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L´Albufera de València, el galimatías de un parque «natural» metropolitano

Recientemente tuvimos la oportunidad de saborear un excelente «all i pebre» en un reconocido restaurante del Mareny Sant Llorenç, mientras contemplábamos una espectacular visión de los arrozales de Sueca y Cullera. Una imagen sencilla, simple, idílica, en un escenario sin embargo que destila complejidad, diversidad. Pues la Albufera es un parque natural metropolitano que, por sus valores ambientales y culturales, constituye un símbolo para los valencianos. Es un paisaje cultural, modelado por el uso tradicional del agua y por una agricultura especializada, fundamentada en el cultivo del arroz. Es un espacio protegido y reconocido oficialmente mediante la declaración de Parque Natural (1986); Zona húmeda internacional Ramsar (1990); Zona de especial protección para las aves, ZEPA (1994); y Zona húmeda valenciana (2002). Paradójicamente es un territorio en gran medida desconocido al margen de su imagen estereotipada, que le proporciona una elevada carga de simbolismo para los valencianos. Y es un espacio de conflicto, por la variedad de usos que se desarrollan así como por las diferencias de intereses que confluyen en el territorio, donde tiene mucho que ver la proximidad del área metropolitana de València. El parque afecta (o beneficia) a 13 términos municipales ribereños. Con todo la Albufera es un territorio definido por la complejidad de los procesos que la modelan, la diversidad de espacios que la configuran y la heterogeneidad de acciones que requiere la gestión de este paisaje valioso (por su naturaleza) y valorado (por los ciudadanos).

Al sur de la ciudad de Valencia, entre las desembocaduras de los ríos Turia y Júcar, se extiende un territorio de unas 32.000 hectáreas, caracterizado por un paisaje de humedal, que tiene su origen en la combinación de la dinámica fluvial de los ríos Turia, Júcar y los barrancos tributarios. Un paisaje que es el resultado de la sucesión de diversos ambientes y procesos. Y donde la acción del hombre es determinante tanto en su proceso de configuración paisajística como en las relaciones presentes con el área metropolitana de València, pues se han desarrollado procesos generados por el hombre, culturales, ligados a cuestiones tanto jurídicas (protección de espacios naturales o gestión de las aguas de riego), como técnicas (diseño del parcelario, construcción de infraestructuras) y económicas (cultivos más rentables en períodos determinados).

La Albufera es un paisaje antrópico y antropizado. El hombre es quien lo ha modelado y el resultado final es su obra. Es un paisaje que ha necesitado de distintas fases para su configuración, consecuencia de un prolongado proceso de adecuación y transformación de las condiciones ambientales. En los últimos siglos los usos de la acción humana han condicionado la estructura y dinámica paisajísticas, mediante la definición de dos modelos, el piscícola-salinero primero, y el agrícola después. Los aterramientos, tan bien descritos por Blasco Ibáñez en Cañas y Barro, fueron el origen del cambio paisajístico. Una labor exhaustiva de rellenos de parcelas de marjal de manera que el lago redujo más de 7.000 hectáreas en algo más de dos siglos: unas 10.000 hectáreas a mediados del siglo XVIII a menos de 3.000 en la actualidad.

El Parque Natural de La Albufera se articula en tres elementos clave, la restinga, el marjal y por supuesto el lago de la Albufera. La restinga es la barra arenosa litoral de 30 km de longitud y de 1,5 km de anchura, que está en contacto con el mar Mediterráneo. La marjal está dedicada al cultivo del arroz, y en ella se permite la vida a numerosas especies vegetales y animales, tanto en los campos, como en los canales y las acequias. Y el lago de la Albufera es una lámina de agua salobre, en contacto con el mar a través de las golas. Está alimentada por los manantiales superficiales o ullals, los sobrantes de los sistemas de acequias procedentes del Júcar y del Turia, y por aportes de ríos y barrancos. Estas unidades no coinciden con la zonificación del Parque Natural recogida en el Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG), en el cual se distinguen zonas de Alto Valor Natural (ZAN), en las que destacan la Devesa de El Saler (que es parte de la restinga), el Lago de la Albufera y zonas concretas (ullals,…); las zonas de Interés Ambiental (ZIA), protagonizadas por los arrozales y otros espacios cultivados; y las zonas antropizadas (ZA), principalmente zonas urbanas y espacios antropizados no urbanos. Es decir, el grado de antropización del medio, de presión que ejerce el hombre, difiere en la estructura interna de las tres unidades. Por ejemplo, en la restinga conviven espacios urbanizados con el paisaje natural dunar.

La naturaleza compleja de la Albufera también se aprecia en la diversidad de su paisaje. El marjal acoge el paisaje de regadío del arrozal, definido por la acción del hombre y la versatilidad estacional. La organización del paisaje agrícola es el resultado de un largo proceso cultural, donde destaca su intenso aprovechamiento y transformación. Un paisaje que se ha configurado mediante dos etapas diferenciadas: la desecación y bonificación del marjal, y la ampliación del sistema de riego y la expansión de las tierras irrigadas. La evolución de la actividad agraria ha conducido a una especialización de la producción de arroz, cuya consecuencia es la aparente homogeneidad paisajística. A lo largo del período anual agrícola se aprecia tres períodos diferentes relacionados con la regulación hídrica del humedal y que transforma la apariencia visual del arrozal: la inundación total de los campos durante el invierno para lavar la tierra, el cultivo del arroz con una lámina media de agua en primavera, y la cosecha con unos campos drenados.

En el Parque Natural y sus alrededores se concentra una destacada riqueza patrimonial, relacionada en parte con la infraestructura hidráulica (tancats, escales, escorredors, sequiols …), y con los conocimientos y técnicas relacionados con la gestión territorial, los recursos hídricos y los usos de la Albufera. Siguiendo las palabras del profesor Joan Mateu, durante siglos, desde que Jaume I la incorporó a la corona, la Albufera fue lugar de recreo y caza de los monarcas durante sus estancias en Valencia. Tradicionalmente los moradores han hecho uso de una amplia diversidad de recursos (pesca, caza, salinas, bosque, prados, arrozal, etc.). La actividad pesquera constituye un uso tradicional que fue desplazado por el monocultivo arrocero de la marisma. Paso que fue motivo de conflicto entre arroceros y pescadores. La navegación tradicional, ligada a la vela latina y a las técnicas de pesca, constituye un referente del patrimonio de este paisaje cultural. En síntesis, diversidad y dimensiones patrimoniales contrastadas.

En la actualidad la Albufera acoge numerosas actividades relacionadas con los usos. Es el caso de los recursos naturales y medioambientales (agua, suelos, costa, conjunto de dunas, flora y fauna, hábitats, paisajes, patrimonio cultural); y las actividades económicas que se desarrollan en el actual escenario albufereño (el cultivo del arroz y otros cultivos, la pesca y la actividad cinegética, urbanismo y edificación, industria, equipamientos, turismo, ocio y esparcimiento), muchas de ellas derivadas de la aglomeración metropolitana.

Un riesgo permanente

Del conjunto de actividades la agricultura de arrozales es esencial para la conservación del paisaje y el marjal, pues su componente medioambiental permite la conservación de los hábitats así como la decisiva financiación europea. La proximidad del Área Metropolitana de València ha influido en la dinámica paisajística del humedal, en particular a partir de los años 70 del siglo XX. La antropización conlleva la contaminación del lago, el empeoramiento de la calidad del agua, por residuos industriales, plaguicidas y fertilizantes, que afecta tanto a la biodiversidad, a las actividades productivas (pesca) como a los usos tradicionales ligados a la pesca. La vulnerabilidad de este espacio define un escenario constante, un riesgo permanente.

De la misma manera, otras circunstancias ligadas a los usos contribuyen a enredar el escenario descrito, como es la diversidad de intereses de determinados colectivos que confluyen en esas miles de hectáreas y con frecuencia colisionan entre sí: Agricultores, cazadores, representantes de la administración pública local y pedanías, y de la administración pública regional; propietarios de la tierra, gestores del agua (comunidades de regantes, usuarios, la Confederación Hidrográfica del Júcar-CHJ), empresarios y emprendedores de la construcción, la industria, la hostelería o el turismo; investigadores, activistas de colectivos y plataformas de defensa de los hábitats de la Albufera.

Y, por supuesto, los usuarios, el conjunto de ciudadanos y ciudadanas potencialmente beneficiarios del parque natural, éste entendido como un espacio de ocio y esparcimiento, como un paisaje cultural con valores ambientales. Con todo el Parque Natural de la Albufera está determinado por su condición de humedal costero, que le proporciona una enorme biodiversidad, y por la proximidad de la aglomeración metropolitana, a diferencia de otros parques valencianos como la Serra Calderona, el Parque fluvial del río Turia, o las Hoces del Cabriel, en los cuales la dimensión ambiental-natural prevalece sobre la antrópica. En consecuencia, su gestión es especialmente compleja, condicionada por los numerosos factores y procesos que interactúan y confluyen en ese singular territorio, a caballo entre l’Horta Sud y la Ribera Baixa. Una gestión que requiere un conjunto de acciones decididas relativas a la información, la concienciación, la colaboración, la participación y los acuerdos-pactos territoriales entre los diversos actores, capaces de dar respuesta a la potencialidad que atesora sus tierras, sus aguas, sus gentes, sus paisajes.

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