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La trastienda

Una fiesta desigual

Casí sin tiempo de asimilar lo que han sido las fiestas falleras nos damos de cara con la Semana Santa, en un año donde prácticamente unos días se colapsan con otros. Para los que no comulgamos desde hace tiempo con lo que hoy por hoy es la fiesta fallera, más destacada por la anarquía callejera que a las actividades puramente culturales que la envuelven, la verdad es que la expectación ha ido menguando a medida que comprobábamos que pocas cosas han cambiado, por mucho que tengamos un gobierno local diferente que parecía dispuesto a plantar cara a aquellos que no querían tocar ni media coma del guión de la fiesta actual en sí misma.

Cierto es que ha pasado poco tiempo, y que es complicado virar rotundamente en apenas unos meses, aunque el descontento de quienes esperábamos más medidas es evidente. Algunas calles han tardado algo más en cortarse al tráfico, pero para quien necesita desarrollar su trabajo con normalidad en la ciudad entre los días 10 y 15 del mes este handicap sigue siendo un auténtico incordio.

Los primeros datos del ayuntamiento dilucidan una menor cantidad en basura y ceniza, que suele ser el baremo que marca cómo ha sido la fiesta en general. Algo es algo. Otro tipo de datos, facilitados por la concejalía de Seguridad Ciudadana, nos despejan el carácter de esta fiesta. Un total de más de doscientos cincuenta accidentes, cien de ellos con heridos y casi cincuenta detenciones. Poca cosa, vaya, si contextualizamos estas cifras. Todo ha transcurrido con normalidad, si tenemos en cuenta la cantidad de masa humana por metro cuadrado con acceso a alcohol y a material pirotécnico de todo tipo. Algo lúcido y cabal en pleno siglo veintiuno. No estaría mal, para el futuro, aplicar la ley con firmeza contra aquellos que hacen uso de petardos fuera de las zonas habilitadas.

Valencia contaba con la presión añadida de conseguir que las fallas puedan integrarse dentro del patrimonio de la UNESCO, y por aquí han estado los comisarios del organismo en cuestión. Era habitual leer en los medios los días fuertes de la fiesta cuán asombrados estaban. Esperemos que lo estuvieran por la parte cultural. No hay que olvidar que la ciudad ya forma parte de la prestigiosa y universal Ruta de la Seda, otro de los logros más recientes. Y con la mitad de publicidad y de campañas para ello, lo que le otorga más mérito si cabe.

El pasado domingo todo había pasado. Las vallas y las carpas se habían retirado y solo quedaban unos pocos puestos ambulantes de churros, buñuelos y otros productos de dudosa textura y forma. El aire de Valencia volvía a su contaminación habitual, sin el extra del aceite frito y requemado de estas lúdicas jornadas donde no se ponía el sol. No es nada recomendable inhalarlo en una de tantas situaciones de bloqueo humano, esas en las que dependes de la corriente de los seres que te preceden o rodean y es imposible moverse hacia delante o hacia atrás. El aire se hace irrespirable. Doy fe.

Fue bonito observar cómo los valencianos se lanzaron en masa a ver el resultado del manto en la Plaza de la Virgen. Bien por devoción, bien por lo artístico y estético, la expectación desbordó cualquier previsión. Esto demuestra, precisamente, que por mucho que se retiren privilegios a quienes han convertido la fiesta en algo extraño y excluyente, lo más puro, lo que tiene que prevalecer, no desaparecerá

jamás.

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