Entramos en el desván olvidado de una antigua mansión despojada de los restos que se han trasladado como antigüedades a la tienda que se abre en el número 11 de la calle de la Estrella, tan acertadamente rehabilitada, y penetramos en un espacio rodeado de escaparates que se prolongan al interior de otro, grande y profundo, que culmina en un pequeño patio sembrado de plantas verdes.

"Antigüedad" es término que evoca lo viejo, lo usado; así demuestran los armarios de madera noble con incrustaciones metálicas, la cómoda art decó, el perchero renacentista, los centros de hierro dorado, cornucopias, pinturas al óleo, juegos de cama de hilo de Holanda o batista delicadamente bordados con ricos encajes de Bruselas o puntillas de bolillos, cobertores de seda, las cristalerías que mojaron otros labios, juegos en que humeó el café desde las pequeñas tazas, porcelanas de biscuit, vinagreras y juegos de té ingleses... así un largo etcétera. En ella puede comprarse todo, incluido el mostrador o las lámparas. Los techos altos, las paredes lisas porque ninguna decoración competiría con los objetos que se venden y se apoyan unos a otros; Rogelio sabe que no debe molestarlos.

Rogelio Morellá Casa-Bayó ronda los cincuenta años, planta treintañera, cabeza de poeta y cabello abundante y largo en que brillan las primeras hebras de la plata del tiempo. Creó, décadas ha, la tienda la tienda que guarda historias y añadió la posibilidad de actualizarlas con la personal aportación de la propia sensibilidad. En primer lugar, por la ropa que nunca tuvo dueño y cuando la tienda que la puso en venta no encontró el cliente adecuado o terminó su vida comercial, llegó hasta sus manos y reposa en largas perchas en que podemos encontrar desde capas de visón hasta chaquetas, vestidos, faldas, blusas de las grandes firmas en la mayoría de las cuales, pese a haber levantado la etiqueta, se reconoce el estilo inconfundible de Armani, Givenchi, Adolfo Dominguez, Cacharel. Todos ellos capaces de convertirse en un fondo de armario para damas elegantes; incluso señoras o señoritas presuntuosas que lucirán una prenda sin declarar un precio que puede alcanzar la décima parte del que en principio marcase su creador. Llegan inesperadamente; se las llevan con rapidez y se producen las esperas porque, es posible, se repita otra buena oportunidad.

La vieja mesa, al fondo, con la escasa luz que penetra desde el patio y se alinea con el flexo, recibe una lluvia de perlas y gemas desparramadas fruto de colecciones que han llegado hasta sus manos; la cabeza de Rogelio se inclina, se abstre, cubren su frente los rizos espesos; con ojos de gavilán y manos de pianista salta de unas a otras, analiza los tamaños, los colores, despierta en su mundo interior la creatividad que le es propia e imagina una forma de composición de la que surge la armonía silenciosa en un collar único, una singular pulsera, un anillo irrepetible. Rogelio no valora su creatividad, obvia el precio de su tiempo, y cuando marca los precios el resultado es tan asequible que todos acuden en busca de la pieza adecuada a la ocasión precisa, el regalo necesario, la oportuna gentileza en cuya adquisición raramente invertirán cantidad superior a los 25 euros.

Acuden de todas partes; la gente del barrio es suya, frecuentemente aparecen aquellos a quienes el pariente o amigo le ha recomendado y otros anticuarios que deseosos de poseer para sí mismas las raras piezas que aparecen ante sus ojos. De vez en cuando sale a la calle y su alta figura destaca sobre la acera mientras enciende un cigarrillo que raras veces consumirá en soledad. Cuenta curiosas anécdotas en su haber como la señora que viene todos los meses desde Castellón de la Plana en busca de novedades y en un momento dado le solicita que corresponda a su fidelidad abonándole el importe del billete. La gitanilla que alega vender en el Rastro: "Que oiga, que yo conozco a muchos anticuarios, que usted me lo deja y si no lo vendo se lo devuelvo y si lo vendo vuelvo y se lo pago".

De excelente humor, que se adivina quebrado cuando algún día la persiana no se levanta; familia corta, obligaciones largas. Regresará una mañana; como cada tarde, prolongará la jornada reponiéndo mercaderías en los menguados escaparates. Volverá a desparramar las perlas y las gemas, ordenará la ropa, y se prestará a las explicaciones precisas cuando los vecinos que le quieren le pregunten por la causa de su ausencia.