Soy de opinión que los santos proclamados patronos de pueblos y ciudades velan por ellas y las protegen. Porque es su oficio. Y lo cumplen si responde la voluntad de la mayoría de sus habitantes. Una voluntad que se revela, como es obvio, cuando se celebra públicamente su fiesta. Y hago este preámbulo recordando que hoy es la festividad de San Mauro mártir, tercer patrón de Valencia (ciudad y Reino), con la misma categoría y privilegios según el acta de proclamación, que los otros dos: San Vicente mártir, el primero; y San Vicente Ferrer, el segundo. Es decir, merecedor como ellos de celebración eucarística solemne, fuegos artificiales y fiesta laboral para facilitar la asistencia a los actos. Y sin embargo, nada de esto que oficial y públicamente gozó San Mauro durante dos siglos atrás (de 1604 a 1809), va a tenerlo hoy. Como no lo ha tenido en los dos siglos siguientes (de 1810 hasta nuestros días). Aunque más lamentable es que ya la mayoría de los valencianos ignore este patronazgo, con título de «abogado del agua de la lluvia», otorgado por el Consell de la Ciudad el 7 de junio de 1631. Como también su vida, los hechos que lo motivaron y hasta que su cuerpo permanece entre nosotros en la rica y hermosa capilla de su nombre en la Iglesia del Patriarca, de la que también es patrón y nunca dejó de celebrarlo.

Reivindicando su memoria, nuestro diario Levante-EMV ya divulgaba en 2010 una reseña de su vida, de su martirio, y de la llegada de su cuerpo a Valencia en 1599 desde las catacumbas romanas, como regalo del Papa Clemente VIII al patriarca Ribera para su Iglesia que edificaba entonces en la ciudad. Y también el hallazgo de un documento en el archivo del Patriarca, revelador del motivo de la no celebración oficial y pública de su fiesta a partir del año 1810. Por el orgullo herido de un edil municipal de la época, Joaquín Guerau de Arellano, que movió a los regidores a negar su asistencia oficial a la fiesta, después que el rector de la Iglesia del Patriarca no le cediera el cuerpo del santo mártir para sacarlo en procesión por las calles de la ciudad. Porque, amenazada Valencia de invasión por el ejército francés en nuestra guerra de la independencia, pretendía unas «rogativas» implorando la victoria española. «Rogativas» similares a las que, en época de sequía y con éxito de lluvia para el campo, solían tener lugar. Pero la voluntad expresa del Patriarca, en las constituciones que legó para el gobierno de su Iglesia, era que la procesión transcurriese por la Iglesia del Colegio, no saliendo a la calle ninguna de las reliquias de santos que guarda. Lo que permitía el Rector y no aceptaron los Regidores que tacharon la negativa de desaire al Consistorio. Y desde entonces los Regidores dejaron de celebrar la fiesta del patrón San Mauro y de acudir a su misa, como siempre habían hecho con gran escolta de soldados, parafernalia de timbales, música y tracas.

¿Y por qué no recuperar su celebración oficial y los actos tradicionales de la fiesta? Quizás entonces, al ver nuestro patrón que no estamos reñidos con él y seguimos pública y oficialmente honrándole, volvieran nuestros resecos campos a recuperar su antaña bonanza gracias a «la suave y fecunda lluvia». Ya sé que la proclamada laicidad gobernante impide una vuelta al tradicional pasado; pero, aunque no fuera más que por honrar la memoria de sus antecesores que votaron tal patronazgo y benefició nuestra huerta durante dos siglos, valdría la pena intentarlo.