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La trastienda

No es el típico verano

No es el típico verano

Tenía mis dudas acerca del ritmo y la intensidad que los nuevos dirigentes políticos iban a aplicar a sus labores, básicamente por las fechas veraniegas en las que nos encontramos. Estos meses donde priman los reportajes atemporales, donde las televisiones enfatizan la necesidad de dar programación con contenidos diferentes, más ambiguos, vacíos e insípidos si cabe que en lo que entendemos como «temporada habitual» que suele abarcarse entre septiembre y junio. En verano sentimos la necesidad de resetear, de despejar la mente y no plantearnos disyuntivas y problemas con verdadera carga dramática. Siempre que se tenga el privilegio de poder eludirlos, claro está.

Son esos meses en los que muchas veces los representantes públicos aprovechan nuestro voluntario despiste para dar a conocer decisiones importantes, de esas que restan votos y avivan metafóricos incendios. Como ejemplo recordatorio, la flamante subida del IVA que nos dejó a todos atónitos hace ya unos cuantos veranos, y que hoy sigue vigente. Aunque no es precisamente del gobierno central de lo que quería hablar.

A punto de encarar el mes de agosto, y lejos de dejar para septiembre las principales tareas a través de hechos se confirman, cada día, en intenciones o decisiones, tomadas bien desde el consistorio o desde el gobierno autonómico que afectan a nuestra ciudad, algunas realmente destacables.

Como medidas puramente políticas (en realidad todas lo son), una de las más esperadas es la supresión del plan del Cabanyal y la limitación a tres alturas de sus edificaciones. En realidad, a nadie le ha cogido por sorpresa. Al menos lo primero. No es noticia que cada bando dejó claras sus intenciones desde el principio en sus programas electorales y correspondientes campañas, unos con la intención de llevarlo por fin a cabo y el resto para tomar la firme decisión de paralizarlo, como finalmente ha ocurrido.

La revisión de la liberalización de horarios en los comercios era otro de los puntos polémicos, y uno de los primeros en poner sobre la mesa. Al menos, quedan claras las intenciones y el debate al respecto está más que abierto. Si bien parece que limitar horarios puede favorecer al pequeño empresario, no es menos cierto que la presión a la que nos someten con horarios laborales tan complicados, inhumanos y fatalmente remunerados hacen del domingo o de la amplitud de horas de apertura, por triste que parezca, firmes aliados para realizar nuestro necesario consumo en forma de compras. Complicada decisión.

No somos ajenos a medidas simbólicas, de mucho peso social, que afectan poco a nuestros bolsillos o comodidades y mucho a nuestros rasgos de identidad, como el pasado sábado en el acto de la Batalla de las Flores, con la sustitución de la senyera en lugar de la habitual bandera estatal, como estandarte. O la apertura al ciudadano de las puertas del Ayuntamiento, que parece haber cuajado entre la gente con entusiasmo.

Y medidas de conciencia ecológica. No podrán verse en Valencia, a partir de ahora, espectáculos con animales, al tramitar el consistorio el veto y la no concesión de las licencias que, por ejemplo los circos, solicitaban para realizar su actividad. Y qué queréis que os diga: me parece una gran noticia y brindo entusiasmado por ella. Cuando ni siquiera se han llegado a los cincuenta días con los nuevos gestores a cargo, parece, y eso es algo que podemos empezar a confirmar, que este no va a ser el típico verano al que nos tienen acostumbrados.

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