Hace unas semanas falleció en Valencia Miguel Pastor. Había nacido hacía casi noventa años y consagró su vida a tres grandes pasiones: la dedicación a su familia, la defensa de la democracia y la independencia de la Justicia. La muerte de Miguel ha pasado desapercibida en la vorágine de información que nos inunda cada día, pero es necesario mantener su recuerdo para quienes a lo largo de ese prolongado periodo pudimos disfrutar de su amistad, recibimos su magisterio y aprendimos de sus virtudes profesionales y personales. El recuerdo de la ejecutoria y del perfil humano de Miguel Pastor nos resulta vivamente necesario en estos tiempos de turbulencia en los que se desenvuelve la sociedad en nuestro país.

Conocí a Don Miguel como profesor de derecho en la Facultad de Valencia y pronto descubrí a la persona que, con el paso del tiempo, más me influenciaría no solo en el apasionante campo jurídico sino en el amor a los valores humanos más importantes.

Pasado el tiempo ya casi nadie recuerda que Miguel Pastor fue el ganador de las primeras elecciones democráticas municipales celebradas en España en el año 1979. Miguel en ese momento era una persona de gran prestigio en el campo del derecho pero absolutamente desconocida a efectos electorales. No obstante Adolfo Suarez y Fernando Abril vieron en él al candidato perfecto para liderar la corporación municipal de Valencia. Y lo consiguió.

Ganó las elecciones, pero un pacto entre partidos le arrebató la alcaldía. Su paso posterior por la Dirección General de Justicia primero y por el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Supremo y el Consejo Jurídico Consultivo de la Comunidad Valenciana después, marcaron su trayectoria profesional hasta su jubilación.

Tuve la suerte de compartir con Miguel largas conversaciones sobre la Justicia, pero también sobre literatura, música y viajes, sus otras grandes pasiones y así fui descubriendo a una persona cariñosa, bondadosa, recta y honesta, que pensaba y ayudaba a pensar. Mi formación de jurista positivista, aunque impregnada de la querencia por la independencia judicial y la necesidad de hacer valer eso que la Constitución llama Justicia desde sus primeras líneas como valor superior de la convivencia y de la paz social, me hicieron comprender en el trato con Miguel que, por encima de ideologías y de otras circunstancias de la vida, están valores que compartimos todos los españoles y las personas de bien, o por lo menos de quienes tratan de acostarse cada noche con el sentimiento del deber cumplido.

Porque Miguel era ante todo un gran español y gran conocedor de las virtudes y de los defectos de nuestro pueblo. Era difícil discutir con una persona como él, pero resultaba muy sencillo sentarse a dialogar porque era, ante todo, un gran conversador. Su manera de tratar a cualquier persona, desde el máximo representante social, al menor de los ciudadanos era la prueba más evidente de una convivencia sin arribismos, sin las consabidas características de los trepas o de los ambiciosos. Estoy seguro de que Miguel me echaría un rapapolvo supino, por primera vez en su vida, al leer estas líneas que lo convierten en protagonista, porque él era todo lo contrario al estrellato, al protagonismo o al afán de aparecer permanentemente en el candelero.

Lo siento Miguel, mi respeto por ti y el profundo cariño que te he profesado durante años me lleva a decir lo que en este momento me dicta mi corazón. Recuerdo tus creencias religiosas que, como todo, llevabas con discreción y con humildad porque, independientemente de tus profundas y arraigadas ideas sociales, eras un hombre religioso y practicante, alejado de ese fariseísmo e hipocresía que, a veces, quizá demasiadas veces vemos en otros. Miguel te has ido, pero permaneces en el corazón y el recuerdo de los que te quisimos y respetamos. Con Don Miguel Pastor se ha ido un amigo pero, sobre todo un excelente ser humano, un hombre de Paz y un Jurista de los que dejan huella.

Hasta siempre Maestro.