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De la huerta a los huertos urbanos

De la huerta a los huertos urbanos

La Huerta de Valencia ha sido una de las señas de identidad de la ciudad y de gran parte de su área metropolitana. Son numerosos los investigadores que han destacado su modelo de regadío de origen islámico medieval, cuyas acequias de origen islámico delimitaban en la antigüedad el perímetro de la Huerta de Valencia, aunque el trazado de algunas existía ya en la época romana. Se ha afirmado que en Europa solo quedan (además de la Huerta de Valencia, la más importante de las históricas) cinco espacios más de huerta mediterránea, todos en peligro de extinción.

Valencia ha destacado por sus sistemas hidráulicos, basados en derechos colectivos sobre el agua, con la acequia como elemento principal. Siete de ellas forman parte del Tribunal de las Aguas de la Vega de Valencia: las que recogen agua por la ribera en la margen derecha son Quart- Benacher y Faitanar,Mislata-Xirivella, Favara y Rovella; y por la margen izquierda, los de Tormos, Mestalla y Rascanya. Además se cuenta con el espacio de francos y marjales de siete siglos de antigüedad que como los fueros, también del siglo XIV, todos recogen el privilegio de autogobernarse por medio de una justicia oral, rápida y eficaz.

El Tribunal de las Aguas es una milenaria institución jurídica singular y extraña que data del tiempo de la dominación sarracena y que los Privilegios de Jaime I y Jaime II reconocieron su existencia. Siglos después, cuando el pueblo valenciano vio derogar sus fueros con la restauración de la monarquía borbónica, el Tribunal de las Aguas logró salvar su tradicional y milenaria manera de impartir justicia. Hoy sus funciones son consideradas casi exclusivamente como reclamo turístico de una ciudad que ha ido abandonando cultivos y casas de labranza a medida que ha ido creciendo y ampliando sus infraestructuras a costa de su huerta, hasta desaparecer ésta casi por completo, un auténtico icono paisajístico con el que durante siglos se nos ha identificado.

Pero afortunadamente, desde hace unos años la pasión por la agricultura ha aumentado en muchas ciudades. También en la nuestra crece el número de huertos urbanos y son muchas las personas que dedican parte de su tiempo libre a cultivar hortalizas y plantas.

En algún caso su enfoque está dirigido al aprendizaje de un oficio tradicional como el de los cultivos agrícolas, pero en la mayoría se trata de una actividad de ocio. Responsables municipales, animados por esa nueva afición hacia los huertos destinan cada día más parcelas a atender una demanda creciente. Recientemente, el alcalde de Valencia ha propuesto que se transforme en huertos solares deshabitados en la ciudad que iban a ser destinados, en principio, a la edificación de viviendas pero que en la actualidad son proyectos abandonados debido a su escasa rentabilidad. Con todo, no deja de ser paradójico que muchos de aquellos agricultores que dejaron de cultivar y vendieron sus tierras (entre otras razones porque sus hijos ya con estudios universitarios, no querían ser agricultores) les vean ahora ocupar su tiempo libre entre tomates y calabazas, alimentarse con productos ecológicos y competir por obtener las mejores hortalizas sin usar herbicidas ni pesticidas. Es como si la huerta quisiera regresar a la ciudad de nuevo, vengándose de su expulsión, travestida en forma de parcelas de huertos urbanos.

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