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Divagaciones

La vela verde

La vela verde

Mi mirada del sábado se ha detenido en el whatshapp de Inmaculada Tomás; contiene una gran vela verde encendida y unas palabras: «Siempre te acuerdas de mí. Gracias amiga». No lo voy a borrar nunca. Nos tratábamos poco, pero cuando lo hacíamos existía entre nosotras una cierta complicidad. La primera vez que la vi fue cuando empecé a trabajar en el Instituto Valenciano de las Artes Escénicas y Música, conocido y complicado como su absurdo nombre: IVAECM. Intuí en ella una gran profesional que amaba y creía en lo que hacía, le dije a modo de broma. «Tú no solo eres una enamorada de la música, eres una activista»€ Sonrió con esa sonrisa callada y casi tímida que a veces, solo, a veces poseía; tenía que demostrar, a menudo, ser una mujer fuerte, incluso intransigente, y supo promover la música sirviéndose de la política.

«Nos dejó en la madrugada del Día de la Música (que curiosa coincidencia,) dijo Don Miquel Navarro en su profunda homilía, y la reconocí en último versículo del salmo 100 que pronunció: «€Ojos engreídos, corazones arrogantes no los soportaré. Pongo mis ojos en los que son leales, ellos vivirán conmigo. No habitará en mi casa quien comete fraudes; el que dice mentiras no durará en mi presencia».

Recuerdo cuando el estreno en los festivales de Perelada de «Apocalipsis, voz de mujer» dirigida por Irene Papas tuvimos que enfrentarnos con dificultades que resolvimos juntas, ella en su trabajo y yo en el mío, desde entonces nació una amistad fuera del ámbito profesional. Se enfrentaba ante las dificultades como se enfrentó contra su enfermedad con el temple que le caracterizaba y que a veces daba píe a malentendidos. Asistí a la formación de este extraordinario Coro que es el de la Generalitat y que tantos éxitos ha cosechado. En el funeral sus voces iban más allá de ellas mismas. Al escuchar, al principio el Sicut Cerbus Palestina, creo que mi cuerpo escapó, y mi espíritu siguió flotando con el Ave maria de Tomás Luis de Victoria y con el Ave Verun de Mozart. Y con la grandeza de su Lacrimosa, sentí que mis lágrimas habían estado rodando despacio.

El mundo del arte, de las letras, de la política, los amigos€ todos estaban allí y quizá de haberlo sabido, ella antes, no lo hubiera creído.

Miro la vela verde de su whatshapp, que simboliza el poder de comunicación que, a través de la música, ella tuvo. Dicen que la vela verde es el motor que lleva a la persona humana hacia el objetivo que se propone y que generalmente alcanza gracias a la constancia y a la meticulosidad con las que desarrolla su labor. No creo nada en estas cosas, pero su coincidencia, hoy me ha hecho sonreír; sobre todo al saber que, precisamente el sábado es el día de la vela verde€ Y como siempre he buscado refugio en un libro de poemas de Carlos Álvarez, abierto al azar: «No es verdad que la muerte sea un silencio blanco/ un encalado muro de soledad vacía;/no solamente un rostro sin arrugas ni tiempo/ni una gota es la muerte camino del olvido./La muerte es la criatura de un dios que piensa en ella,/ que con sus manos tristes acaricia su mano;/la muerte sólo encuentra su existencia en los otros:/en los que siguen vivos, creadores de lo cierto».

Que la nueva política cultural entienda y ame la música como ella la amó.

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