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Un día en la vida

Horarios y derechos

Horarios y derechos

Los historiadores marxistas de la revolución industrial británica relatan en sus imprescindibles obras los devastadores efectos sociales y laborales de la industrialización de Gran Bretaña en la población trabajadora y en los pequeños propietarios. Una multitud de fiestas religiosas ancestrales fueron suprimidas, no evidentemente para ser cambiadas por otras laicas, sino para mantener la producción el máximo de días. Basta decir que estaba prohibido cualquier reloj en las fábricas, sólo el empresario era el dueño absoluto del tiempo.

Con los años y gracias al movimiento obrero, mejoraron las condiciones de vida de la clase trabajadora, y entre otras cosas no sólo se pudo establecer una jornada de trabajo con un máximo de horas, las famosas 8 horas, sino que además se regularizó el derecho al descanso, que además de las vacaciones pagadas, permitía recuperar esos festivos que habían sido suprimidos.

Como es sabido, las cosas han cambiado a peor en los últimos 25 años. Una rabiosa contraofensiva neoliberal ha ido desmantelando en un tiempo récord derechos sociales y sindicales. Donde más se ha notado esto ha sido, sin duda, en la mal denominada libertad de horarios comerciales, con la derecha retorciendo a conveniencia un concepto tan bello y elevado como es el de libertad.

En los últimos años hemos asistido a una desregularización de los horarios comerciales en nuestro país, y por ende en nuestra ciudad, donde la apertura indiscriminada en todos los festivos ha acabado recordando a aquella situación de la primera Gran Bretaña fabril. Vulneración de la conciliación familiar y laboral, empobrecimiento del pequeño comercio y explotación laboral con bajos salarios han sido las nefastas consecuencias de esta decisión.

Con la apertura del comercio los 7 días de la semana se ha intentado cambiar los hábitos de vida de nuestra sociedad (para mi generación era normal que los hornos cerraran los domingos). Ahora nos encontramos sometidos a un bombardeo constante en el que toda celebración parece importada de los EEUU y por ello basada en el consumismo. Es de saludar que se esté planteando seriamente eliminar o limitar las áreas de gran afluencia turística, así como reforzar el cierre de los centros comerciales en los días festivos y domingos.

Pero esta decisión puede chocar con otras que ya se está implantando y que pueden acabar siendo una contradicción en la práctica. Me refiero a la moda del «Black Friday» o la «Shopening night», celebrada el pasado 3 de diciembre, cuando diversos comercios estuvieron abiertos hasta la medianoche.

Más allá de que esta última destinara parte de sus beneficios a una obra social, los interrogantes que se abren son los mismos que los planteados respecto a la apertura en festivos: jornadas laborales sin límite y bajos salarios para los trabajadores, y la difícil competencia en esas condiciones del pequeño comercio. Hay ciudades europeas como Turín o comunidades autónomas como Euzkadi donde no se abre en festivos y los horarios se planifican en pro de derechos laborales y del pequeño comercio. Podemos seguir caminando hacia el siglo XXI o por el contrario retroceder al siglo XIX. De temas como éste depende.

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