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Historia sanitaria

Russafa también tuvo su ébola

Un médico relata en una investigación que los labradores de las zonas más alejadas y míseras quedaron sin ayuda en las epidemias del cólera

Russafa también tuvo su ébola

No tiene en cuenta ni sabe cuantos años ha escarbado entre los papeles del Archivo Municipal de Russafa para investigar el último de los azotes bíblicos que sufrieron los pobladores de la huerta valenciana que se extendía hace doscientos años por ese vasto término municipal. Ricardo Aparici Izquierdo, médico jubilado de La Fe, de 74 años y vecino de Oliveral, empezó su aventura investigadora para ahondar más en los males y dolencias que atacaron a los antiguos vecinos de las tierras bajas de Valencia. Y lo que empezó como un entretenimiento ha culminado en una volumen de 540 páginas (uno de los tres que tiene escritos) que bien podría catalogarse como el fruto de una documentada tesis doctoral.

«Lo único que quiero contar es que lo que pasó en Russafa hace dos siglos es lo mismo que ocurre ahora en África Occidental con el ébola, que la gente moría como moscas del cólera (hasta el 80 %), que no había medios ni remedios y que ni los médicos querían adentrarse en aquellas zonas pantanosas para aliviar el mal de los enfermos, a quienes se abandonaba», relata el investigador que fundó la Asociación de Vecinos del Oliveral en 1980 y fue alcalde pedáneo de Castellar-Oliveral de 1986 a1988.

Ahora Russafa es un distrito pero hace dos siglos el término abarcaba el pueblo y cuatro carreras (la del Río, Encorts (antes Camino de la Albufera), Fuente San Luis y Malilla o Melilla, como se escribía en la época) y cada carrera estaba dividida en trastes y en cada traste había un alcalde pedáneo.

Cuando el cólera empezó a ensañarse con la población más débil y desamparada, que eran los labradores que habitaban en chabolas en medio de la huerta, los médicos se negaban a ir a esas zonas hediondas y llenas de cieno y putrefacción. «Si habían sido nombrados, dimitían para no adentrarse en las zonas de contagio», explica el doctor Aparici.

Las Reglas Preventivas y Curativas del cólera-morbo que publicó en 1854 la Junta Provincial de Sanidad de Valencia decían: «Los sujetos predispuestos al cólera-morbo «son todos aquellos que llevan un género de vida desordenado, que se alimentan de sustancias dañosas, que hacen excesos de comidas y bebidas y otros placeres, que no guardan limpieza en el cuerpo, ni en el vestido, que no se cuidan de abrigarse y se exponen a las corrientes de aire estando sudados, que toman humedades y habitan en parajes poco o nada ventilados, que tienen miedo al mal y a otras afecciones tristes y que ejercitan las facultades mentales».

El temor había comenzado a hacer estragos en la población, sobre todo entre los mejor asentados que vivían distantes de la huerta, que también eran los de mejor posición como el que crece ante el contagio del ébola en el Primer Mundoque temían la forma más violenta de la enfermedad, aquella grave y rápida que en 24 horas acaba con cualquier vida. Aquí, el portavoz de la OMS, Tarik Jasarevic, ha reconocido que la epidemia «evoluciona a un ritmo en el que es difícil ponerla bajo control».

El cólera, del que nada se sabía, acabó con la vida de más de un millar de personas a lo largo de las tres epidemias, muchas si se tiene en cuenta que en el término no llegaban a 9.000.

Explica el médico que en la huerta de Russafa se daban todas las circunstancias medioambientales para que se propagara la infección: no había agua potable y la gente se surtía de fuentes y manantiales de aguas freáticas dispersas por la huerta. Las aguas fecales y residuales de las barracas y alquerías iban tanto a las acequias de riego como a los escorredores. En el primer caso, se contaminaban las hortalizas y los frutales y en el segundo, los cultivos. Y si se retenían para el riego, los manantiales y fuentes, «por lo que en la epidemia de cólera las heces de los coléricos contaminaban los cultivos y las aguas».

Monumentos a la inhumanidad

Cuenta el médico investigador que dos personajes de la época merecen un monumento a la inhumanidad: el presidente de la Diputación Provincial de Valencia, Antonio Ripollés, y el Gobernador Civil. El primero porque se negó a conceder un empréstito de 20.000 reales al Ayuntamiento de Russafa para crear dos hospitales donde tratar a los enfermos que morían en tropel y porque, además, tardó 50 días en responder a una necesidad de urgencia vital. Más vergonzosa fue la excusa que dio para negar el préstamo al consistorio ruzafí: «por falta de forma». La infamia del segundo fue no hacer nada, «conociendo como conocía desde un principio la situación epidémica en la huerta de Russafa».

En el extremo opuesto, se resalta la dedicación de los médicos Antonio Gisbert y Manuel Guardiola que atendieron con todo su conocimiento y esfuerzo a los enfermos de la huerta, aún estando ellos también afectados por la infección de la bacteria vibrio cholerae. La muerte de dos galenos asustó más aún a población, como ha ocurrido con el ébola, donde se han disparado las alarmas tras empezar a morir sanitarios, 134 hasta ahora, y registrar ya 256 infectados.

Tres reales de limosna

En la primera epidemia de cólera, el concejal ruzafí Vicente Babiloni decidió dar tres reales a cada enfermo para que comprara medicinas, tradición que se mantuvo en los dos brotes epidémicos posteriores. «Limosna destaca Ricardo Aparici que en realidad no solucionaba nada, ya que la asistencia sanitaria era prácticamente nula y los enfermos con cierto grado de deshidratación que requerían un tratamiento con más cuidados en un hospital fallecían abandonados a su suerte, eso sí, con tres reales más».

«Creo agrega el médico que esta limosna era una manera de tranquilizar sus conciencias».

Aceite común y agua caliente

Antes de que la segunda epidemia (1855), que afectó a varias partes de España, llegara a Valencia la Junta Municipal de Beneficencia de Russafa ordenó que se «expulsara o alejara de los sitios sobrecargados de habitantes a los que se crean perjudiciales a la higiene por su pobreza». Es decir, apartar a los más míseros. Sin embargo, la realidad fulminó ese falso criterio, ya que el primer caso que se declaró el 26 de mayo de ese año fue el de un labrador de 34 años, robusto, casado y sin explicación para el mortífero germen.

El remedio que mejores resultados dio fue la ingesta de el aceite común y agua caliente, así como la ventilación y la limpieza de ropas.

En el último brote de 1965 la Junta municipal de Sanidad del Ayuntamiento de Russafa no adoptó medida alguna para paliar el avance del mal en la huerta, solo se actuó para que no se propagara por el pueblo porque su mayor preocupación era que no llegara a la ciudad de Valencia y a los municipios lindantes con Russafa. Para ello, el gobernador alcalde de Russafa ordenó que no se remitieran al Hospital General enfermos con cólicos para evitar la propagación de la infección.

Una vez más, los pobres de solemnidad que vivían en las partidas más alejadas quedaron abandonados a su suerte dentro de su propia miseria, como ocurre ahora con los afectados por del ébola. «Donde más sanitarios se necesitan dice la OMS es en Liberia donde la gente enferma simplemente no tiene donde ir». Lo mismo, 200 años después.

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