La salpassa o sarpassa —del latín, sal y aspergere— es una antigua costumbre que aún pervive en algunos pueblos valencianos, muy enraizada en La Marina, consistente en bendecir con agua y sal las casas y las familias el día de Miércoles Santo.

El sacerdote, revestido con ornamentos litúrgicos, acompañado de sacristán y acólitos, recorre las calles del pueblo, bendiciendo una a una las casas y sus moradores, precedido por un «escolanet» que hace sonar una «campaneta» avisando de la presencia de la comitiva. Con el hisopo —sarpasset— asperjar con agua, antes también se hacía con sal—cada casa y persona. Las puertas de las casas están abiertas de par en par, sus habitantes junto a una mesa, con un plato de sal, un atifell lleno de agua y huevos. El sacerdote reza una oración, toma de su sal bendecida y la mezcla con la sal de la familia. En agradecimiento, los bendecidos le ofrecen huevos, que recogen sacristán y acólitos.

El agua bendecida es guardada para beberla o rociar puertas, paredes, habitaciones y todos los rincones de la casa. Para el caso que haya un enfermo o moribundo, rociarlo con ella.

Una tropa de niños antaño iba delante del clero con mazas de madera para aporrear las puertas cerradas y entonaban cancioncillas populares «ad hoc»: Maces, maces al sereno/ que s´acaba la Passió/,… Ous ací, ous allà/ a pegar-li al sagristà/… Ous a la pallisa,/ ous al ponedor/,… Que´s aixó que passa/ el nostre Senyor/…, En aquellos pueblos con no muchas casas, el sacerdote ha aprovechado siempre para interesarse por los moradores de las casas e invitarles a los oficios de Semana Santa.

La salpassa puede entenderse como un sacramental, está normada en el Ritual Romano, decretada por Benedicto XIV, un Papa muy influido por las corrientes de la Ilustración. Hace medio siglo que la costumbre comenzó a decaer y son muchos los pueblos que dejaron de cumplir con esta tradición por diversas razones.

No obstante está presente en comarcas de las tres provincias valencianas, más en las de Alicante.

Estudiosos de esta tradición ven sus orígenes en un ritual pagano, pre-cristiano, del mundo agrícola y ganadero, de las fiestas del solsticio de primavera, cuando rendían cultos a los dioses paganos y purificaban casas y establos con agua, sal y azufre, hecho éste que, como otros muchos, la Iglesia afirman cristianizó e hizo suyo.

En la cultura laica, la sal siempre ha sido un elemento de solidaridad y hospitalidad. A quien llegaba a la casa se le ofrecía el pan y la sal, la amistad. De ahí que la actitud contraria a ello es lo manifestado por el dicho popular cuando habla de «Negar-li el pa i la sal», a alguien.

Cristianizado el acontecimiento, para la Iglesia, confiar, dejar, entregar la sal a alguien, además es recordarle lo que dice el Evangelio de Marco, 9,50, «Tened la sal en vosotros y tened paz unos con otros».