prior el padre Escámez. Y así funcionó hasta 1976, en que se reedificó el inmueble, pasando prácticamente el colegio a un moderno edificio lateral, en la calle de Isabel la Católica. Desapareció, pues todo el espacio de la Gran Vía, donde había patios —algunos se conservan— y sobre todo un cine juvenil, donde los muchachos de los años cuarenta y cincuenta íbamos los fines de semana; eso, sí: con películas aptas para menores.

Ha sido bueno, pues, el acontecimiento de estas bodas de oro de una promoción, para recordar lo que ha sido esa Basílica y ese colegio, que a quienes vivíamos en la zona nos sirvió para la misa dominical y para el cine de los sábados.